Historia

¿Qué figuras zoomorfas dan nombre a un famoso Tratado castellano?

Se trata del conjunto escultórico vetón más famoso de España

Toros de Guisando en Ávila
Toros de Guisando en ÁvilaLa Razón

Muchas son las joyas escultóricas que existen en España. Algunas de ellas se crearon en tiempos inmemoriables, y fueron las artífices de grandes acuerdos entre pueblos. Las más famosas son unas esculturas vetonas zoomorfas que existen en nuestro país. Zoomorfo es un adjetivo que califica o describe cualquier objeto que presenta o tiene un grado de parentesco animal. Se pueden encontrar infinidad de objetos escultóricos con formas zoomórficas, sobre antiguas ruinas, como por ejemplo estelas funerarias, amuletos, o utensilios religiosos.Las formas animales zoomorfas se encuentran en pinturas, esculturas, artes decorativas, textiles y arquitectura.

El conjunto escultórico vetón son los “Toros de Guisando” que se ubican en el termino municipal abulense de El Tiemblo. Datan entre el siglo IV y siglo III a. C., durante la Edad del Hierro, aunque de forma incierta por la falta de contexto arqueológico. Se trata de cuatro esculturas, aunque se conocieron cinco hasta el año 1548. Están realizadas en granito y representan cuadrúpedos, identificados como toros o verracos (cerdos sementales); se prefiere suponer que se trata de toros, ya que algunas de las piezas presentan en la cabeza oquedades consideradas para la inserción de cuernos.

Las cuatro esculturas se encuentran costado contra costado, formando una línea en dirección norte-sur y todas ellas mirando hacia el oeste, a la loma del cerro de Guisando, del que reciben su nombre, dejando a sus espaldas el arroyo Tórtolas, frontera natural que separa las comunidades de Castilla y León y Madrid.

Los cuatro se encuentran esculpidos en granito y tienen una longitud entre 264 y 277 cm y entre 129 y 145 cm de altura. Disponen de basa. En dos de ellos se aprecian inscripciones en latín.

 

Como anécdota se encuentra que ese conjunto escultórico dio pie a un famoso Tratado, el firmado el 19 de abril de 1468, una jura junto a los famosos verracos de piedra prerromanos, por el cual se establecía que la sucesora de Enrique IV de Trastámara, Rey de Castilla, que no tenía hijos varones, era Isabel, su media hermana, en perjuicio de su hija Juana, que pasó a la historia como «la Beltraneja».

Enrique IV de Trastámara generaba muchas dudas entre los nobles castellanos, que ante la falta de descendencia del monarca —apodado «el impotente»— apostaban por el hermano de este, Alfonso, para asegurar la sucesión. La otra opción era designar heredera de la corona a Juana, hija de Enrique, de quien se decía que en realidad lo era de Beltrán de la Cueva, pero su candidatura contaba en ese momento con pocos partidarios. Un año después, los derechos dinásticos de Alfonso fueron recogidos en «La Farsa de Ávila». Pero su muerte en julio de 1468 dio al traste con el plan de la nobleza castellana, y provocó que se tuviese que buscar otra alternativa.

 

Mediante tal tratado o concordia, todo el reino volvía a la obediencia del rey y a cambio Isabel pasaba a ser princesa de Asturias y recibía un amplio patrimonio. El matrimonio de la princesa debía realizarse solo con el consentimiento previo del rey. Juana, la hija de Enrique IV, quedaba desplazada de la posible sucesión, al declararse nulo el matrimonio del rey y la reina.

Sin embargo, la boda de Isabel con Fernando, el heredero del trono aragonés, celebrada en 1469 en Valladolid y que no contaba con la aprobación del rey, motivó el repudio de la Concordia por Enrique IV. El rey reconoció nuevamente los derechos de su hija Juana en la Ceremonia de la Val de Lozoya (25 de noviembre de 1470).