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Etnocentrismo con orgullo
Por Carlos Navarro Ahicart
En el mundo globalizado en el que vivimos, es habitual encontrarnos con innumerables personajes, cada cual más pintoresco que el anterior, cuya única función en la vida parece ser dedicar todos los esfuerzos posibles a la crítica indiscriminada al mundo occidental, a todo lo que nos caracteriza como civilización y a los principios rectores de nuestra filosofía fundamental.
Comprendo la crispación. Debe ser frustrante considerarse uno “multiculturalista” y “globalista”, valores esencialmente liberales en su origen, y tener que acabar defendiendo, por fuerza mayor, determinadas culturas o religiones cuyos valores y preceptos chocan frontalmente con los derechos de determinadas minorías a las que pretenden defender a capa y espada en el marco cultural de nuestra civilización.
Porque, claro, uno de estos “progres” de hoy en día es, por regla general, un amante de la diversidad. Y no hay mayor fetiche para este tipo de gente que fundirse en ovaciones y declaraciones de intenciones hacia religiones como el Islam o culturas como la de los países musulmanes, que son, por qué no decirlo, tremendamente contrarias a las libertades civiles, los derechos fundamentales y la igualdad entre géneros que dicen adorar nuestros compatriotas progresistas.
¿Cuál es la posición de uno de estos individuos cuando un musulmán somete a su mujer por el mero hecho de serlo? Silencio absoluto, a excepción de puntuales casos de sentido común. ¿Y cuando se producen matanzas masivas de animales por parte de la comunidad musulmana para celebrar Eid al Adha? Mayormente, de nuevo, boca cerrada y hasta la próxima. He ahí la hipocresía imperante en la sociedad posmoderna de nuestros días.
Tremendo contraste, no obstante, con la actitud de estos mismos agentes sociales cuando cosas similares ocurren en el seno de nuestra civilización. Cuando un hombre occidental maltrata a una mujer, son los primeros en salir con pancartas a las calles clamando por los derechos de la mujer y el fin del heteropatriarcado -no lo critico, ojo. Pero resulta, cuanto menos, curiosa la doble vara de medir-. Cuando un niño enfermo expresa sus deseos de convertirse en torero de mayor, braman en las redes sociales y profieren insultos nunca antes vistos contra la pobre criatura. ¿Qué hay del silencio cómplice con la barbarie que no dudan en aplicar en otros casos?
Y es que cualquiera con dos dedos de frente debería echarse a reír cuando gente así viene a darnos lecciones de moral y altura de miras con un discurso tan vacío y carente de argumentación real. A mi ningún individuo que reniega de la civilización cuya base filosófica defiende y garantiza la libertad, los derechos individuales y la vida de las personas va a darme lecciones de nada. Y mucho menos cuando ejerce de embajador de culturas liberticidas y moralmente reprobables para una persona con un mínimo de principios.
Habrá quien me acuse de hacer gala de una superioridad etnocentrista que parece haberse convertido en tabú hoy día. Pero, sinceramente: si soy etnocentrista por afirmar sin ningún tipo de tapujo que nuestra civilización es de las pocas -si no la única- en la que el individuo puede desarrollar su proyecto vital en un ámbito de libertad y garantía de derechos -a pesar del estatismo campante-, que me cuelguen esa medalla y muchas más.
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