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Waldo de los Ríos, el músico que no quiso trabajar con Kubrick

El periodista Miguel Fernández publica la biografía definitiva del músico

El músico y compositor Waldo de los Ríos
El músico y compositor Waldo de los RíosRoca Editorial

Hubo una época en la que Waldo de los Ríos fue la banda sonora de todo un país. Sus personales y arriesgadas lecturas de Beethoven, Mozart o Verdi lo convirtieron en un auténtico superventas en los años setenta, un músico seguido por muchos en todo el mundo, logrando la admiración del mismísimo Stanley Kubrick. Pero su éxito fue a la par de la lucha por combatir sus muchos demonios internos, una lucha que le acabó costando la vida. Tras su muerte, la vida y la obra de Waldo de los Ríos quedó sepultada bajo un silencio que ha durado hasta fecha reciente.

En estos días ha aparecido en formato digital “Desafiando al olvido” (Roca Editorial), un monumental trabajo del periodista y escritor Miguel Fernández que es la primera biografía completa del músico. El libro, que en junio se publicará en papel, es el resultado de una intensa labor de investigación en Argentina y España, la reconstrucción de una vida que empezó a silenciarse el día después de que De los Ríos se suicidara en su casa de Madrid. El autor, en declaraciones a este diario, explica que ha tratado de saber por qué el músico decidió acabar con su vida el 28 de marzo de 1977. “Esa es la pregunta que queda cuando alguien decide suicidarse: ¿Por qué? Es tan brutal esa decisión que deja una sensación de impotencia o rabia. Creo que en el fondo que cuando te lo preguntan lo que quieren decir es qué pude haber hecho yo para evitarlo, cómo no nos dimos cuenta… Hay una cierta culpa detrás de esa pregunta a la que nadie puede darle respuesta porque eso solo está en la mente, en este caso, de quien apretó el gatillo de la escopeta”, apunta el biógrafo.

Adentrarse en Waldo de los Ríos no ha sido fácil porque “partíamos de toda la basura, de todo el espectáculo mediático que se generó en torno al suceso y el personaje. Estábamos en marzo de 1977 y por un lado estaba el buen gusto, la moral imperante en la época que impedía que se hablara de suicidas, pero tampoco de bares homosexuales y vida nocturna. También estaban aquellos que pensaban que la libertad implicaba hablar de todo y entrar en la vida privada. Era un tiempo tan convulso y radical que eso generó una espiral sobre el personaje que lo encalló. A mi me daba miedo que ese detalle, esa circunstancia final se comiera 42 años de una vida. Sopesé la importancia y la extensión que debía tener cada cosa en el gran mosaico de la vida para que no quedara desproporcionado. El personaje que se ve en mitad del torbellino con una mochila propia de angustia, zozobra, miedo, complejos e incertidumbres. Tomó la peor de las decisiones”.

Waldo de los Ríos arrastraba con él muchos fantasmas internos, algunos procedentes de su infancia y juventud. Hijo de Martha de los Ríos, una célebre cantante argentina, pronto se dio a conocer como un niño prodigio, el mismo que tocó el piano junto a Manuel de Falla en su exilio en Alta Gracia. “En 1974 se quejaba a su madre que desde que tenía uso de razón era objeto de atención, de análisis, por ser el hijo de Martha de los Ríos, una mujer que no estaba casada. Waldo fue un director joven que se desarrolló con todas las figuras que siguieron a la caída del peronismo en Buenos Aires. “Siempre he tenido un foco, una mirada valorativa sobre mí”, decía. Así que tenía ese sentimiento de angustia por ser siempre objeto de atención y de opinión”, explica Miguel Fernández.

La música fue la manera de escapar de todo eso, algo que demostró precozmente. A los nueve años fue capaz de componer su primera sinfonía y a los trece ya era el pianista una orquesta que daba conciertos por el continente americano. “No tuvo una infancia ni una adolescencia corrientes. Además lo debía hacer bien porque sino el público habría abucheado a la madre y ella no hubiera permitido que su hijo desafinara o desentonara. Que a los diez años estuviera sentado en las rodillas de Manuel de Falla tampoco era algo frecuente. No sé si era prodigio, pero sí singular”, apunta.

A medida que el prestigio y la fama del músico fue creciendo, también lo hicieron las propuestas que le llegaban. Alguna de ellas no se llegó a materializar por su imposibilidad para llevarla a cargo, como es el caso de la banda sonora de “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick. Waldo de los Ríos le dijo que no. ¿Fue un error? El biógrafo cree que no porque “Kubrick quería una música muy determinada, pero Waldo no estaba muy seguro de que eso se ajustara a su concepto de música. Me parece un ejercicio de grandísima honradez. Que te llamara Kubrick era lo mejor que te podía pasar, pero no creo que él se arrepintiera. A él lo que le interesaba era su propia obra. Se encontraba en una situación casi de búsqueda de la mortalidad, de querer ser recordado”.