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Turismofobia: qué miedo
“Turista, vuelve a casa. Refugiados, bienvenidos”. O “Stop guiris”. Son carteles, pintadas, murales que están presentes en las grandes ciudades turísticas de nuestro país. Y no sólo ocurre aquí: lo hemos podido ver en otros lugares como Venecia. La gestión de los destinos turísticos de éxito es cada vez más compleja, al tenerse que conciliar múltiples intereses económicos y sociales.
Desde El turismo es un gran invento, legendaria película protagonizada por el simpar Martínez Soria, han pasado cincuenta años. Se dice ahora, con desdén, que hemos convertido España en un país de camareros, aspecto ya comentado, semanas atrás, en este mismo blog. El discurso antiturístico impregna las redes sociales y a algunos medios de comunicación, alimentando un estado de opinión que percibe el turismo como una actividad “de bajo valor añadido”, y cómo un enemigo que hace mucho ruido y aporta pocos ingresos, lo cual es completamente falso.
Hay, en la opinión publicada, un (cansino) punto “cool” en decir públicamente, en escribir, incluso, que se está en contra del turismo, que se asocia en artículos de ciertos intelectuales o líderes de opinión a borrachera, ordinariez, horterismo, desdén cultural, comportamiento gregario y masivo, borreguismo y cutrerío.
No creo que sea responsable generar una comunicación adversa contra el primer sector económico y social de España. Tratemos de poner un poco de cordura. España y su economía tienen una gran dependencia o efecto de arrastre del turismo, aspecto que nos permite aseverar: si hay crecimiento y sensación (relativa, aún) de fin de crisis, se debe a que el turismo va bien. Según la Contabilidad Satélite del Turismo del INE, aporta más de un 11% en relación al PIB y un 13%, su efecto – directo e indirecto- al empleo, son datos del 2015, menos buenos que los del último año.
Pero, a la vez, el turismo es visto con recelo por personas que viven y conviven su día a día con la marabunta de turistas, no siempre civilizados, que viene a disfrutar de nuestro país. De hecho, en muchos municipios es causa de preocupación, desvelo y se asocia con incomodidades y problemas. En dichos lugares, temen la temporada alta como el peor de los males, asociándolo con colapso e incomodidad, y con razón. No me explico cómo los buscadores de sol y paella foráneos pueden volver y volver a sitios tan experiencialmente negativos en plena “era de la recomendación”.
Frente a todo esto es evidente que genera mucho dinero, pero los que lo sufren y padecen, aunque se beneficien indirectamente, no perciben el aporte directo en su calidad de vida. “Otro se estará forrando, pero a mí no me cae nada más que incomodidad”, parece pensar parte de la ciudadanía. Nadie se lo evidencia, por eso es obvio que hay que hacer algo. Sugiero las siguientes tres ideas: pedagogía, planificación y mejora de la vida de los oriundos.
El Gobierno y las administraciones deben hacer marketing público para evidenciar en y con sus poblaciones de referencia los indudables beneficios, dependencia incluso, de nuestra economía con respecto a este sector. Pedagogía, estudios y algunas modestas inversiones en comunicación evidenciarán la balanza a favor de los visitantes y sus chanclas.
El Estado, los políticos y los agentes y actores involucrados se deben implicar en un plan estratégico de turismo de calidad, que contemple los siguientes ejes:
* Un esfuerzo dinamizador del sector más allá del sol y playa, centrado en experiencia del cliente: comodidades, facilidades, placer y disfrute.
* La cultura a través de las experiencias será el eje del turismo del futuro, siendo más rentable en el largo plazo.
* Reducir la dependencia, en términos mercadológicos, de los turoperadores, cuya influencia es decisiva en la comercialización de los destinos turísticos.
* Las ferias, los congresos y los eventos ayudan a desestacionalizar.
* Formar ejes de ciudades en torno a hitos culturales e históricos.
* Impulsar el turismo de cruceros, nieve y montaña, que ayuda a desestacionalizar.
* España como destino único más allá de la mochila y la fiesta.
* Generar negocio entorno a la enseñanza del español, al igual que han hecho muchos países con el inglés. Si Latinoamérica sigue creciendo muchos ciudadanos del mundo querrán aprender español para emprender allí y vender productos a los latinos de todo el mundo.
* Mostrar nuestro país como el balneario de Europa y/o del mundo, pensando en el turismo senior.
* Es clave apostar por un turismo más rentable: menos borrachera y macuto, y más alojamiento de calidad y restaurantes.
Es de prever una relativa desaceleración del gasto turístico extranjero, motivado, en cierta medida, por la incertidumbre por los efectos de las medidas de Trump y del Brexit. Es probable que la situación de 2016 no sea “estructural”, sino más bien “coyuntural”. Invertir en captar demanda se plantea como una necesidad urgente, pero esta debe ser de calidad y rentable, para ello las organizaciones del sector tendrán que identificar nuevos caladeros y haciendo valer los aspectos poliédricos, tan variados, de nuestra oferta.
Menos es más: busquemos menos masas y más turistas más rentables, con menos concentración temporal y que, a la postre, dejen más dinero en todos los subsectores del turismo.
La combinación de todos estos elementos, se debería acompañar de un programa de actuaciones orientado a mejorar la vida de los ciudadanos afectados. Quizá se pueden estudiar planes de beneficios y privilegios para los habitantes de ciertas zonas, ayudas o incluso la posibilidad de utilizar en condiciones ventajosas las propias infraestructuras turísticas que les incomodan.
La lucha contra la oferta ilegal de alojamiento es una cuestión crucial, pues el ahogo de la hotelería formal, llevará a un empeoramiento de las infraestructuras privadas. No sé pueden poner puertas al campo, pero quizá estimular con programas de actuación la formalización de unos estándares de calidad que permitan el disfrute de los destinos turísticos y su explotación sostenible.
Estoy en contra de las tasas turísticas para “compensar” los efectos del turismo masivo, hay que mantener e incrementar el atractivo y con recursos indirectos detraídos, mejorar con planes eficaces las infraestructuras que todos (foráneos y nativos) usan.
Lo cierto es que veo una evolución incremental del estado de ánimo turismofóbico, que es suicida, que suena cool y cultureta, pero suicidio: un disparo en el pie que la economía española no se puede permitir. Hay que atajar la turismofobia con pedagogía, planificación y mejorando la vida de los oriundos. Siendo importante la inversión en infraestructuras para evitar colapsos (suicidas a medio y largo plazo) que produzcan engorde excesivo que reviente nuestra gallina de los huevos de oro.
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