Sociedad
No podrán volver a su país. Al menos, de momento. El miedo a represalias por parte de la Sharía es más una certeza que una incertidumbre. Casi medio millar de civiles muertos, dos ejecuciones públicas y más de 18.000 detenciones en apenas tres meses así parecen confirmarlo. Son datos de la Agencia de Noticias de Activistas de Derechos Humanos (Hrana) no reconocidos por la República Islámica de Irán, encabezada por su presidente, Ebrahim Raisi, quien reduce a apenas tres centenares los fallecidos desde que, el pasado 16 de septiembre, la sociedad iraní estallara tras la muerte de la joven kurda de 22 años Masha Amini, presuntamente, a manos de la llamada Policía de la Moral. Desde entonces, el movimiento social en pro de los derechos civiles no ha cesado y el país continúa siendo una caldera con deflagraciones continuas.
A más de 6.500 kilómetros de distancia, en Salamanca, se cruzan las historias de dos ciudadanos iraníes que asisten, con el corazón en un puño, a acontecimientos tan lejanos en el mapa mundi, pero tan suyos.
Allí están sus familias, al fin y al cabo, pero también su origen, su patria. Omar Rudaki lleva dos décadas en la capital del Tormes. La joven Zoya Javadi, sin embargo, apenas reside aquí desde hace unos meses, pero es perfectamente consciente de que ya está condenada al exilio. Su ‘delito’ es la lucha en la sombra contra un régimen teocrático que discrimina, por ley, a las mujeres como ella. Estudiante de Derecho, se mantiene firme en el camino de combatir, mediante la palabra, y a distancia. “Es lo único que puedo hacer”, reconoce en declaraciones a Ical.
Zoya no quiere mostrar su cara, tampoco Omar. Ni si quiera son sus nombres verdaderos, que más bien podrían encajar en la historia de la literatura persa. El miedo, no como la sociedad iraní, es libre. Y ellos lo tienen, y mucho. Saben que el régimen de su país, ducho en técnicas de dominio poblacional, maneja inteligencia y tiene ‘pajaritos’. Y si bien es cierto que ellos ya están lejos, no así sus familiares, quienes, según se temen, podrían verse encarcelados o atacados quién sabe en qué formas. “Los religiosos aprendieron muy bien. En la época del Sha ya utilizaban policía secreta, y pagan a informadores, espías”, explica Rudaki, quien maneja el castellano con fluidez y a menudo ejerce como traductor, sobre todo de afganos, para la organización humanitaria Salamanca Acoge dentro del programa de Protección Internacional que coordina el técnico Pablo Martín.
No así la estudiante Javadi, quien se esfuerza en ‘chapurrear’ cuatro palabras en español y luego explora el inglés para acabar dejándose llevar en su lengua natal. El persa es un idioma absolutamente ilegible para un nativo en habla latina que lo ignora por completo, pero Zoya lo pone en práctica con una expresividad tan sensitiva que es capaz de transmitir nítidamente la preocupación y el temor, pero también el arrojo y la valentía de una joven dispuesta a arriesgarlo todo para cambiar las cosas. Por sí misma y por su gente. La justicia social es su campo de estudio y de batalla y, en este contexto, ya se ha hecho oír en el Colegio de Abogados, con motivo del 25N, y organizó en su facultad una conferencia con la participación a distancia de, ni más ni menos, que la ganadora del premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi.
Apoyo internacional
“Es muy importante, en esta situación, que hablemos sobre esto. Sé que después de esta conferencia no puedo volver a mí país, pero lo hice porque es mi responsabilidad humana”, explica a Ical la joven estudiante. Cuenta que, actualmente, apenas puede relacionarse con sus familiares y amigos en Irán porque internet “tiene muchos filtros”. Su marido, informático de profesión, trabajaba a distancia, pero con los problemas en las comunicaciones “alguien le sustituyó”, de modo que, a la postre, “fue como un despido”. La situación de ambos ahora es complicada porque se han gastado los ahorros y deben salir adelante. Tampoco pueden solicitar asilo político porque, el iraní, no es un conflicto que esté reconocido, así que no pueden considerarse refugiados políticos, según aclara Martín.
Zoya cree que lo que hace falta a sus compatriotas es “mucho apoyo internacional”. “Si Europa, y todo el mundo, solo habla y no hace nada, lo que va a pasar es que van a matar a tantos que otra vez la gente tendrá miedo y ya no saldrá a la calle. Ahí sí que van a tomar el control y nadie sabrá ni cuánta gente, ni por qué, están matando”, reflexiona. Comenta que recientemente quemaron a alguien en una cárcel iraní. “Después de la conferencia, pensaba que, como máximo, me meterían un año presa, pero una vez supe que hasta quemaban gente en la cárcel entendí que no podría volver a mi país”, reitera. Con apoyo internacional, matiza, no se refieren al movimiento ‘#hairforfreedom’, extendido en redes tras el asesinato de Masha, que considera vacío y hasta contraproducente. “Yo creo que es más como ‘celebrity’ para hacer publicidad que otra cosa”, valora Rudaki, mientras Javadi considera que “con esto no se llegará a ningún lado”, pues lo que hace falta, en su opinión, son “embargos y otro tipo de medidas”.
El traductor va más allá y explica que, en realidad, la revuelta en Irán no se debe a la obligatoriedad del hiyab ni a la Policía de la Moral, al menos no solo. La sociedad iraní está en pie de guerra por una cuestión de bienestar social y prosperidad económica. Además de la evidente reconquista de los derechos civiles hurtados por el régimen teocrático. “Todos los organismos que están manejando al economía de Irán están robando. Mandan petróleo a través de otros países, como Venezuela o China, y ese dinero no llega a Irán, sino a sus cuentas en el extranjero”, denuncia. Muestra, además, su disgusto con la comunidad internacional, al margen de la atención mediática, porque acusa a terceros países, como EEUU “en la época de Trump”, de enriquecerse vendiendo armas a Arabia Saudí. “No van a matar la gallina de los huevos de oro”, insinúa.
Omar se mudó a España hace unos 20 años para estudiar, no por motivos políticos. Pero recuerda que antes tuvo que cumplir allí con 27 meses de ‘mili’, de eso no se libró. La última vez que estuvo en su país fue muy reciente, en el mes de septiembre, justo antes del estallido de las revueltas. Explica que, fundamentalmente, están originadas por los nacidos en el año 80 según el calendario persa, que transita el año 1.400. Es decir, se trata de veinteañeros. Se remonta a hace algo más de una década, en tiempos del denominado ‘movimiento verde’, cuando el presidente Jatami arribó al poder, y cómo prometió contar con los jóvenes pero luego “dio marcha atrás y hubo una masacre”, pues, según decían, “todos eran células terroristas, antinacionales y ateos, que tienen mayor pena”.
Libertad del todo
Entonces, según recuerda, “la gente era más religiosa”, pero, en este último movimiento, “ya no importa nada lo que diga la religión porque tienen muy limitados sus derechos”. Sin embargo, advierte que este proceso, en caso de terminar con una nueva secularización del estado, en su opinión, también comportará peligros, pues “en Irán no es como aquí, es todo blanco o negro”, de modo que los religiosos “podrían acabar siendo masacrados”. Al final, también es un problema de raíz. “La gente ya no quiere nada de los religiosos. Después de 40 años no confían en ellos. Anda que no han matado en generaciones. Además, la educación que están dando a la gente no sirve para nada y cada vez el país va a ser más inculto”, valora.
Y es que Rudaki asegura que la Policía en su país es incluso capaz de entrar en los colegios, por lo que hay quien no quiere llevar a sus hijos. En este punto, Zoya explica que en fechas anteriores, cuando ocurrió una matanza indiscriminada de un miembro del Daesh, las autoridades de su país llegaron a interrumpir la emisión de un programa infantil, destinado a niños de tres o cuatro años, “como forma de control social”. “Les dijeron a los niños: Mirad cómo os están matando”, apunta la estudiante. “Nos dicen que estamos ahorrando dinero para comprar armamento y matar a no sé quién, pero si yo tuviera dinero lo que haría sería comprar pan para dar de comer a mi hijo”, añade Omar, quien, por momentos, no puede controlar la impotencia y la emoción.
La muerte de Masha Amini se puede entender como un símbolo arrogado por parte del movimiento feminista, pero el sentir de la sociedad iraní va más allá de la lucha por los derechos de las mujeres. Y aún temiendo que esta circunstancia pueda resultar reduccionista, por supuesto ambos abogan por el progreso en los derechos femeninos en Irán. A Omar, eso sí, le llaman la atención algunos debates que aquí se generan. “Parece que están jugando en dos ligas diferentes. No tiene nada que ver la represión que hay allí, con lo que hay aquí. Y eso que hay más libertades en Irán que en otros países, como Arabia Saudí. Y las mujeres allí también mandan mucho, llevan los pantalones”, comenta.
La joven Javadi, por su parte, tampoco entiende algunas manifestaciones realizadas en Occidente y menciona el desnudo de mujeres frente a la Embajada de Irán en Madrid que “no hizo ningún favor” a las iraníes. Allí, la Policía de la Moral, que el Gobierno del país ahora juega a esconder sin disolverla, se encarga de castigar cualquier comportamiento que considere inapropiado. Ella nunca tuvo problemas, pero dos amigas suyas sí. Y fue por llevar un vestido “un poco más corto”. Pero insiste en que no es lo único. “Estamos con tanta presión cultural y económica... Están matando a niños menores de 18 años”, exclama Omar, en definitiva, mientras ella asiente circunspecta. “La gente no solo quiere la libertad del velo, la gente quiere la libertad en todos los sentidos”, zanja.