Literatura

Gertrude Stein, la autora que sacó la novela del armario

Trampa Ediciones recupera «Q.E.D., Las cosas como son», una de las primeras obras de la gran escritora estodunidense

Alice B. Toklas y Gertrude Stein en su domicilio parisino
Alice B. Toklas y Gertrude Stein en su domicilio parisinoYale University

Probablemente hemos sido injustos con Gertrude Stein. La culpa es de aquellos que vieron en ella a una rival cuando en realidad lo que ella hizo fue poner las bases de la llamada Generación Perdida, aquel concepto creado por Hemingway en su «París era una fiesta» o, mejor dicho y como aparece en las páginas de ese libro, por el dueño de un taller parisino que gritó a Stein que «todos vosotros sois una “génération perdue”». Fue la escritora estadounidense la que dio el pistoletazo de salida de aquella evolución comparable a la que su amigo Pablo Picasso estaba llevando a cabo en el campo de la pintura.

Una buena prueba de ello es la novela «Q.E.D., Las cosas como son» que Trampa Ediciones acaba de tener la buena idea de rescatar con nueva traducción de Nora Catelli y Edgardo Dobry, además de incorporar una introducción de Annalisa Mirizio. Se trata de la recuperación de un texto de Stein de 1903, una de las primeras novelas en las que se habla abiertamente de lesbianismo. La obra cuenta con su propia leyenda porque, pese a ser escrita en 1903, su publicación no llegó hasta 1950, una vez muerta la autora y después de que lo permitiera su célebre compañera, Alice B. Toklas, molesta por lo mucho autobiográfico que Stein había incorporado dentro de ese relato. Hoy, no cabe duda, que pese a ser una de las primeras obras de Gertrude Stein, en él hay mucho de lo que posteriormente desplegaría una de las más interesantes voces de la literatura estadounidense de la primera mitad del siglo XX. No encontramos aquí a la Stein experimental sino que emplea un tono realista. Su gran logro es no hacer una historia militante, pese a que no oculta en ningún momento su lesbianismo, sino emplear el tema para adentrarse en los mimbres con los que se construye la literatura, la gran literatura concretamente.

«Q.E.D.» son las siglas de la fórmula matemática latina «quod erat demonstrandum», es decir, lo que se quería demostrar, una idea que probablemente tomó, como dice Mirizio en su iluminadora introducción, de «Roderick Hudson», la primera novela de Henry James. Posteriormente, ya en 1950, Toklas y Carl Van Vechten, el albacea literario de Stein, incorporaron el título «Las cosas como son», así como algunos retoques al texto original.

Dentro de sus páginas encontramos la historia de un triángulo amoroso, el formado por la exuberante Adele, un trasunto de la propia Stein; la adinerada y apasionada Mabel Neathe; y Helen Thomas, amiga de la segunda y siempre en busca de nuevas experiencias en su vida. «Las tres eran americanas y se habían educado en los colegios y las universidades para la alta sociedad, pero allí acababa todo el parecido. El aspecto, las actitudes y la conversación de cada una de ellas, tanto en la forma como en la sustancia, mostraba la influencia de diferentes medios, genealogías e ideales de familia», apunta la novela. Stein añade que eran «sin duda, americanas; pero cada una de ellas portaba al mismo tiempo el sello definido, en su versión americana, de una de aquellas viejas civilizaciones incompletas y frustradas, aunque siempre insistentes».

Mirizio señala «Las bostonianas» de Henry James como una posible influencia para Stein, aunque no es suficiente para la escritora porque «James no atiende a los cuerpos, que en cambio aquí se imponen ya desde las primeras líneas.

Stein exponía en ese libro la relación que había vivido con la activista y editora May Bookstaver. Pese a que Bookstaver veía ridícula la ingenuidad que a principios de siglo tenía Stein, fue ella la que introdujo a la escritora en el amor físico. Una de las primeras lectoras del texto fue Alice B. Toklas que tuvo que decidir su destino tras el fallecimiento de la autora. Así lo confesaba en una carta de 1947: «Lo único que sé es que no me gustaría que se leyese –y por tanto que se publicase– mientras yo esté viva. Gertrude lo habría entendido perfectamente, aunque por supuesto nunca hablamos de esa cuestión».

Cuando, después de introducir algunos retoques, la novela vio la luz, fue prácticamente nula su recepción por parte del público y la crítica, algo que sorprendió a Alice B. Toklas.

Pese a ese silencio, probablemente porque los lectores muy conservadores de los Estados Unidos de los años cincuenta no estaban preparados para este relato, merece ser leído, una invitación a rescatar la narrativa de Gertrude Stein fuera de mitos y falsas leyendas .