Cataluña

Coronavirus: La epidemia de baile que asoló Europa en el siglo XVI

Una mujer, Frau Troffea, contagió en 1518 a 400 personas que no podían dejar de bailar compulsivamente hasta llegar a morir por infartos, derrames cerebrales y agotamiento

Un gravado de Hendrik Hondius II (1597-1651) que retrata a tres mujeres afectadas por la epidemia de baile, cada una de ellas sujetada por dos hombres
Un gravado de Hendrik Hondius II (1597-1651) que retrata a tres mujeres afectadas por la epidemia de baile, cada una de ellas sujetada por dos hombresArchivo

El mundo vive conmocionado a causa de los estragos del coronavirus y el confinamiento y la angustia que representa. Sin embargo, los seres humanos han vivido todo tipo de plagas, epidemias y pandemias a lo largo de su historia. Aunque ninguna más extraña como la llamada “epidemia del baile” o coreomanía, que asoló en diferentes periodos a Europa central.

El caso más documentado es el protagonizado por Frau Troffea. Esta mujer salió de su casa un buen día del mes de julio de 1518 y de pronto, por algún motivo inexplicable, empezó a bailar. Nada indicaba que le ocurriese mal alguno, ni tenia ningún tipo de trastorno psicológico. Simplemente, salió a la calle y empezó a bailar, y no sólo eso, sino que no podía detenerse. A veces caía desfallecida, y parecía quedar en letargo, pero al levantarse siempre volvía a sus coreografías.

Bailó sin descanso durante tres días, con el cuerpo exhausto, hasta que las autoridades decidieron inmovilizarla y trasladarla a un sanatorio. Al cuarto día, había cerca de 30 personas que, como Frau Troffea, también bailaban de manera compulsiva sin saber qué estaba ocurriendo. Las autoridades, aconsejados por los médicos de la zona, decidieron organizar una banda de música y dejar que todas aquellas personas, que creían que habían caído en una especie de histeria colectiva, se desfogasen. Incluso contrataron a músicos de pueblos cercanos y a bailarines para estimular esta especie de “fiesta”.

Unos días después, 400 personas de la localidad se habían contagiado de aquel extraño fenómeno. Los médicos creían que la sangre se había calentado y al llegar a su cerebro había provocado estos espasmos involuntarios en forma de baile. Lo raro es que ninguno tenía los mismos espasmos, sino que eran respuestas inconscientes a una especie de música interna al que todos estaban obligados a seguir. Los vecinos estaban aterrados, porque uno era consciente de no tener control real del propio cuerpo y muchos murieron de agotamiento o sino de infartos o derrames cerebrales.

La epidemia duró hasta principios de septiembre, cuando desapareció tan misteriosamente como había aparecido. Las autoridades investigaron el caso y mantuvieron en sanatorios a los afectados que habían participado de aquel baile durante meses, intentando averiguar las causas reales de aquella epidemia.

Los historiadores todavía no se han puesto de acuerdo con la razón que llevó a todas esas personas a bailar hasta la muerte. La causa más plausible es el consumo de cornezuelo, un hongo que contiene alcaloides que contienen ácido lisérgico. Crece junto al centeno y la cebada, así que en la Edad Media no era extraño encontrar trazos en las hogazas de pan. Las intoxicaciones por este motivo, sin embargo, provocaban necrosis y gangrena, algo que no pasaba a las víctimas de la epidemia de baile. Además, los movimientos espasmódicos que provocaba este alcaloide era abruptos y descontrolados, mientras que los de Frau Troffel tenían cierta armonía que los hacía iguales a una coreografía popular.

El misterio continúa y se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. La mayoría de casos se sucedían en momentos de gran hambruna, lo que ha llevado a la hipótesis que el hambre podía provocar fiebres altas que provocaban el descontrol y el desenfreno. “Varias mujeres que cada año visitan la capilla de San Vito en Drefelhausen (...) bailan locamente todo el día y toda la noche hasta que se desmayan en el éxtasis. De esta manera vuelven en sí de nuevo y recuerdan poco o nada hasta el próximo mes de mayo, cuando se ven obligados de nuevo (...) en torno al día de San Vito a volver a ese lugar (...) Se dice que una de estas mujeres ha bailado cada año durante los últimos veinte, otra un total de treinta y dos”, escribía el profesor de medicina alemán Gregor Horst en 1552.

El primer incidente relacionado con este mal se remonta al año 1020 cuando en la localidad alemana de Bernburg 18 campesinos comenzaron a cantar y bailar sin descanso en la víspera de Navidad. En el año 1237, un grupo de niños caminó desde Erfurt a Arnstadt​, un total de 25 kilómetros, cantando y bailando todo el camino, lo que dio pie al célebre cuento “El flautista de Hamelin”. En 1278, 200 personas no dejaron de bailar en un puente sobre el río Mosa en Alemania y la estructura acabó cediendo matando a la mayoría. Y el 24 de junio de 1374, un brote en Aquisgrán que se inició el 24 de junio se extendió por Colonia, Flandes, Franconia, Hainaut, MEtz, Estrasburgo, Tongeren y Utrecht, llegando el recuento de afectados a superar el medio millar. Incluso el pintor Pieter Brueghel el viejo fue testigo de un brote en Flandes en 1564.

El último caso reportado fue en Madagascar en 1840 y no ha vuelto a reproducirse. Ha tenido brotes paralelos, como los que se asociaba en Italia a la picadura de una araña y que dio pie al baile de La Tarantela, pero nunca se consiguieron pruebas de que la picadura de cualquier insecto pudiese tener como efecto controlar el cortex motriz de un ser humano adulto. Lo que sí se sabe es que Stan Lee se inspiró en esta leyenda para su particular Spiderman.