Opinión
Maestros de escuela
Se celebra este sábado 27 de noviembre en España el Día del Maestro, y se ha escogido esta fecha en honor a san José de Calasanz, que nació en Peralta de la Sal (Huesca), a mediados del siglo XVI. Ordenado sacerdote en 1583, marchó a Roma en 1591, y allí fue testigo del desbordamiento del río Tíber y de las innumerables desgracias que ocasionó entre las capas humildes de la población. Para mitigarlas, fundó en 1597 la primera escuela cristiana, popular y gratuita de Europa, a la que bautizó como Escuela Pía, de la que son continuación las Escuelas Pías, actualmente presentes en cuarenta países repartidos por todo el mundo. En esa primera escuela recogió a los niños que por falta de medios económicos no recibían formación alguna y deambulaban desvalidos por las calles de Roma, haciendo así realidad su idea de que nadie quedara excluido del derecho a recibir una educación, que en aquel momento era privilegio exclusivo de las familias adineradas. Otra idea radicalmente novedosa fue la de reunir en un aula a un grupo numeroso de alumnos, pues lo habitual era que la enseñanza se impartiera individualmente o en pequeños grupos a cargo de un preceptor, y esto reducido al ámbito de las capas sociales más pudientes. ¿Que hubo en ello alguna motivación religiosa? Es posible, pero en nada rebaja el mérito y la trascendencia de su iniciativa, pionera en la universalización de la educación pública gratuita, como lo prueba el hecho de que en 1618, veintiún años después de su fundación, acudían a la Escuela Pía 1500 niños romanos.
José de Calasanz fue un adelantado a su tiempo en cuestiones pedagógicas, y, aparte de conceder suma importancia a la enseñanza de las matemáticas y las ciencias –los estudios humanísticos acaparaban entonces toda la atención– introdujo, entre otras novedades, el aprendizaje silábico de la lectura, y defendió con ahínco que la enseñanza no fuera solo en latín, como era norma en la época, sino que se utilizase también la lengua vernácula de cada país.
Trazando ahora un poco de historia, en la antigua Roma era la madre la que se encargaba de la educación de los más pequeños, pero cuando se trataba ya de enseñarles las primeras letras, las familias recurrían a un esclavo, el tutor. Conscientes de la importancia de su labor, se le denominaba “magister”, de donde proviene la palabra maestro. Gozaban de especial consideración los esclavos griegos, que además de instruir a los niños en las diferentes materias, particularmente en la gramática latina, estaban capacitados para enseñarles el griego clásico, el idioma de la cultura en aquellos tiempos, en consonancia con la devoción que Roma sintió siempre por la civilización griega.
Con frecuencia, la etimología de las palabras da pie, como en este caso, a jugosas reflexiones: “magister” (etimológicamente, “el que vale más”) era en Roma el maestro, y “minister” (en español, ministro, y etimológicamente, “el que vale menos”) era el sirviente. Ante lo cual, lo que uno se pregunta es por qué y cómo se han vuelto las tornas en cuanto a la consideración y el reconocimiento social de lo que uno y otro término designan. Y no hace falta recordar al respecto el dicho que sobre la noble y poco reconocida profesión del “magister” circulaba hasta
no hace mucho, y que, tristemente, cuando se acuñó, en el siglo XIX, respondía a una realidad hiriente: pasar más hambre que un maestro de escuela.
Y termino con una frase de Victor Hugo que ojalá los ministros de turno se dignaran considerar alguna vez: “El porvenir está en manos de los maestros de escuela”
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