Cultura
El rostro que alumbró tantos saberes centenarios
Salamanca rinde homenaje al rey Alfonso IX, fundador de su Universidad, con la talla de un medallón en la Plaza Mayor a cargo del experimentado escultor Óscar Alvariño, autor de otras seis efigies en el ágora charra
Apenas seis metros cuadrados de superficie inestable. Polvo en cada rincón, toda suerte de herramientas y artilugios, y una estrecha banqueta para destensar la postura. Aunque la puesta de sol avanza inexorablemente, julio no perdona y sigue castigando sin piedad al atardecer. El estío, que no entiende de arte ni de trascendencia histórica. Tampoco de deudas y honores, de espacios singulares ni de saberes y miradas regias. Por encima del común de los mortales, aunque imbuido en su incesante trasiego, un escultor acaricia a suave latido de cincel la piedra virgen de Villamayor engarzada en la enjuta entre dos de los 88 arcos que envuelven la plaza Mayor de Salamanca.
Exactamente, es el lugar en el que siempre estuvo el rostro de Alfonso IX, un joven rey de León que alumbró conocimientos ocho veces centenarios, aunque, hasta ahora, era imposible verlo. Su revelación al mundo es la obra del artista madrileño Óscar Alvariño, quien, ajeno a las miradas, trabaja sin prisa pero sin pausa en el interior de un pequeño cubículo de madera que oculta un andamio metálico de dos pisos. El escenario lo conoce bien. Es la séptima vez que convierte el ágora charra en su taller particular para extraer de sus entrañas un nuevo testimonio de la historia que regalar a salmantinos y a visitantes, a coetáneos y a venideros por unos cuantas generaciones, ojalá para siempre.
Debutó en 1986 retratando a Miguel de Unamuno y, seis años más tarde, se encargó de tallar a Elio Antonio de Nebrija, cuyo quinto centenario se celebró el pasado año. Otra efeméride, el 250 aniversario de la propia plaza Mayor, en 2005, sirvió para alumbrar el grueso de su obra en el ágora charra, que no estrena medallón desde entonces. Suyos son Fernando VII, Alfonso XIII, Juan de Borbón y la alegoría de la Primera República. ‘Séptimo’, como tituló el boceto ganador del concurso público convocador por el Ayuntamiento de Salamanca, coincide, por tanto, con el número de medallones que aglutina y da una idea de su experiencia en estas lides.
Existe una “particularidad básica” que diferencia un trabajo como este de cualquier otro encargo de obra pública, según reconoce a Ical el propio escultor en lo alto de un andamio al que se subió hacia las nueve de la mañana y del que, probablemente, no se bajará hasta las once de la noche. “Aquí se trabaja in situ en un entorno BIC y con un material, como es la piedra que está ya alojada en el arco, que es irreparable. Es decir, que el cuidado que tú tienes que poner en el trabajo es el de siempre, con el añadido de que es irreemplazable. Aquí no hay vuelta a atrás”, explica Alvariño, añadiendo que trabajar a la intemperie, pues el cubículo carece de techumbre, crea “muchos problemas”, resulta “muy incómodo” y exige “una mentalidad muy constante y sin fisuras” para afrontarlo “a pecho descubierto”.
Reconoce que el “orgullo profesional” es lo que le motivó a presentarse al concurso, aunque advierte que la autoría de estas obras conlleva un lado más ingrato. “Hay que ser sensatos. Para todos los visitantes de la plaza Mayor es un medallón más. Para los guías turísticos durante un tiempo será el último, el que se acaba de inaugurar. Pero, en realidad, lo que para los escultores es un gran reto, para el gran público es simplemente un objeto decorativo más que desconoce si está hecho ahora o hace tres siglos, quién lo ha hecho, con objeto de qué, ni cómo se hace. Creen que esto viene así del almacén y se pone. Entonces, es difícil. No digo que haya decepción, pero esto quien más lo valora son los propios profesionales”, reflexiona.
Técnica y procedimiento
La propuesta, entonces, es explicar “cómo” y la respuesta es, según el artista, “como se hacía en la antigüedad”. El proceso parte, en todo caso, del modelo presentado al concurso de ideas. El jurado consideró que su boceto fue el mejor de los 13 presentados, entre otras cuestiones, por el “profundo conocimiento” que demostró sobre el monumento, la integración y armonía de la pieza, así como por la incidencia de la luz para plantear la disposición del busto y potenciar el claroscuro en los rasgos del personaje. “Podía ser en cualquier material: escayola, resina de poliéster, terracota, madera.. Yo lo modelé en barro e hice un molde para positivarlo en escayola y lo traje. Luego hay que trasladarlo a la piedra, que ya está alojada aquí, que está virgen”, comenta.
Ahí, Alvariño, que es profesor titular en el Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, se vale del procedimiento de talla en piedra utilizando el sistema de reglas para sacar puntos. “Vamos tomando las referencias del modelo de escayola y lo trasladamos a la piedra con un trabajo exhaustivo y metódico para alcanzar las profundidades que nos van dando la orientación del material que nos sobra y que tenemos que ir quitando, primero desbastando y luego ya, el proceso en el que estamos ahora, que es de afinar y depurar hasta que el punto desaparece”, resume el artista con intención pedagógica.
Una de las claves del resultado final, es el estado en el que se encuentra la piedra, algo que define como “una lotería” y que, por suerte o por desgracia, “influye en todo”. Y aunque le dieron a escoger entre dos enjutas, una vez que está hecha la primera cata ya no hay vuelta atrás, así que es una cuestión más de azar que de ojo de buen cubero. “Imaginemos que viene un gran pianista a dar un concierto en el Teatro Liceo y le damos el órgano de una iglesia que lleva sin afinarse 50 años y le faltan cuerdas y teclas. El pianista puede ser muy bueno, pero si al piano le faltan teclas pues, evidentemente, el sonido que va a escuchar la sala va a distar mucho de la partitura que él trae”, ejemplifica metafóricamente.
Según profundiza, la piedra se puede evaluar “por su grano fino, su calidad, su homogeneidad, su nobleza, dureza y porosidad”. “Si es idónea te permite modelar y moldear una gran parte de los volúmenes que hay en el modelo. Porque una cosa es la escayola y otra es su traducción en piedra. ¿Qué nos permite dibujar?. Si una fotografía tiene muchos píxeles por pulgada, permite la calidad suficiente para hacer una ampliación a tamaño póster en una valla publicitaria. Ahora, de una de una foto con píxeles como cajas de cerillas no puedes hacer un póster, porque entonces lo ves desenfocado. Esto es lo mismo. La piedra es la materia prima que tú tienes para tallar tu propuesta y es determinante”, apostilla, reconociendo que, a pesar de cierto detalles indeseables, en esta ocasión no está mal.
Una cabeza potente
Con dichos elementos, la idea es afrontar con la mayor fidelidad posible la representación del rostro de Alfonso IX de León, quien además de crear las primeras Cortes populares, creó en 1218 las ‘scholas Salamanticae’, germen de la actual Universidad de Salamanca. Un hito cuyo reconocimiento aún adeudaba la ciudad y que decidió saldar durante las celebraciones del octavo centenario, en 2018. Aunque por su condición de monarca debía de estar ubicado en el pabellón Real, lo está en el de Petrineros, en el lado oeste del ágora, cuya estructura iconográfica es más heterogénea pero esencialmente alberga a literatos, sabios y personajes de cultura. Alfonso IX de León fue un monarca que reinó joven y lo hizo con vigor, pero el conocimiento le hizo trascender.
“Por la historia que se conoce, sin ser historiador, efectivamente era un tipo que tenía las ideas claras y un carácter bastante enérgico, emprendedor y resolutivo. Tiene que tener cara de rey”, resuelve el escultor sobre su propuesta. Aunque reconoce que la documentación que existe “no es fiable” porque “son cosas del Medievo que tampoco tienen un carácter muy ilustrativo” sí hay algún dato de la corona, pero poco más. “Si ves otros frescos de la época, posiblemente veas que la imagen es muy similar, muy de arquetipo. Pero este tiene ese carácter enérgico, por la mirada, pero a la vez pensativo. No es un rey guerrero, su aportación es a la cultura con la universidad salmantina, pero sí concienzudo y con una mirada que te haga temblar”, reflexiona.
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