HIstoria
Una peripecia arqueológica pionera en Salamanca
La expedición organizada en 1856 en busca de Fray Luis de León, que está considerada la primera incursión arqueológica de la historia de la ciudad, logró rescatar los restos óseos que hoy descansan en el Real Capilla de las Escuelas Mayores
Toda vez que aún no existe una máquina del tiempo, todo se andará, la arqueología permanece como forma única de viajar al pasado. Los restos sepultados bajo tierra a menudo hablan y cuentan, a través de esta ciencia, cómo eran los primigenios pobladores del territorio. El subsuelo de Salamanca, en concreto, está repleto de información sobre su origen, atribuido al Cerro de San Vicente, pero también existen numerosos vestigios en el altiplano de enfrente, donde se ubica el parque arqueológico del botánico y donde afloraron los restos del Colegio Mayor de Cuenca, la calle de San Pedro y el imponente Convento de San Agustín, de nuevo protagonista ahora de nuevos hallazgos.
La obras de renovación del pavimento y mejora de la accesibilidad en la plazuela de San Bartolomé, iniciadas hace apenas unas semanas, sirvieron para dar con restos de muros y de suelos vinculados al Convento de San Agustín. Así lo confirma a Ical el arqueólogo municipal, Carlos Macarro, quien reconoce que “hechas las comprobaciones y los encajes pertinentes, sí se ve que coinciden”. Se trata de una pequeña porción que correspondería a parte de un edificio adosado, que era la portería del convento, así como la traza de un muro de la iglesia de San Agustín. “Era la iglesia de San Pedro, una fundación románica que, durante el siglo XVI, fue reconstruida por Juan de Álava y era un edificio de gran interés que quedó destruido en el siglo XIX a partir de la invasión napoleónica y, luego, el desmantelamiento final de las fábricas constructivas a lo largo del siglo”, resume.
Ahora será la Comisión de Patrimonio quien determine si, en base a su garantía de conservación y a sus posibilidades de exposición digna, merece la pena su musealización o si, por el contrario, se vuelve a tapar. Para eso, entre otras cuestiones, está el citado organismo, que tiene su origen en la llamada Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos que, en pleno siglo XIX, se embarcó en la considerada como la primera expedición arqueológica de la historia de Salamanca. Una peripecia que viene recogida con todo detalla en un facsímil conservado en el Museo Provincial de Salamanca, gestionado por la Junta de Castilla y León y cuyo director, Alberto Bescós, tuvo a bien ceder a Ical para su consulta. Se trata de una recopilación de documentos que además está prologada por el actual consejero de Cultura, Gonzalo Santonja.
Viaje al siglo XIX
El acta de constitución de la expedición, fechada el 25 de noviembre de 1854, se ubica en el despacho del entonces gobernador civil, José Maldonado, marqués de Castellanos, a la sazón presidente de la Comisión. Saluda asimismo al deán de la Catedral, Sandalio Ignacio Buitrago, como vicepresidente, y a las dos vocalías, encarnadas en el pintor Pedro Micó y en don Mariano Alegría. Según relata, el gobernador propuso ante estos presentes, “para mayor lustre de la ciudad” e incluso “por decoro nacional”, la búsqueda de los restos mortales del célebre Fray Luis de León “antes de concluyan de desaparecer los últimos vestigios de donde fue enterrado”. Así, se proponen por unanimidad recabar datos y testimonios sobre cuantos pudieran arrojar luz acerca de su paradero.
El primer relato, fechado mes y medio después, el 12 de enero de 1855, en Mondragón, recoge el parecer de Fray Miguel Huerta, quien reconoce haberse ocupado repetidas veces y “por curiosidad” de leer los epitafios inscritos en las lápidas mortuorias de los sepulcros en los que yacían sus antecesores, todos ilustres doctores de la Universidad de Salamanca. Menciona a Fray Luis de León, sí, pero también enumera a Ponce de León y los maestros Terán, Manzano, Vidal, Díaz y Madariaga y advierte que sus sepulcros estaban “intactos” al menos hasta 1809. Sin embargo, reconoce su “decrépita memoria” y alude a un libro que supuestamente se hallaba en la Biblioteca universitarias, pero no era así.
Exclaustrados, caballeros y ancianos ofrecen testimonio ante la testaruda Comisión. Nada interesante hasta llegar el turno de un antiguo vocal, Agapito López del Hoyo, quien menciona una gran lápida junto al altar de Nuestra Señora del Risco y su indicio es confirmado el 5 de febrero de 1856 mediante una comunicación firmada por Manuel José Quintana en la que también alude a un claustro bajo el Convento, como había hecho López del Hoyo, aunque reconoce que su aportación es de carácter “imperfecto y superficial”, consciente de los estragos producidos en el edificio por la revolución y la guerra. Además, difiere en la ubicación exacta, pues cree recordarla “contra la pared” y no en el suelo o al lado de ningún altar.
El facsímil recoge entonces una suerte de recopilatorio de los indicios recabados hasta el momento, que se remonta a la propia muerte de Fray Luis de León el 23 de agosto de 1591 a la edad de 64 años. Su cadáver fue trasladado a Salamanca desde Madrigal de las Altas Torres, en la provincia de Ávila, donde se produjo su deceso. Asegura entonces la Comisión que su enterramiento se produjo efectivamente en el Convento de San Agustín, más concretamente, en el claustro, en un paraje llamado ‘El ángulo de los santos’, cerca de la sacristía y donde compartió emplazamiento con otros ilustres agustinianos. Así, cita referencias bibliográficas que recogen el hecho y que apuntan a que allí estaba el altar de Nuestra Señora del Pópulo.
La recopilación se pierde buscando coincidencias sobre el epitafio y recuerda el incendio acaecido en 1744, que, según presumen, pudo alterar el emplazamiento de los restos debido a las restauraciones posteriores. En cualquier caso, según el relato, la última vez que fue vista de una pieza se remonta a 1809 por el padre Huerta. Poco después, el lugar fue volado por los franceses y quedó severamente dañado. Cuenta el documento con malicia que, en 1825, un arquitecto de Valladolid quiso reformarlo al estilo greco-romano y que “afortunadamente” la falta de fondos impidió que se consumara tal “profanación artística”. El caso es que, con esta amalgama de datos, creyeron determinar el lugar exacto cotejando con lo recogido en el tomo primero de la ‘Historia del Convento de San Agustín de Salamanca’ del maestro Vidal.
La exhumación
Así que poco más quedaba que coger el pico y pala y remangarse en la ruinas del Convento. Y así se hizo el 3 de marzo de 1856, según el acuerdo tomado en la Comisión unos días antes, y gracias a la generosa financiación de la Usal, que consignó hasta 1.000 reales, y del obispo, que arrimó otros 400. Allí se presentó una subcomisión formada por el librero y anticuario Mariano Alegría, el arquitecto Tomás Cafranga y el jurista Vicente de la Fuente, al mando de una cuadrilla de seis jornaleros y un capataz o sobrestante, que a las tres horas de excavación dieron con la puerta del claustro. Con esa referencia, ya por la tarde, hallaron una primera lápida con las inscripciones incompletas ‘Pon’… ‘sis’… ‘tis’, que atribuyeron a Ponce de León, sobrino de Fray Luis y que, según cronistas, descansaba “más abajo”.
Al día siguiente siguieron excavando y constataron las “tristes sospechas” de que habían sido robadas lápidas sepulcrales, lo que, sin duda, complicaría llegar a buen puerto. Hasta la tarde del viernes 7 no encontraron más indicios de lápidas, pero unos restos de cal junto a la pared de la sacristía les dieron la pista sobre la ubicación allí del altar de Nuestra Señora de Pópulo, creencia confirmada ya el sábado por la aparición de vestigios del mismo, incluido del escalón de acceso, construido en ladrillo. A la semana siguiente, los días 10 y 11, continuaron los trabajos para acceder a la parte meridional del claustro para ver si allí continuaban el resto de sepulcros, hasta que el miércoles 12 se convino que la exhumación estaba en disposición de realizarse un día después.
Así, el 13 de marzo de 1856, en presencia de los miembros de la Comisión, se procedió a la apertura del único ataúd que se encontró en el lugar. Medía seis pies, tenía rota la cubierta y las maderas estaban “totalmente podridas”. Una vez retiraron toda la tierra que había alrededor y dentro de la caja, hallaron un esqueleto “en completa disolución, colocado de poniente a oriente, con la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, los brazos tendidos, la dentadura casi completa, pero tan consumido que no fue posible extraer íntegro el cráneo, a pesar de las muchas precauciones que se tomaron”. Fueron testigos de aquello los firmante del acta de defunción, entre los que figuraban representantes municipales, profesores universitarios y otras “personas distinguidas”.
Entre las razones que explican que atribuyeran aquellos restos a Fray Luis de León figuran que el resto de esqueletos aparecidos en la zona, unos diez o 12, estaban enterrados sin ataúd, como era costumbre entre los frailes. Se considera “probable”, entonces, que Fray Luis hubiera sido sepultado en la misma caja en la que viajó desde Madrigal. Además, también lo explican por el traslado que estuviera más deteriorado que los demás, pues no fue embalsamado en un pueblo “pobre y pequeño” como el que asistió a su deceso, así como su postura, también diferente. Sin embargo, la principal razón que esgrimen para identificar el cadáver es su ubicación, en base a los testimonios recogidos previamente y a los escritos aludidos.
Tras el hallazgo, recoge el facsímil que cuando la comisión “rebosaba de júbilo” por el feliz descubrimiento realizado en Salamanca tuvo que hacer frente a los rumores, recogidos en los periódicos de la Corte, sobre el interés en despojar a la ciudad del Tormes de los restos del literato. “Hay objetos que son dignos de admiración y entusiasmo en determinados sitios y fuera de ellas parecen harto heterogéneos”, advierte por escrito la Comisión. Un grupo de médicos de la Usal se encargó de examinar los huesos y de colocarlos de nuevo en la caja. El último documento reunido en el facsímil recoge el acta de entrega de los restos a la Universidad de Salamanca para que descansen hasta hoy en Real Capilla de la Escuelas Mayores.
El Ayuntamiento de Salamanca, que está volviendo a actuar en la zona que corresponde al antiguo Convento de San Agustín, activa por defecto a la Comisión de Patrimonio para que supervise los trabajos desde el punto de vista arqueológico. Macarro explica que se trata del mismo lugar en el que aquellos primigenios aventureros se adentraron. Una peripecia pionera e histórica, independientemente de sus resultados. “No se yo si puede ser cierto o no, pero más que que sea cierto que la tumba que buscaron y que creyeron encontrar sea la buena, la veraz, es más la iniciativa, el carácter científico que tuvo aquella investigación en la que participó gente solvente de la Universidad. Sobre todo, por su carácter pionero y romántico”, valora.
Así, el arqueólogo municipal considera, pues, que aquella fue la primer incursión arqueológica de Salamanca, “en sentido estricto”. Además, destaca que “está documentada, con un planteamiento inicial, estudios previos, investigación y la participación de científicos y técnicos de distintas disciplinas”. “Los restos óseos se analizaron por médicos. Tuvo unos componentes de carácter científico y arqueológico que permiten considerar que fue la primera expedición arqueológica de carácter exploratorio y científico que hubo en la ciudad”, certifica. Y recuerda que data de mediados del siglo XIX, “una época muy temprana en la que la conocida como ciencia estaba en ciernes”.
En la búsqueda de un veredicto sobre si realmente aquellos hombres dieron o no con los restos mortales de Fray Luis de León para entregárselos a la Usal, donde hoy descansan, Carlos Macarro reflexiona sobre la importancia, en este caso, de la simbología. “Es difícil de determinar. Actualmente hay misiones para buscar restos de gente ilustre y solo se constatan los hallazgos si se puede contrastar con ADN, o si encuentran algún epitafio esclarecedor. En fin, el mundo de los enterramientos y de los huesos es un mundo un tanto escurridizo. Pero creo que en el fondo da igual, lo bonito fue la iniciativa, el carácter de la expedición y su romanticismo”.
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