Estados Unidos
Populismos de Castro y Trump
El fallecimiento de Fidel Castro y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es simplemente una coincidencia histórica que la propia historia tardará en relacionar. Porque el régimen castrista estaba agotado antes de la muerte del ex dictador desde que el Presidente Obama iniciara el proceso de normalización institucional con Cuba. Y porque la victoria de Trump no representa el triunfo de la derecha en la política mundial sino la entrada del populismo electoral en la democracia norteamericana.
Cuando el régimen soviético se consumió en sus cenizas, la historia se apresuró a interpretar el proceso como una victoria de los planteamientos neoliberales y de la democracia occidental sobre las dictaduras comunistas. Pero el pragmatismo de Reagan, Bush y Gorbachov se encargaron de establecer vínculos diplomáticos entre las superpotencias para diseñar una transición ordenada desde la bipolaridad hacia la globalización, evitando tensiones internacionales y buscando la colaboración de aliados europeos. Se ponía fin a un periodo largo y anclado en las ideologías contemporáneas y se abría la puerta a una nueva sociedad global activada por la tecnología, la información y las aspiraciones de libertad de los pueblos.
Fidel Castro es un ejemplo de la distancia entre la política y la historia. La única virtud de su legado se encuentra en su perversa capacidad para observar el paso del tiempo escondido entre las cenizas de su pueblo y la exaltación retórica de un pasado revolucionario que las narrativas críticas han construido en torno a la falsedad de utopías comunistas, antimperialistas y guerrilleras.
La derrota de las FARC, el barrizal del socialismo chavista y la agonía del régimen cubano representan algunos hechos históricos que certifican el fracaso de la mentira populista en América Latina. Ninguna derecha ha sido la causante del proceso de podredumbre de los regímenes dictatoriales y los grupos radicales latinoamericanos. Su final es el final de esa retórica populista basada en la represión, la violencia y la manipulación ideológica.
Donald Trump es también un ejemplo de la distancia entre la historia y la política. Preocupado por convertirse en Presidente de Estados Unidos a cualquier precio, no ha caído en la cuenta de que su mandato estará ligado a una urgente normalización en América Latina que chocará de manera irreversible contra el muro que sus palabras han pretendido construir entre la realidad de un mundo abierto a la verdad de la libre circulación de ideas y proyectos, y la mentira del hormigón. Ajena a las tribulaciones de líderes de cartón piedra y hormigón, la historia de América avanza implacable. Hacia un destino imprevisible, pero habitado por personas libres e iguales ante la ley.
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