Opinión
Dos bicentenarios
El de Fiódor Dostoyevski y el de Gustave Flaubert, que, curiosamente, nacieron el mismo año y por estas fechas, el primero en Moscú el 11 de noviembre de 1821 y el segundo en Ruan (Francia) el 12 de diciembre, también de 1821.
Figuran estos dos escritores entre los máximos representantes de la novela del siglo XIX, el siglo por excelencia de este género literario. En efecto, muchas de las novelas más admiradas y leídas de la literatura universal se escribieron en esta centuria, y basta para ello con recordar algunos nombres, como Dickens en Inglaterra, Balzac y Stendhal en Francia, Tolstoi en Rusia y Galdós en España, además, naturalmente, de los dos cuyo bicentenario se celebra ahora. Una novela, la del siglo XIX, fundamentalmente realista y con los ingredientes que gustan a los lectores de todas las épocas, también los de hoy: un argumento verosímil y ordenadamente desarrollado, unos ambientes y escenarios cotidianos y reconocibles, unos personajes “copiados del natural”, bien trazados y psicológicamente caracterizados… Una novela, en fin, concebida, en palabras de Stendhal, como “un espejo a lo largo del camino”, esto es, como crónica objetiva de la realidad, y con una voluntad más o menos explícita de crítica social.
Fiódor Dostoyevskillevó una vida de dificultades económicas y desengaños (fue incluso condenado a muerte y desterrado a Siberia), lo que influyó decisivamente en su narrativa. Destaca en sus novelas el profundo análisis psicológico de los personajes (Nietzsche dijo que fue Dostoievski el único que le enseñó algo de psicología), muchos de ellos protagonistas de situaciones angustiosas.
Tal vez su obra más conocida sea Crimen y castigo, aparecida en 1866. Raskolnikov, un joven y pobre estudiante que se considera a sí mismo por encima de la moral común de la gente, ha concebido la idea, lícita y justa según sus teorías, de matar a una vieja usurera, entre otras razones con el fin de hacer un buen uso de su dinero, para él y para otros. Mata en efecto a la anciana con un hacha, y el remordimiento le lleva a confesar su crimen a una pobre muchacha, Sonia. Finalmente, Raskolnikov, acuciado por los remordimientos, el cansancio de tener que estar en perpetuo fingimiento y la falta de fe en la idea que le impulsó al crimen, acaba entregándose él mismo a la justicia. Es deportado a Siberia, adonde le sigue Sonia, cuya compañía le hace recobrar el sentido moral.
Gustave Flaubert, recluido en su mundo de Croisset, escribe lentamente y con gran esfuerzo, documentándose y corrigiendo sin cesar. Por ello, se ha convertido en el arquetipo del escritor que, poseído por el afán de perfección, vive solo para la literatura.
Su obra maestra es la famosísima Madame Bovary (1856), retrato de la mujer soñadora aprisionada en un sociedad mediocre y provinciana. Como consecuencia del aburrimiento y la vulgaridad de su vida, tan distinta a la que ella había soñado leyendo novelas románticas, Emma Bovary, desencantada e infeliz en su matrimonio, incapaz de encontrar la felicidad, decide finalmente poner fin a su vida envenenándose.
La novela causó cierto escándalo al ser publicada, y su autor fue acusado de faltar a la moral. El tribunal, sin embargo, le absolvió.
La personalidad atormentada de la protagonista es ya un símbolo universal, en palabras de Vargas Llosa, de “la capacidad humana de fabricar ilusiones y la loca voluntad de realizarlas”. Y de su nombre deriva el “bovarismo”, del que el propio Flaubert había sido víctima (“Madame Bovary soy yo”, se dice que contestó ante el tribunal que lo juzgó), y que designa, en psicología, el estado de insatisfacción permanente de una persona, particularmente en el campo afectivo, a consecuencia del choque entre sus ilusiones y la realidad.
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