Historia oculta
Las confesiones del embalsamador de Evita Perón
El doctor Pedro Ara dejó escritas unas memorias sobre todo el proceso para conservar el cadáver
El estreno esta semana de la serie “Santa Evita”, en Disney+, dirigida por Rodrigo García y basada en la novela homónima de Tomás Eloy Martínez, ha vuelto a rescatar una historia sórdida y oscura: la de las andanzas del cadáver incorrupto de Evita Perón. Desde que la dirigente argentina muriera a los 33 años, en 1952 de un cáncer de útero, su cuerpo sin vida protagonizó varios episodios escabrosos con peculiares ecos políticos. Al poco de fallecer, Juan Domingo Perón ordenó que los restos de Evita fueran preservados para siempre, encargo que recayó en el doctor Pedro Ara. Este médico zaragozano había conseguido fama al haber embalsamado al músico Manuel de Falla, pero fue este encargo de Estado el que le cambió la vida.
De todo ello dio testimonio en unas memorias tituladas “El caso Eva Perón. Apuntes para la historia” donde rememora todo lo que vivió. El cuerpo, tras unos impresionantes funerales en Buenos Aires, fue llevado a la sede de la CGT donde estaría provisionalmente para pasar a ser enterrado en un monumento conmemorativo. Sin embargo, este nunca fue construido y Evita siguió en la CGT bajo el cuidado de Pedro Ara. Cuando Perón fue derrocado, el nuevo gobierno argentino decidió hacerlo desaparecer durante catorce años. El 23 de abril de 1957 el féretro con los restos fue metido en un barco con destino a Génova para ser enterrado bajo nombre falso en el cementerio de Milán. No fue hasta 1971 que el cadáver no le fue devuelto a su viudo, por aquel tiempo instalado en su residencia de Puerta de Hierro, en Madrid. Evita, pese al tiempo pasado, presentaba un buen estado, aunque le faltaba un dedo y su nariz había sido un poco aplastada. El 17 de noviembre de 1974 tuvo lugar el último viaje. Un Perón ya viejo y enfermo había vuelto al poder en Argentina, aunque por poco tiempo, al fallecer poco después. Sustituido por su esposa María Estela Martínez de Perón, fue esta la encargada de dar luz verde al retorno definitivo de Evita a su país.
Ara fue otra vez el encargado de restaurar el cuerpo.
En su diario, el doctor apunta el 29 de julio de 1971 que “en vista de que no se me llamaba para cumplir con el deseo expresado al ministro doctor Mendé de visitar todos los días el cadáver, he llamado al ministro, sin poder encontrarlo en su despacho. Al fin, a la hora del almuerzo conseguí hablar a su casa particular y quedar con él en ir a buscarle a las 3,30 de la tarde, lo que realicé puntualmente. En esa visita me informó de que el cadáver, ajuicio de ellos, se encontraba en perfecto estado de conservación y me manifestó que el señor Presidente tenía el borrador de las condiciones propuestas por mí”. En esa conversación a Ara se le dieron detalles del lugar en el que podría trabajar. Mendé “me manifestó la conveniencia de que el trabajo se realice en el edificio de la CGT, aduciendo que allí estaría más seguro que en ninguna parte. Que podría disponer de todo el espacio y aislamiento que deseara, y ante mis temores, derivados de ser una organización de lucha y, por tanto, su sede lugar de reunión de masas, contestó que en ningún caso podría tener inconvenientes, puesto que la CGT suspendería todas las actividades en ese edificio mientras fuera depósito del cadáver de la señora”.
Al médico le espantaba la posibilidad de trabajar en la CGT y pensaba que los seguidores de Evita estarían en la puerta del edificio expectantes, algo que haría su labor difícil. Así que al día siguiente planteó a emisarios de Perón otro emplazamiento: Olivos, la quinta del dirigente argentino. “Le pareció excelente la idea que le propuse de habilitar un pabellón en la residencia presidencial de Olivos, pues allí se podría obtener, según él, todo lo que se quisiera en cuanto a aislamiento y seguridad. Discutimos igualmente la posibilidad de organizar el centro de trabajo en un policlínico, en alguno de los nuevos edificios ya terminados o en curso de terminación. Esto tenía para ellos el inconveniente del gran número de personas que intervienen en cualquiera de esos centros y la afluencia permanente de gentes”.
El 31 de julio, Pedro Ara volvía a anotar en su diario los problemas que tenía y la desesperada búsqueda de una inminente solución para poder empezar a trabajar: “El doctor Cámpora dijo que había transmitido al Presidente lo fundamental de nuestra conversación de ayer. Que el Presidente creía que yo le había dicho que el cadáver podía permanecer seis meses. Le contesté que se había hablado de la conservación, que no solamente podía durar seis meses, sino muchísimo más mientras que el Presidente suponía que se trataba de la exhibición, quedando desvanecido el error. Manifestó igualmente el doctor Cámpora que el Presidente imponía el edificio de la CGT como lugar de trabajo por respetar la decisión de su esposa. El Presidente tampoco era partidario de ninguna clase de subterfugios para sustraer el cadáver de la atención popular, sino que diría claramente al pueblo que durante un año no se podía visitarlo por estar en curso de preparación, con todo lo cual quedé completamente conforme. Manifestó luego el doctor Cámpora que al día siguiente me acompañarían a visitar los locales de la CGT para que eligiera el más adecuado al trabajo, que se adaptaría a las necesidades o conveniencias que yo propusiera y que en él podría estar con toda libertad y autoridad, y que en los pocos días que había de durar todavía la exhibición del cadáver se pondría todo en condiciones para que en muy breve plazo se reanudara el trabajo. Que ese sería el momento adecuado de redactar la firma de un convenio, como es mi deseo”.
Por las notas del diario de Ara sabemos que la operación estaba presupuestada, por orden del general Perón, en unos 100.000 dólares y que debía concluir con la exhibición pública del cadáver de Evita. La cantidad había sido fijada por el propio médico zaragozano que seguía luchando para que su trabajo concluyera con el mejor resultado posible, aunque fue conociendo varios contratiempos por el camino. Los controles hechos a Evita fueron constantes en esos días: “En el auto oficial al velatorio, deteniéndonos unos minutos ante el cadáver, que no presentaba alteración alguna digna de mención. Persiste, no obstante, mi temor de que al abrir el sarcófago para cambiar el cristal y ser sustituida la atmósfera de gases que en él había por la nueva entrada del aire, se tenga una probabilidad mas de acelerar la desecación de las partes delicadas, como son los dedos de las manos, labios, párpados, orejas y punta de la nariz. Por lo demás no se vislumbra el menor síntoma de que el cadáver pudiera descomponerse por parte alguna”.
Ara fue presionado para que se abriera el féretro, contra su voluntad, para poder facilitar que Perón pudiera colocar “un prendedor de piedras preciosas, con el escudo peronista, y el deseo de correr un poco el cadáver hacia abajo para que la cabeza fuera más fácilmente visible”. No se volvió a autorizar la apertura del sarcófago por motivos no relacionados con la preservación del cadáver. El 11 de agosto, con el cadáver de Evita en la sede de la CGT, se dispuso en el viejo laboratorio donde Ara ya había trabajado en los primeros días posteriores a la muerte de la líder argentina. El médico y los que estaban con él quisieron constatar que todo seguía en orden: “Se abre el sarcófago ante los empleados de la funeraria, los policías de la custodia presidencial y el señor Lión, todos los cuales se muestran asombrados del perfecto estado del cadáver, puesto que aparece completamente duro y sin más olor que el de los ingredientes empleados. Mis temores acerca del estado de la piel de las manos quedan desvanecidos, pues las arrugas producidas por la desecación lenta se encuentran duras como el cartón. Le envuelvo los dedos en un algodón con alcohol, glicerina y timol, para tenerlos durante toda la noche y esperar sin desnudar el cadáver a que el Presidente decida si ha de venir o no a visitarlo.Le desprendo el rosario y el prendedor del escudo peronista, que guardo para ponerlo a disposición del Presidente. Después de cubrirle ojos, nariz y boca con un algodón húmedo en glicerina, alcohol y timol, tapamos el ataúd y suspendemos el trabajo hasta mañana, dejando a la custodia presidencial orden terminante de que nadie puede entrar, ni ellos tampoco, sino en caso de incendio”.
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