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Barack Obama

Barack Obama
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Lo recuerdo muy bien. Cuando Barack Obama salió al escenario del cuartel general de los demócratas en Chicago para hablar a los americanos y al mundo, yo estaba sentado en el plató de 59 Segundos en frente de Juan Antonio Sacaluga y al lado de Ana Pastor. Un momento para la historia de la vieja y sólida democracia de Estados Unidos. El senador afroamericano de Illinois había sido elegido Presidente. Al reverendo Jesse Jackson se le deslizaba una lágrima inmensa y brillante aquella noche de noviembre de 2008.

Si todavía queda alguien por ahí fuera que duda sobre la grandeza de la democracia, esta noche tiene su respuesta”. Con esa frase dirigida a los desencantados, a los jóvenes y a las minorías. Escupida contra los terroristas y los promotores del caos. Construida para las víctimas y para los demócratas del mundo libre. Con esas palabras de esperanza y de firmeza, Obama inició un discurso exquisito, tradicional y genuinamente renovador para celebrar la victoria. El cambio había llegado a una sociedad dolorida y crispada, y traía consigo un nuevo espíritu más abierto y conciliador.

La democracia americana había resistido el embate de los atentados y las guerras. Desde su capacidad para generar ilusión y regeneración devolvía al pueblo la confianza y recuperaba su posición en el liderazgo internacional. Su poder había emanado otra vez de la razón y la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, que se lo cedían a un joven político por un periodo limitado por el tiempo y las leyes.

En 2016 ha terminado esa cesión temporal y limitada de poder. Barack Obama se lo devuelve al pueblo que detenta su soberanía. El joven senador de Illinois se despide de la Casa Blanca sin haber aportado ningún elemento personal o familiar desde la Presidencia que haya contribuido a deteriorar el sistema democrático. Ni un solo escándalo relacionado con tráficos de influencias o cohechos. Ni un solo estrépito en su comportamiento como político ni como ciudadano. Ni como padre de familia y cónyuge. Un sobresaliente colofón moral para la democracia americana. Una notable presidencia que la historia sabrá cómo valorar.