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Marsella, 1720: Saltarse su “nueva normalidad” acabó con la vida de 40.000 personas

La peste era una constante y todos tenían sus propias leyes de protección, hasta que un barco que comerciaba con Oriente se la saltó e inició el brote que mató a la mitad de la población

La imagen de una Marsella arrasada por la peste por no respetar las medidas de su"nueva normalidad"
La imagen de una Marsella arrasada por la peste por no respetar las medidas de su"nueva normalidad"La RazónArchivo

Entre junio y octubre de 1720, entre 30.000 y 40.000 personas murieron en Marsella, y todo por las malas prácticas y la avaricia de los responsables de un único barco, el “Gran San Antonio”. La epidemia se extendió a la localidad de Tolón, donde murió la mitad de su población, y se calcula que un total de 90.00 a 120.000 de toda la Provenza, cuya población en aquellos años era 400.000. Ahora que todos nos quejamos del infierno de esta “nueva normalidad”, está bien recordar que si existe es por una buena razón.

Las autoridades le negaron la entrada a Livorno, actuación que salvó innumerables vidas de la población autóctona, y el buque buscó entonces refugio en Marsella. El 25 de mayo se le niega también atracar en su puerto, pero se le permite varar en el muelle de la isla de Jarre, que ya entonces albergaba en cuarentena a los barcos sospechosos de contener la peste.

Por aquel entonces, el Vieux Port de la ciudad (viejo puerto) alberga la sede de la Oficina de Salud, donde los capitanes de los barcos tienen que llegar en bote para certificar su entrada en el puerto. El protocolo siempre es el mismo. Cualquier embarcación que llegue de Oriente, lugar donde se cree que se inició la peste, tiene que pasar primero por esta oficina de salud.

El capitán del barco informa sobre la muerte de los nueve marineros durante el trayecto, pero entrega tres diferentes informes que aseguran que la embarcación está libre de la epidemia. En Sidón (Líbano), el cónsul francés les entrega un expediente limpio, lo que certifica que el barco salió de su puerto sin enfermedad alguna. El cónsul de Tiro, donde subió otro cargamento, también reciben un expediente sin restricciones. Y por último en Trípoli, donde el barco tiene que atracar por problemas en la aleta de estribor, el cónsul vuelve a liberarle de restricciones.

Se les permite, por tanto, hacer cuarentena en la isla de Jarre. Sin embargo, dos días después, muere a bordo un nuevo marinero. Desembarcan el cadáver en la isla, pero el médico no ve ningún signo de peste. Esto hace que se empiece a revaluar la situación del barco. De momento, se descargan los almacenes de la embarcación, que incluyen fardos de algodón, que se envían a otro lugar de aislamiento. Aquí empiezan las decisiones de extraña lógica, ya que se permite la descarga a puerto de sus productos más valiosos, la seda.

Sin que el algodón pase ningún estudio previo, sólo dos días después se llevan del aislamiento los fardos llegado de el Líbano. Empiezan a distribuirse por toda la ciudad, sin que nadie haya visto que en su interior viven las pulgas que transmiten el bacilo de la peste. En pocos días, la peste ha infestado a todos los segmentos de la ciudad.

Los porteadores de aquellos fardos fueron los primeros en contagiarse. Después llegarían los barrios viejos, los primeros en recibir la mercancía, y después los nuevos. En realidad, todos aquellos fardos estaban destinados a la localidad de Beaucaire, donde el 22 de julio tenía que celebrarse una importante feria, pero el miedo a epidemias venidas del exterior hizo que se cancelara. Nadie de Beaucaire murió aquel años por la peste, demostrando cómo los grandes eventos son focos importantes de propagación de pandemias.

Toda la ciudad acabó confinada por un muro y para que nadie intentase escapar se estableció un cordón de tropas militares. La justicia acusó al capitán del barco, Jean-Baptiste Chataud, y al primer concejal, Jean-Baptiste Estelle, comerciante y destinatario de parte de las telas, de graves crímenes contra la salud pública. El primero aseguró que tenía las patentes obligatorias en Siria y que había informado debidamente a la oficina de salud de los casos ocurridos en el barco. El segundo murió de peste sin que se pudiera demostrar si había presionado para que se descargasen los fardos contaminados. Lo que sí se sabe es que el cuaderno de bitácora del capitán había sido manipulado para que las muertes de los marineros fueran determinadas por intoxicaciones alimenticias.

La epidemia de Marsella, eso sí, fue el primer paso para determinar que la peste tenía que ver con insectos o gusanos como agentes infectantes. Aunque la vacuna contra la enfermedad no se produciría hasta que un discípulo de Pasteur, el franco-suizo Alexandre Yersin, identificara el bacilo y consiguiera una vacuna en 1894, después de sus trabajos de estudio y contención de la enfermedad en Indochina.