Estados Unidos

Trump. Cómo no.

Trump. Cómo no.
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Leía el domingo pasado en la prensa que Trump congelaba no-sé-qué fondos a los palestinos. “Trump. Cómo no”, pensé. Que uno que tiende a desconfiar como servidor ya no sabe si es por el propio Trump, por las ganas que tiene la prensa de retratarle, o por ambas cosas al mismo tiempo; pero lo cierto es que de un par de años a esta parte no se puede leer un periódico sin toparse con la última aventura protagonizada por él... Y de tratarse de cualquier día entre semana hasta ahí habría llegado todo; pero era domingo, como decía antes, y los domingos me gusta dedicarle parte de la mañana a la prensa sin prisas y dispuesto a reflexionar. Pues por supuesto que Trump congela el envío de fondos para los palestinos pero... ¿En qué momento y por qué pensaba Trump enviarles fondo alguno?

Pues sí. Resulta que Trump (bueno, EE. UU.) envía a Palestina unos cuantos millones de dólares todos los años. Al menos 300 millones. Hasta 360 millones de dólares anuales, he llegado a leer por ahí. A Palestina, sí. Han leído ustedes bien. A Palestina. A la Palestina de Mahmud Abbas. A la Palestina de Hamás. A la Palestina que cuando no está despotricando contra el demonio americano, está quemando banderas de Estados Unidos. Pues a esa Palestina le envían los americanos cada año 300 millones de dólares (o más) a través de la UNRWA. Esto es la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente medio, la que sin duda es la principal responsable de que en Gaza o Cisjordania haya alguna escuela o cierta atención sanitaria.

Y no pretendo yo ahora ponerme a valorar si el hecho de que Estados Unidos sustente económicamente a los palestinos me parece bien, mal o todo lo contrario; más bien lo que llama poderosamente la atención es la falta de tacto que tienen estos con la mano que les da de comer. Que vale que mola mucho eso de no plegarse ante “los ricos”, o no estar dispuesto a “venderse” a precio alguno; pero es que en la vida hay que ser autosuficiente y no necesitar favores antes de ponerse digno. Que por mucho que no sea cuestión de besar el trasero de todo aquel cuya ayuda pueda venirte bien en un momento dado, qué menos que medir las posibles consecuencias antes de desairar a una de tus principales fuentes de ingresos, digo yo.

Asumo que una parte de nuestra juventud occidental no llegará a comprenderlo. Es lo que cabe esperar de esos niños mimados que creen que el mundo les debe una casa y un trabajo (o una renta al que no le apetezca dedicarse a nada productivo) por el simple hecho de haber nacido. Para ellos el dinero que Estados Unidos dé o deje de dar a Palestina será siempre el pago de una deuda incuestionable. Una obligación inexorable. Un peaje impuesto por el cosmos; el mínimo a pagar por ser una despreciable economía capitalista generadora de precariedad, injusticia y desigualdad (o algo por el estilo). Pero del resto de la población cabría esperar algo más de lógica y sentido común. O al menos eso creía yo...

Resulta que el pasado mes de diciembre Mahmoud Abbas, el presidente de Palestina, decidió no recibir al vicepresidente de los Estados Unidos, Michael Pence, durante su visita a la zona. Esta fue su represalia tras que Estados Unidos decidiese trasladar su embajada en Israel a Jerusalén (reconociéndola así como capital del estado hebreo). Y nada más lejos de mis intenciones que cuestionar el derecho de Abbas a pillarse un cabreo monumental por lo de la embajada. Por lo que a mí respecta bien puede acordarse de Trump y de la madre que lo parió, y considerarle de todo menos bonito (aquí en Europa muchos de mis colegas prácticamente no hacen otra cosa, y tan contentos). Pero de ahí a hacerle semejante feo a su vicepresidente hay un trecho. Un trecho largo y, sobre todo, arriesgado. Curiosamente aquí en España, donde nos falta tiempo para echarnos a la calle a voz en grito ante la más mínima amenaza, por indirecta que sea, a nuestra sanidad y educación; donde rechazamos frontalmente cualquier medida que en un momento dado pudiese resultar en una reducción de unos céntimos del presupuesto “social”; apenas se escucharon voces críticas. Al contrario. No pocos celebraron el insulto que Abbas propinaba así a la administración Trump, y ninguno señalaba lo inconveniente que podía resultar insultar a esta administración que cubre gran parte del coste de las escuelas y hospitales de Cisjordania y la franja de Gaza.

Así las cosas, cada vez me cuesta más comprender que Trump les haya enviado a los palestinos 60 millones de dólares, y que el envío de otros 65 lo “congelase” de manera provisional. Dando por descontado que, haga lo que haga, va a ser considerado por todos el demonio venido a la tierra, un fascista xenófobo y el principal culpable de todos los males pasados, presentes y futuros del planeta; no entiendo que no haya cancelado directamente y de forma irrevocable el envío completo, así como los otros dos envíos que se espera realice durante 2018. Hacerle semejante feo a su vicepresidente, dependiendo como dependen de la ayuda económica estadounidense, tras años sin mostrar el más mínimo agradecimiento por estas ayudas, no es para menos. Así que parece que esta vez en particular voy a estar de acuerdo con el pensamiento único europeo. Aunque sea por motivos diferentes, hoy yo también creo que Trump es tonto y paga contribución. Al menos 300 millones.