Burgos
El “búnker” de Barrantes (Burgos) con personal encerrado para cuidar de los ancianos
El gerente de la Residencia San Julián y San Quirce y seis hermanas de las Hijas de la Caridad llevan más de 50 días con el centenar de mayores
Las residencias de personas mayores en Castilla y León se han convertido, sin quererlo, en las tristes protagonistas de la pandemia del Covid-19 después de que el virus las haya golpeado con ferocidad. Los datos son desgarradores y dan idea que el coronavirus se ha cebado con las personas de más edad y más vulnerables, al sumar más de 4.000 fallecidos (por el Covid y otras causas) y cerca de 6.000 residentes positivos en menos de dos meses.
Ante un panorama tan desolador, también hay hueco para la esperanza y ejemplos en centros donde, de momento, el Covid-19 no ha penetrado. Es el caso de la Residencia San Julián y San Quirce 'Barrantes' de Burgos capital, donde sus 96 mayores y sus 72 trabajadores han dado negativo en la prueba realizada, de los que nueve hermanas de las Hijas de la Caridad y el director gerente del centro, José María Acosta, llevan 'encerrados' con los ancianos más de 50 días, desde el 14 de marzo cuando decidieron aislarse con los usuarios para evitar la entrada del temido virus.
Pero, la victoria momentánea en la batalla contra el enemigo del Covid-19 también reside en las férreas medidas adoptadas en la residencia, hasta el punto de convertir el centro en un 'búnker', tras la instalación de dos carpas militares, una de ellas para la desinfección, las severas medidas higiénicas y de limpieza de las instalaciones y la suspensión de las visitas de los familiares unos días antes de la declaración del estado de alarma.
Estos trabajadores y voluntarios conviven, por tanto, durante las 24 horas del día con los 96 ancianos que viven en el centro, tras decidir quedarse en la residencia y evitar propagar el virus entre los mayores, con una edad media que supera los 90 años. Eso sí, son incapaces de gestionar ellos solos un centro con un centenar de usuarios, por lo que hay otro personal que sigue entrando y saliendo, aunque con unas severas medidas higiénicas. Hasta el punto, que los trabajadores deben cambiarse en una de las carpas instaladas en el jardín y someterse a una desinfección total antes de entrar en contacto con las personas mayores
Acosta justificó a la Agencia Ical su decisión de blindarse en la residencia al señalar que es la persona que mejor conoce el centro y el edificio que, pese a su reforma integral hace más de diez años, tiene sus “carencias”. Pero, sobre todo, destacó su “sentido de responsabilidad” al considerarse una persona que vive, “con gran pasión” su trabajo. Y la pandemia del Covid-19 era una situación de emergencia en los centros de mayores, incluso antes de saber el impacto que iba a tener el coronavirus en las residencias.
Así que a su trabajo habitual al frente de la residencia, se ha sumado estas semanas el ayudar en el servicio de comedor, recoger, limpiar y fregar “a conciencia” las instalaciones y almacenero. No es de extrañar que su jornada se prolongue de las 6,30 horas a la una de la mañana, para descontaminar el material que entra en la residencia, cuando el centro está “en calma”, porque los proveedores tienen prohibido entrar en las instalaciones. Pero también para “remojar” con desinfectante las zonas de paso. Y es que, el gerente reconoció que se la limpieza se ha convertido en una obsesión. “Tengo la piel machacada de usar tantos productos y el suelo de los pasillos se ha deteriorado, pero es la disciplina que hemos impuesto”, precisó.
Ademas, explicó que tanto su misión como la de las hermanas confinadas es que las a plantilla esté “lo más fresca posible” si hubiera algo caso de Covid-19. “Preferimos castigarnos nosotros y que el resto de trabajadores esté fuerte, física y anímicamente, para atender de la forma correcta a nuestros mayores”, significó.
De las seis hermanas de la Caridad (María Ángeles, Consuelo, María Encarnación, Marina, Gregoria, María Asunción y Alejandra), tres son voluntarias porque no están en edad laboral y otras tres forman parte de la plantilla, con dos auxiliares y una trabajadora social que es la coordinadora del centro, Sor María Ángeles San Juan. El responsable del mantenimiento de la residencia, Luis Manuel Arribas, también llevaba encerrado en el centro desde el 14 de marzo pero el pasado sábado abandonó el confinamiento. “Se le estaba haciendo muy duro”, comentó el gerente. Pero no solo a él sino que hay un cansancio físico y mental entre los que aún resisten en el encierro, aunque es consciente que solo es posible sacar adelante el centro con el gran equipo de profesionales. Acosta calculó que tenga que estar, como mínimo, otros 40 días encerrado. “Solo saldría de aquí, si resulto infectado o caigo enfermo de otra patología”, confesó.
Un sinfín de medidas
José María Acosta, que lleva siete años como gerentes en Barrantes y 16 años en total en el sector de la atención residencial tras dirigir un centro público en Soria, aseguró que la pandemia ha supuesto un radical en la gestión de este tipo de centros. “Lo que ayer funcionaba, hoy no es válido, por lo que ha sido necesario rediseñar la estructura de la casa y reservar una zona de habitaciones libres como posible área de aislamiento”, declaró. Es entonces cuando enumeró todas las medidas que ha adoptado su residencia en estos meses. En concreto, desde el 21 de febrero en que, ante lo que se avecinaba tras lo que ocurría en residencias del País Vasco y La Rioja, realizaron su primera compra de material sanitario como equipos de protección y mascarillas. Confesó que ha llegado con “cuentagotas” y, aún hoy, no han recibido todo lo que adquirieron por el colapso de los stocks en todos los mercados.
También, pusieron en marcha sus impresoras 3D para fabricar máscaras que, hasta ahora, eran utilizadas para crear cubiertos adaptados para residentes que hubieran sufrido un ictus y una hemiplejia. El 1 de marzo, obligaron al uso de hidrogel para los familiares que acudían a visitar a sus mayores y el 2 de marzo se limitaron a una sola persona y durante un máximo de dos horas. “Algunos no lo entendían y lo consideraban excesivo pero sabíamos que era una de las vías de contagio”, relató el gerente.
A su juicio, las decisiones que tomaron han ido “un poco por delante” de los acontecimientos como la solicitud al Ejército para colocar el 20 de marzo dos carpas en zonas de descontaminación, tanto para acoger a las ambulancias y los sanitarios que vinieran a atender a uno de los ancianos afectado por otra patología diferente al Covid-19 como para hacer las funciones de vestuario para el personal que viene de la calle. A todo ello, las familias de los residentes también han colaborado en toda esta lucha contra el 'bicho' y que todos los días acuden con sus mochilas, cargadas de lejía y agua, a desinfectar los jardines de la residencia.
Está todo tan estudiado que el gerente relató que, si el virus entrara en la residencia, ya se ha decidido las personas que se encargarían de la atención de los enfermos. “Solo ellas estarían exponiéndose a la enfermedad evitando así más contagios a residentes u otros trabajadores”, explicó. Y es que la idea es no contratar a nuevos profesionales, ajenos a la empresa, que desconocen la residencia, la dinámica de trabajo y la atención que se lleva a cabo en la residencia. Además, la Gerencia del centro ha prescindido de los profesionales que compaginan su trabajo en la residencia con hospitales públicos de la provincia para evitar riesgo, aunque se les respeta el calendario y las retribuciones.
Acosta reconoció que el trabajo humano es ahora fundamental, que está por encima de la labor sanitaria que siempre está presente en una residencia de personas mayores. “Los mayores no tienen un contacto físico con sus familiares y hay que estar más tiempo con ellos para que sientan el cariño y la compañía que necesitan, pese a aquí siempre prima el valor humano”, explicó. De ahí que destacara la función de los trabajadores sociales, que llevan el peso de las actividades de entretenimiento.
Toda una serie de protocolos de actuación para evitar contagios que “sorprendió” a los efectivos de la Unión Militar de Emergencias (UME), que vinieron a desinfectar la residencia. El efecto del blindaje del centro ha tenido, de momento, sus resultados aunque su gerente afirmó que “lo más duro” sería confinar a cada usuario en su habitación, sin poder utilizar las zonas comunes como el salón, el comedor e incluso los pasillos. De momento, solo los desayunos se sirven en las habitaciones. “Confinar en un espacio reducido a personas con un deterioro cognitivo severo es tremendo pero habrá que hacerlo, si entra el virus”, apuntó. Por su parte, existen dos turnos de comedor para que los ancianos puedan comer uno por mesa.
También se han adoptado medidas para “descargar tensión” y tratar de que los residentes vean cierta normalidad ante el blindaje del centro. Por ejemplo, se ofrece un pincho y un vino o mosto a la hora del almuerzo y así mantener la costumbre que tenían algunos usuarios de salir a tomarlo en los bares del entorno.
“Quedarse corto”
Acosta subrayó que no es “casualidad” que, de momento, no hayan tenido ningún caso positivo de coronavirus, aunque no dudó en apuntar que, en ocasiones, tiene la sensación de “quedarse corto” en las medidas adoptadas. “Pregunto a la Gerencia provincial de Servicios Sociales si es necesario implementar nuevas actuaciones y responden que no, que estamos en el camino correcto”, afirmó.
El gerente de la residencia burgalesa apostó por continuar con la “prudencia” y la “vigilancia” porque aún no se ha vuelto a una situación de normalidad y las personas mayores siguen muy expuestas al virus. “No podemos dejar de pisar el acelerador durante la fase de desconfinamiento. Son el grupo de población más frágil y vulnerable en esta situación que estamos viviendo a nivel mundial y en muchas otras”, apuntó. Y es que lamentó que la sociedad se ha “olvidado” de unas personas a las que debemos “tanto”.
En todo caso, Juan Carlos Acosta reconoció a Ical que esta pandemia marcará “un antes y un después” en la atención residencial, después de acusar a la administración de falta de previsión y exceso de confianza, sin olvidar la necesidad de que haya una mayor profesionalización en determinados puestos del sector. “No basta con hacer un cuidado, debe ser un buen cuidado”, sentenció.
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