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Valores como Torres
Por Víctor Nuñez
El pasado domingo se retiró como jugador del Atlético de Madrid Fernando Torres. Reconozco, como rojiblanco, que nunca he sido “supertorrista” en lo futbolístico y que sus últimos años en el club habían pasado con más luces que sombras. Sombras que ahora ocultan su brillante y merecida despedida y su impresionante trayectoria. Sin embargo, no quiero detenerme en sus habilidades corriendo detrás del balón o el papel que ha jugado para el fútbol español o para nuestro Atleti. Prefiero detenerme en su faceta más humana, quizá la más importante, tanto por su singularidad como por su ejemplaridad.
El pasado domingo, en el Metropolitano, todos los allí presentes nos emocionamos por primera vez y de verdad en el nuevo estadio. Como antaño y en otros grandes momentos, en el ya mítico Calderón. Nos emocionamos y mucho no solo por perder a un jugador que va a pasar a la historia del club rojiblanco y del fútbol español (que nadie olvide su gol contra Alemania en la Eurocopa), sino por escuchar las palabras de un hombre íntegro y cabal. Que nunca ha caído, siendo un ídolo desde niño, en la soberbia y la arrogancia en la que cualquier “estrellita” balbuciente cae en cuanto le colocan la alcachofa delante. Que nunca perdió su timidez y su humildad, tan extraña en un mundo donde cualquier tuercebotas se cree que es más que los demás por pegar patadas a un balón y ganar su primer millón. Que nunca dijo una palabra más alta que otra contra sus entrenadores y compañeros cuando las cosas pintaban mal. Que nunca renegó de su pasado en el barrio humilde madrileño y nunca olvidó a los maestros que le enseñaron que en el esfuerzo, el trabajo y la constancia está el premio (emotivo al máximo su abrazo con Briñas y el recuerdo hacia el gran Luis). Que nunca mancillo con besos de Judas el escudo que con tanta nobleza y orgullo siempre lució. Que siempre supo el terreno que pisaba y que los verdaderos ídolos normalmente no salen en televisión.
Torres no olvidó a nadie en su impresionante homenaje, desde sus esforzados padres, a sus hermanos y a ese abuelo “que le dio el mayor regalo: ser del Atleti”. Desde su mujer y sus preciosos hijos (“tres atléticos más para siempre”) pasando por el último componente del cuerpo técnico. A que todo fuera perfecto en el homenaje y se alcanzara el cénit de la emotividad contribuyó, todo hay que decirlo, una organización impecable y un club que sí sabe homenajear a los suyos y que conoce perfectamente que el Atleti es sentimiento. Mucha suerte allá a dónde vayas en tu nuevo paréntesis, pues volverás. Como directivo, como entrenador o como presidente (el público el domingo ya lo pidió). El Niño será ya por siempre parte de nuestro santoral. No solo por su valor deportivo, sobre todo, por sus valores, sus altas torres que nunca dejaremos de admirar.
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