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Josiah Henson, el esclavo real detrás de “La cabaña del tío Tom”

Después de 40 años de esclavitud, ayudó a liberar a 118 hombres negros, construyó una de las paradas de los célebres trenes subterráneos, y contó su historia en la Casa Blanca y el palacio de Windsor

Josiah Henson, la persona que inspiró el personaje de tío Tom La RazónArchivo

Aquella novela que Lincoln aseguró que había provocado una guerra, “La cabaña del tío Tom”, de Harriet Beecher Stowe, tenía una base real y su nombre era Josiah Henson. La escritora, que nunca había pisado una plantación, leyó la autobiografía de Henson y la conmovió. Escribió entonces un libro que se convertiría en un auténtico “best seller”. Él puede que no viera ningún beneficio, pero la historia seguía siendo suya, eso nadie se lo podía quitar. Después de 40 años esclavizado decidió decir basta y ayudó a liberar a 118 esclavos negros, así como construir una parada segura para uno de los trenes subterráneos que llevaban a los esclavos a tierras seguras. Su historia era tan conmovedora que la leyeron en la Casa Blanca, los reyes ingleses en el palacio de Windsor, e incluso hizo llorar al cardenal de Canterbury.

Henson nació esclavo el 15 de junio de 1789, en una granja en la localidad de Port Tobacco, en Maryland. Su primer recuerdo vívido de su infancia fue la piel levantada de la espalda de su padre después de un castigo de 100 latigazos por haber golpeado a un hombre blanco que había intentado violar a su madre. Fue la última vez que lo vio. Los latigazos casi dejaban ver los huesos de su padre y como si no fuera suficiente, después, inconsciente por el dolor, le cortaron una oreja antes de venderlo como material defectuoso al sur.

Henson tampoco parecía que iba a quedarse mucho tiempo con su madre. Su dueño murió y pasaron a ser propiedad de otro hombre. Cuando era un niño de apenas nueve años, decidió separarle de ella y se lo vendió a un traficante de niños. Sin embargo, al poco tiempo, enfermó y el mismo traficante intentó recuperar su dinero vendiéndoselo otra vez al hombre que se lo había vendido. No aceptó, así que simplemente se lo devolvió sin coste alguno. “Mis primeros trabajos consistían en llevar cubos de agua a los hombres que trabajaban y a coger a los caballos., Al crecer, me dieron la responsabilidad de cuidar al caballo del amo, pero en seguida me pusieron una azada en la mano y compartí las mismas miserias que al resto de los hombres”, recordaba en su autobiografía.

EL dueño de su madre era un herrero alcóholico y algo trastornado llamado Isaac Riley. “Si no muere, me debes algún trabajo en mis caballos, herrero”, dijo el traficante y se marchó. Aquel niño enfermizo no sólo no murió sin que se convirtió en el capataz de su granja y el hombre de confianza de Riley para ir al mercado de la capital a comprar grano. Allí, poco a poco, se cobró la confianza de abogados, sacerdotes metodistas y otros respetables miembros de la comunidad que le ayudaron a conseguir financiación para comprar su propia libertad.

En 1828, Henson tenía ahorrados 350 dólares, una pequeña fortuna en aquella época, y le ofreció a RIley, en aquel momento arruinado, comprar su libertad. Al ver su indecisión, Henson se comprometió en pagarle otros 100 dólares. Riley por fin aceptó, pero a la hora de preparar el contrato, sustituyó 100 por 1.000, lo que significaba que Henson podría estar condenado para siempre a la esclavitud.

Con miedo que el despreciable Riley, quien se había quedado con su dinero, le volviese a vender, decidió fugarse. En ese momento estaba en Kentucky. Cogió una pequeña embarcación para navegar río arriba de noche. Henson no iba solo, le acompañaba su mujer y sus 4 hijos, que realizaron un viaje de cerca de 1.000 kilómetros para establecerse en Ontario, Canadá, donde no se permitía la esclavitud. “La verdad nunca se ha dicho del todo, la historia sería demasiado horrible. Podría llenar “La cabaña del tío Tom” de casos que me han pasado a mí o que he conocido y observado en los demás que prueban una y otra vez que los dueños de los esclavos caer en todos los diez mandamientos con total impunidad”, señalaría Henson al leer el libro de la señorita Harrier Beecher Stowe.

Al atravesar la frontera, un escocés que le ayudó a pasar las cataratas del Niágara le preguntó si iba a aprovechar para bien su libertad. Henson, en ese momento, se dio cuenta que tenía una deuda con todos los esclavos que había dejado atrás y prometió que una vez asentado haría lo que estuviese en su mano en no disfrutar de su libertad, sino ayudar a los demás a conseguirla.

Empezó a trabajar en granjas y pronto pudo comprar un terreno de 200 acres en Dawn donde construiría un asentamiento para esclavos fugados y que sería conocido como una de las paradas finales de los trenes subterráneos que llevaban a los hombres negros hacia la libertad. Hasta 500 personas a un tiempo llegaron a vivir en sus terrenos y el número total de personas que ayudó a salvar es incalculable. Además, empezó a utilizar su capacidad retórica para hablar en foros abolicionistas y proclamar la necesidad de liberar a todo ser humano bajo el yugo de la esclavitud. Incluso llegó a fundar el primer colegio sin segregación donde niños blancos y negros estudiaban como iguales.

En 1849 Henson escribiría su autobiografía y motivaría a Stowe a escribir su propia rendición de la historia. Cuando los esclavistas del sur leyeron el libro se indignaron por lo que llamaron “la falta desinformación del libro y su despreciable propaganda del norte”. Aseguraron que Stowe no tenía ni idea de lo que era vivir en una plantación ni conocía realmente lo que sucedía allí. Para defenderse, Stowe escribió un libelo en el que daba el nombre de todas las personas reales que habían inspirado su libro. Esto es lo que escribió para el personaje central del tío Tom: “El personaje ha sido referido como improbable, cuando la autora ha recibido la confirmación absoluta de su vida a través de una gran variedad de fuentes. Sólo hay que leer las memorias del venerable Josiah Henson para encontrar los paralelismo, ahora un pastor metodista en el asentamiento de Dawn, Canada”.

Según la Librería del Congreso, Lincoln cogió en préstamo el libelo de Stowe donde describía las claves de la novela días antes que firmara la proclamación de emancipación de los esclavos. Durante la campaña electoral de 1860, los republicanos repartieron 100.000 copias de “La cabaña del tío Tom”. “Si no hubiese habido la novela, no habría Lincoln en la Casa Blanca”, diría luego el senador Charles Sumner.

Henson morirá en 1883 en Ontario a los 93 años. Sus memorias tendrán dos reediciones intentando capitalizar el éxito de “La cabaña del tío Tom”. En los años posteriores, las dramatizaciones teatrales de la novela, en que actores blancos se pintaban de negro, desprestigiaron el libro. Pero la vida de Henson sigue mereciendo una gran reconstrucción. “El día de la ejecución estaba anunciado. Los negros de las plantaciones vecinas llegaron para ser testigos del castigo. Un herrero fornido llamado Hewes manejaba el látigo. EN los primeros 50 latigazos los gritos de mi padre podían oírse desde millas a la redonda. Entonces hubo una pausa. Sí, había golpeado a un hombre blanco, pero una propiedad tan valiosa no se podía estropear de esa manera. Unos hombres de juicio fueron a tomar su pulso. ¡Oh! Claro que puede aguantar, dijeron. Una y otra vez el látigo volvió a caer en su lacerada espalda. Los gritos cada vez eran más bajos, hasta que un pequeño y automático gemido era su única respuesta. Entonces le levantaron la cabeza apoyándola al poste al que estaba atado y le cortaron la oreja derecha, en un único corte limpio. Ataron la oreja al poste con el cuchillo. La multitud empezó a aplaudir y gritar ¡hurra! “¡Eso es lo que tienes por golpear a un hombre blanco!”. Así recuerda Henson la tortura a su padre.

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