Picasso

«Querido Pablo». Las cartas de María Picasso a su hijo pintor

LA RAZÓN accede a los papeles personales del artista malagueño relacionados con su madre

El artista guardó toda su vida estas misivas
Sobre de una carta de María Picasso a su hijo PabloMPP

Se suele decir que la obra de Picasso es en muchas ocasiones una suerte de álbum familiar donde el pintor fue representando a todas aquellas personas importantes en su vida. No necesitamos, por tanto, unas memorias porque los cuadros ya nos hablan por sí mismos. Pero, como pasa con muchos memorialistas, no siempre se cuenta la verdad y para que está surja tenemos que acudir a las fuentes originales, a los documentos de época que nos narran un relato que puede haber quedado borrado o distorsionado por el paso del tiempo. Por ejemplo, para poder saber más sobre la relación de Pablo Picasso con su madre María debemos acudir a las cartas que se han conservado y que se guardan en el museo parisino que lleva el nombre del autor de “Las señoritas de Aviñón”. Este diario ha podido consultar algunos de esos documentos. Antes de entrar en ellos debemos preguntarnos quién fue María Picasso López.

Nuestra protagonista nació en Málaga en 1855, fue la segunda de las hijas del matrimonio formado por Francisco Picasso Guardeño, un comerciante que trabajó como funcionario de aduanas en La Habana, e Inés López Robles y que acabaron teniendo seis hijos. En 1878, la joven María conoció a un pintor llamado José Ruiz Blasco, con quien se casó en 1880. Un año más tarde, el 25 de octubre de 1881 nació el primer hijo de la familia: Pablo Ruiz Picasso. A él le siguieron Conchita -muerta prematuramente- y Lola. Siguiendo los pasos de don José como profesor de pintura, los Ruiz Picasso anduvieron por La Coruña y, finalmente, Barcelona donde se acabaron instalando.

En los Archivos Picasso hay algunas misivas de doña María a su célebre hijo. No hay copia de las respuestas del artista a su madre que se conservan en los archivos de los descendientes barceloneses del pintor y que, todavía hoy, no pueden ser consultadas por los investigadores. Lo que este diario ha podido consultar es una buena muestra del carácter afectuoso que siempre hubo entre ellos hasta cierto incidente sucedido en mayo de 1930. No adelantemos acontecimientos y veamos un ejemplo del diálogo epistolar de la madre con su hijo en esta misiva fechada en Barcelona el 7 de septiembre de 1918, pocas semanas después de que Pablo se hubiera casado con Olga Khokhlova, una bailarina de la compañía de los Ballets Rusos:

“Querido Pablo:

He recibido carta de Concha Mª y Adelita dándole la enhorabuena y encargándome te la de a ti y Concha me dice que debo estar muy contenta porque no estando contigo yo, es mucho mejor que estés casado y que Dios hará que seas muy feliz. Que cuando le escriba le diga cómo se llama mi nuera ahora. Cuando le escriba le diré que se llama Olga y buscaré alguna carta tuya que creo me decías el apellido que creo que es una cosa de choclo, vamos como algo de que decimos a las gallinas. Yo creo que lo encontraré pero tú me lo puedes decir en tu carta para tener seguridad en lo que digo”.

A doña María le gustaba recibir cartas de su hijo, su única manera de tener noticias de cuanto le pasaba a Pablo en París, además de recibir una ayuda económica. Ese es el caso de una misiva del 5 de septiembre de 1924, de nuevo redactada desde Barcelona:

“Querido Pablo:

Estaba apuradísima sin recibir carta tuya pues cuando llegaste allí me enviaste una postal y a los pocos días otra y no más; gracias a Olga que me ha escrito y me ha enviado fotografía. Ya no te la escribía porque como me habías mandado el cheque pudieras creer que me hacía falta pero esto mismo me hacía estar muy preparada porque como eres tan exacto en esto no sabía qué pensar. Hasta se me ocurrió si no estarías contento porque no había aceptado vuestra invitación para pasar el verano. Pero ahora veo por tu carta que son [ilegible] de mi pobre imaginación y quedo como siempre sumamente agradecida a tu envío que ya he cobrado”.

Las relaciones entre madre e hijo fueron buenas hasta que a principios de mayo de 1930, Picasso descubrió que algunas de las muchas obras de juventud que había dejado en la casa familiar de Barcelona habían sido robadas para aparecer después en venta en el mercado parisino. Eran un total de 391 dibujos y una decena de pinturas que el artista batalló legalmente por recuperar. De esta manera supo el 20 de marzo de ese año, un catalán llamado Miquel Calvet y un americano del que se desconocía su identidad -y que resultó ser el crítico de arte Joan Merli-, se presentaron en el número 7 del Paseo de Colón y le confiaron a doña María que eran grandes amigos de su hijo. ¿El motivo de la visita? Estaban haciendo un estudio autorizado por el mismísimo Picasso de su primera producción plástica. Le enredaron para que pudieran llevarse unos cuantos cuadros y dibujos a cambio de 1.500 pesetas. Hasta el 28 de julio de 1938, Picasso no pudo recuperar lo que era suyo. Esta vez no quiso que esos trabajos volvieran a Barcelona: la Guerra Civil no hacía posible ese retorno.

“Barcelona está de luto”

Pese a esos problemas, madre e hijo siguieron escribiéndose. Entre los papeles del pintor hay alguna carta redactada en los primeros días de la Guerra Civil, como esta del 25 de julio de 1936: “Estamos mejor puesto que ha cesado el tiroteo. Solamente de cuando en cuando suenan algunos tiros. En cambio, incendios no faltan pues que yo sepa son diez y seis en el que tenemos delante de la galería aún quema y tenemos doce monjas muertas de pie al muro que linda con nuestra casa y han quemado otras y delante de la [ilegible] en el paseo de San Juan delante que está toda quemada, otras tantas monjas nuestras para divertirse de ellas. Esto no lo dicen los periódicos. Salieron las tropas para Zaragoza bien pertrechada de corazones y sanidad. Veremos el resultado. Chicos jovencitos en mangas de camisa, algunos con uniforme, otros chaquetas, de pie en los camiones y apretados (…) ¡Cuánta sangre derramada! Barcelona está de luto”.

María Picasso López, como ha podido determinar Rafael Inglada, especialista en el pintor, falleció en 1938 de oclusión intestinal en el domicilio de su hija en el Paseo de Gràcia barcelonés. Está enterrada junto a su marido en el cementerio de Poblenou. Su hijo Pablo nunca visitó su tumba.