Cultura
El libro que destripa la llanura castellana y enseña a quererla
El vallisoletano Roberto Ruiz Antúnez publica "Levitación y trance", su tercer y más íntimo poemario, donde desnuda su alma y ajusta cuentas con su pasado
Decía Joseph Joubert, ensayista y moralista francés que vivió en los siglos XVIII y XIX, que los poetas tienen cien veces mejor sentido que los filósofos, y que en su búsqueda de la belleza encuentran más belleza que ellos.
Ya en el siglo XX, la traductora argentina Alejandra Pizarnik afirmaba que escribir un poema es reparar una herida fundamental: la desgarradura, y que el poeta es el gran terapeuta de la vida. Su paisano, además de dramaturgo y escritor, Dalmiro Sáenz, se refería a la poesía como la sublevación del hombre contra la razón.
El poeta, novelista y cantautor canadiense, Leonard Cohen, habló de la poesía como la única evidencia de la vida mientras que el recientemente fallecido escritor norteamericano de Nueva Jersey, Paul Auster, sentenció que la experiencia del poema no reside en cada una de sus palabras, sino en la interacción de esas palabras, la música, los silencios o las formas.
También hay quien dice que los poetas son soldados que liberan a las palabras de la posesión de una definición constante.
Pues en todas estas citas y sentencias hay un poco del protagonista de este reportaje: Roberto Ruiz Antúnez. Un joven escritor y poeta vallisoletano de 48 años que acaba de lanzar su tercer libro "Levitación y trance" (Editorial Páramo), el más autobiográfico y personal de todos.
Un poemario que no tiene prólogo "porque no quiere ser explicado ni necesita de la comprensión de nadie", ni tampoco epílogo, "porque no quiere flores ni epitafios sino expandirse", según cuenta el autor a LA RAZÓN, en el que "ajusta cuentas" con su pasado y sus demonios en forma de un paisaje, como es la meseta y la llanura castellana típicas de la tierra que le vio nacer, que no entendía pero que ahora no puede vivir sin él.
"Siempre he sido una persona de montaña, pero la llanura, cuando aprendes a mirarla, es brutal, y ahora de vez en cuando necesito ir a esta meseta a vaciar las pupilas", asegura el también autor de "La habitación trashumante" (Éride Ediciones, 2013) y de "Ovnis en la noche americana" (La Penúltima Editorial, 2016), un curioso y singular experimento poético en el que ficcionó el encuentro entre Kurt Cobain y Williams Burroughs, el gran gurú de la Generación Beat, al que el cantante de Nirvana acudió antes de morir buscando la verdad.
El invierno es una circunferencia
En "Levitación y Trance", Roberto ha puesto toda la carne en el asador. Un libro con el que dice haber logrado reconciliarse con un paisaje visual que no le llenaba ni comprendía, lo que le fastidiaba sobremanera.
Lo cuenta él mismo en el libro: "Recuerdo que al principio renegaba de la frialdad gestual de la llanura, esa aparente ausencia de lenguajes que desembocaba en un ''no decir''. No podía comprender que no sucediese nada. Me volvía loco [...]
Explica que cuando vivía en Galicia su padre siempre le decía que aprendería a querer su paisaje visual, pero que no lo veía. "Siempre me han encantado las montañas y he tratado de huir de una llanura que veía como una herida del paisaje", señala el también miembro del colectivo poético "Susurros a pleno pulmón", quien, sin embargo, reconoce que ha ido comprendiendo a esa campiña con el paso de los años hasta conseguir dar con la tecla, que ha plasmado en el casi centenar de páginas de este libro, un grito desgarrador hacia esa llanura a la que define desierto policromado.
¿Y cuál ha sido esa tecla? pregunta este periódico. Pues un verso de Jorge Oteiza, el reconocido escultor y poeta español considerado como uno de los máximos exponentes de la Escuela Vasca de Escultura, responde Roberto, mientras alude a las cinco palabras que le dieron pie a escribir el poemario y lo cambiaron todo: "El invierno es una circunferencia".
"Esa frase hizo un clic en mi cabeza; me hizo reflexionar y darme cuenta de que el invierno es fundamental, porque es el principio y el final de todo, un eterno retorno", señala el escritor vallisoletano, quien apunta a Oteiza pero también al gran pintor de paisajes castellanos, Félix Cuadrado Lomas, como dos de las fuentes principales de inspiración de las que ha bebido para construir su relato en "Levitación y trance".
Un "niño" que empezó a engendrar en plena pandemia cuando escapaba al campo en la casa de su padres en la localidad vallisoletana de Nava del Rey, donde caminaba, hacía fotos, corría y respiraba aire puro en plena meseta en búsqueda de inspiración, pero también de respuestas y comprensión.
Y la musa llegó, justo en el momento primordial, cuando Roberto, según recuerda, ya casi no tenía donde agarrarse, de la mano de dos conceptos y pensamientos que le llevaron a dar con esa tecla que añoraba.
El primero de ellos, la idea de vacío de Oteiza como algo orgánico, dinámico y expansivo. "Me gustó esa metáfora de una llanura que es como un vacío que se queda hueco, sin nada, pero que luego se vuelve a llenar y se hace más expresivo y receptivo", apunta.
Mientras que el segundo concepto que le llenó de inspiración fue descubrir al físico inglés David Bohm, y su definición de la realidad como un holograma multidimensional donde el todo está contenido en cualquier parte. "La llanura es eso, algo que está contenido en cada parte, donde el cielo no predomina más que un trigal o un pinar, donde nada que es más que nada porque lo es todo en su conjunto", señala.
En este sentido, pone como ejemplo los Pirineos y como allí el espacio es jerárquico y se mira al Monte Perdido sin poder dejar de mirarlo.
Pues a través de esos dos conceptos Roberto entró en trance y, como hiciera Velázquez con sus Meninas, empezó a tirar del hilo pero mirándose hacia su interior, meditando mucho, para sacar todo lo que tenía dentro.
Y escribe:
"La llanura es una totalidad no fragmentada llena de pájaros"
"La llanura es un laberinto humilde donde cada noche el Minotauro contempla aterrado la trayectoria nerviosa de los drones"
"La llanura es un desierto policromado"
"La llanura es la anarquía tranquila del paisaje"
Un poemario, en el que también rinde homenaje a las mujeres del campo y a ese matriarcado "que ha cincelado la llanura durante cientos de años", en el que aporta preguntas y alguna respuesta, aunque no sea esa su intención, sino más bien soltar todo lo que lleva dentro pero con honestidad, algo que valora profundamente a la hora de escribir. "Si no soy honesto conmigo mismo es imposible poder serlo con los demás", asegura, contundente.
A fogonazos
Roberto R. Antúnez lleva escribiendo poesía más de 25 años gracias a la lectura de dos autores que le dejaron huella: Miguel Hernández y su Antología Poética y Las Flores del mal", de Charles Baudelaire, donde habla del miedo, del mal o de la oscuridad, un mundo que al poeta vallisoletano siempre le ha interesado.
Cuenta con algún que otro reconocimiento literario importante, como el Premio de Poesía Joven "Ateneo de Valladolid" que ganó en 2016.
Y afirma que las palabras y la escritura son algo importante en su vida, aunque reconoce que le cuesta escribir novela.
Si bien, deja claro que la poesía, la prosa poética o una mezcla de ambas en la que puede situarse su peculiar y libre estilo con el que no deja indiferente a nadie, lo es todo para él, y necesita escribir versos como el comer o respirar para quitarse los miedos que le asolan de cuando en cuando.
"Trabajo a fogonazos y cuando salen las ideas aprovecho al máximo", afirma Roberto, quien asegura que en este tercer libro también ha intentado cambiar un poco su forma de escribir, buscando más la simplicidad y huyendo de la escritura más recargada y barroca que caracterizan a sus dos libros anteriores.
- Escribe "Demoliciones. Otras formas de mirar. ¿El mundo se va al garete mientras nosotros, la gente, lo vemos indiferentes?
Hay un poco de eso sí. Me di cuenta de que tenía que parar, estar tranquilo y mirar de otra manera porque no veía nada. Traté de resetear porque me di cuenta de que debía ralentizar mi mundo. Hablo de las demoliciones en el sentido de intentar echar abajo todo lo que tenía y como lo concebía para mirar de otra manera, más despacio y de una forma más profunda.
Lo explica bien Walker Evans, un fotógrafo americano del siglo pasado, cuando decía "mira fijamente porque es la forma de educar el ojo, y más. Mira fijamente, curiosea. Escucha, espía. Muere sabiendo algo. No estarás aquí para siempre». Me he puesto una meta, meditar veinte minutos al día y echar el freno, porque si no me vuelvo tarumba.
Habla en su libro de "Holograma", esa imagen tridimensional que aporta luz, sombras e incluso sonidos, pero que no es real. ¿Un poco como la vida hoy, que nada es lo que parece?
Puede ser. El holograma en este libro es una realidad multidimensional. Por ejemplo, tienes uno de Frank Sinatra, le partes en dos y se convierte en dos Frank Sinatra. Cada parte de un holograma contiene el todo. Así, la llanura es una totalidad no fragmentada y en cada elemento de ella está el todo. Porque todos somos un todo absoluto.
"La cueva inversa". El filósofo Platón, en su célebre alegoría, decía que la caverna es la prisión de la apariencia y que la verdadera realidad, el mundo exterior, permanece desconocido e inaccesible.
Tiene sentido. De hecho, he imaginado como que debajo de la llanura hay una cueva rupestre. He pensado en los comienzos y el principio, esa realidad del origen. Este libro está escrito para confluir en ese verso de Mario Santiago Papasquiaro que resume dos mil años de poesía: "Dios es rupestre & el Big Bang su bisonte desatado".
"Policromía". Dice Keigh Crown, un pintor abstracto americano, que el color es el lenguaje de los poetas, y que hablarlo es un privilegio.
Si, pero no solo, porque el color es el lenguaje de cualquiera que mira atentamente, como un fotógrafo, un pintor...
Intentar comprender los colores es importante, porque en ellos se albergan respuestas. Otra cosa es desentrañarlas. En mi caso, los colores me han servido para ver la llanura y comprender como se comunica con ellos. Por ejemplo, más receptiva en primavera y más implosiva y menos expresiva en otoño e invierno.
"Invierno". En Castilla suele ser frío, largo y duro.
Para mi es básico, porque es la etapa del repliegue y de mirar hacia dentro para luego volver a expandirse. El invierno es maravilloso, porque es como un eterno retorno, la circunferencia de la que te hablaba antes. La luz es muy caprichosa, no sabes si es una onda o una partícula. En invierno es más lenta y artesana, por eso la llamo metalúrgica, ya que trabaja despacito para que encaje en la carcasa del holograma. Pero el resto del año esa luz se vuelve aristocrática. No concibo estar siempre en un sitio donde no hay invierno.
Roberto ya ha comenzado con la promoción de "Levitación y trance", que presentaba oficialmente el pasado 11 de mayo en la librería Sandoval de Valladolid. Y lo hacía acompañado de la música de Ricardo Suárez.
Ocho días más tarde, el pasado 18 de mayo, ambos se desplazaban a Alzuza, en Navarra, para presentar el libro en el Museo Oteiza, coincidiendo con el Día Internacional de los Museos. Una experiencia casi mística que Roberto disfrutó y agradeció sobre todo por la oportunidad que supuso de dar a conocer su poemario en n marco incomparable.
Y este viernes pasado ha hecho lo propio en una librería de Barcelona, Nollegiu del clot, junto al poeta Bruno Montané Krebs.
Roberto es un joven valor de las letras, un poeta de la vida hecho a sí mismo que no engaña, que siente y hace sentir, que quiere evolucionar y por ello indagará en su búsqueda de alianzas con otras artes para seguir desentrañando su interior y mostrar al mundo otra perspectiva.
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