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El adiós del almirante Cervera a la Barceloneta
Por Guillermo Cervera Govantes, biznieto del almirante Cervera
“... Cubrir las comunicaciones entre el Seno Mejicano y el Atlántico, destruir Cayo Hueso, bloquear la costa Atlántica de los EEUU, para cortar sus comunicaciones y comercio con Europa...” y esto, que no es poco, “...salvo las contingencias que puedan resultar de encontrar VE combate en que se decidirá quien pueda quedar dueño del mar...“
Está copiado del plan de guerra instrumentado por el Gobierno de Sagasta que completó dotando, a la Escuadra de Operaciones en las Antillas, de una casi inexistente logística en manos de empresas inglesas deseosas de vengar la ayuda prestada por España, un siglo atrás, a la independencia de los EEUU. Todo fue producto de la improvisación y de un análisis “irreal” de la situación, plagado de falsedades que fueron trasladándose a la ciudadanía confundiendo la “verdad” con lo que solo era un deseo. Así se formó el estado de opinión que desembocó en el frustrante desastre del 98. El popular son santiaguero se encargaría de resumir la situación: “Aquí ha llegado Cervera
Las enseñanza que de este episodio deberían extraerse, en nada han servido a los responsables del actual estado de cosas en una Cataluña que, con potentes medios de información puestos a su alcance, con recursos que son de todos, han ido inseminando a presión a la población una “verdad absoluta”, partidista, formada por un mosaico de falsedades, entre otras, las que se corresponden con una edición artificial e “irreal” de la historia.
En aquellos días, al Almirante Cervera no le quedaría otra que obedecerlas órdenes de sus mandos naturales y ordenar “¡clavad banderas y ni un navío prisionero!” Sus capitanes Paredes, Bustamante, Concas, Eulate, Lazaga, Díaz Moreu, Villamil, Carlier y Vazquez,y los 2.000 hijos de España, que sin fisuras ni deserciones le siguieron a un combate que sabían perdido, obedeciendo esta su última orden emergieron con dignidad de las oscuras sombras de una España que, enferma e indefensa, conoció el ocaso de su Sol. Aquel día se tiñeron de rojo con sangre de 350 de los suyos, las aguas orientales de Cuba y la vida del Almirante se salvaría gracias a la pericia y valentía de los Cabos de Mar Andrés Sequeiro y Juan Llorca y la de su hijo y ayudante el TN Ángel Cervera Jácome. Estuvieron donde nadie quiso estar y cumplieron lo que nadie supo cumplir y que no había más remedio que hacer.
Para entender lo sucedido al menos hay que haber leído, el prólogo del libro “La Escuadra del Almirante Cervera” del catalán Concas Palau y su loa al “3 de Julio de 1898:Siempre se ha dicho ¡ay de los vencidos! pero ahora hay que agregar ¡ay de aquellos a quienes se envía para que sean vencidos!” Eso es lo que pasó; aquellos hombres lo perdieron todo pero dejaron intacto su honor. Su ejemplo en el cumplimiento de un deber impuesto les valió la gloria, algo muy difícil de alcanzar tras una derrota militar de tamaña magnitud.
Pascual Cervera Topete antes del combate gozaba de sobrado prestigio. África, Pagalugán, Cuba, Carraca, Cartagena, Filipinas y Joló, conocieron su pericia marinera, sus virtudes militares y su talante personal. Veinticinco años atrás había sido clave su actuación en defensa de La Carraca frente al disparatado empuje de las fuerzas cantonales sublevadas en Cádiz y San Fernando. También en la recuperación de barcos de la Escuadra en la Isla de Escombreras (Cartagena). Estas actuaciones le valdrían el nombramiento de Benemérito de la Patria por las Cortes de la I República que presidiera brevemente el catalán Pi i Margal, que con su política de “darle hilo a la cometa” puso a España en un brete de desaparecer, preludio de una corriente política actual, cuyo primer punto de su programa es la autodestrucción de una nación milenaria y, el segundo, procurar el enfrentamiento entre sus ciudadanos.
A los muñidores de la nueva lectura “irreal” de la historia, hay que recordarles que tanto en aquel pretendido encaje federal republicano como en el episodio cantonal, Cataluña estaba inmersa en el pleito dinástico luchando a favor de su pretendiente a Rey, Carlos VII. Previamente, cuando la Gloriosa, el 18 de mayo de 1869 los comités de los partidos republicanos federales de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares rubricaron el Pacto de Tortosa para restaurar, precisamente, el Reino de Aragón.
Pascual Cervera fue un hombre afable, comedido, responsable, serio y austero. Su buena educación le llevó a respetar a todos fuera cual fuese su condición o pensamiento. Era persona instruida y culta, cuyo bagaje de conocimientos le sirvió para vivir en libertad y para exponer su pensamiento de forma directa, honesta y clara. Su colección de documentos, y no otra cosa, destapó la verdad del desastre del 98 en el Consejo de Guerra que sufrió tras su cautiverio en EEUU, junto con sus capitanes, del que resultarían absueltos. Este es el ticket de valores y tarjeta de presentación de nuestro Almirante, veamos cual es el de la persona designada para sustituirle en los años venideros.
Soplan vientos porteños y faltones en la Ponencia del Nomenclátor del Ayuntamiento de Barcelona y la urgente necesidad de reescribir la historia. Lo que ha transcendido es que el mérito puesto en valor, en este caso, sería una relevante calidad de actor humorístico, se hace a petición de unas amigas o viudas con las que, al parecer, se comunica por ondas paranormales y contempla, como valor especial, el que se reuniese en un bar de la zona para sus celebraciones particulares.
Lo cierto y verdad es que su actuación más relevante fue aquella, en la pública TV3, donde lanza su retahíla de aquel expeditivo “... puta España...” que no hace falta reproducir entero pues, sí, es de todos conocida y anotada: a esto se le ha llamado cultura. Hay que estar muy enfermo para reír esta grosería como gracieta y más para dar categoría intelectual de fino humor, lo que es directamente insulto, violenta agresión a la inteligencia de cualquier ser normal e innegable intención de generar odio. Por esto y no por otra cosa es por lo que se le conoce, y esta será la imagen que perdurará en años venideros en la avenida principal de Barceloneta.
Y a golpe, también, de disparatado insulto inspirado en esos faltones vientos porteños, se le han agradecido al Almirante los tres cuartos de siglo en los que prestó nombre a la ciudad, para vestir un barrio con profundo arraigo y sabor marinero. Este adiós se ha dado en un acto presidido por la anacrónica incultura de quien debería dedicar algo de tiempo a instruirse dado el alcance de sus actos. A las buenas gentes de la Mar y a tantos catalanes sufridores de esta barbarie, nuestro Almirante se despide, a sabiendas de que sin una solvente cultura no hay libertad posible, con el mismo mensaje de sosiego y amparo que no paró de repetir a lo largo de su vida: “la sociedad en que cada cual cumpliese con su deber, sería feliz”.
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