Cataluña
El “procés” se despide de las calles
El boicot contra la cumbre constata la fractura independentista y el fin de etapa con una de las protestas más residuales de los últimos años. La pugna ERC-Junts y la frustración, claves
Si hay un cántico representativo del independentismo y los momentos álgidos del «procés» es el de «las calles serán siempre nuestras», una frase propia de la CUP, que acabó adoptando Convergència –los trabajadores de un conocido banco de Barcelona incluso lo entonaron en algún que otro momento de otoño de 2017– y que pronto se convirtió en todo un lema para el movimiento. Pronunciado de forma rápida, casi desacompasada y con el puño en alto, fue un fiel reflejo de lo que quiso hacer el independentismo: ocupar todos los espacios al margen de clases sociales o de los tradicionales ejes izquierda-derecha para orquestar un relato transversal desde la sociedad civil. Ahora, y en pleno debate sobre si ha llegado a su fin, el «procés se despide de las calles.
La manifestación contra la cumbre hispano-francesa de Barcelona, lo que debía convertirse en el regreso unitario del independentismo tras la fractura de la Diada, ha acabado constatando de nuevo la honda división de un movimiento desnortado y concentrado en los pocos partidarios de la vía unilateral (11%).Los abucheos e insultos contra ERC, los improperios de la ANC y los cánticos a favor de Carles Puigdemont evidencian la guerra de bandos existente. Además, una encuesta reciente pone cifras a los sentimientos que protagonizan el fin del relato del «procés»: «Retroceso» y «hartazgo» son los adjetivos que hoy en día genera entre los catalanes.
Para empezar la radiografía solo hace falta echar un vistazo a las cifras de la movilización de este jueves: la cita pinchó al congregar a 6.500 personas pese a tratarse de una convocatoria de 30 entidades –entre ellas, la ANC, Òmnium y el Consejo de la República–, además de Esquerra, Junts y la CUP, los tres grandes partidos con representación parlamentaria. Sólo la protesta del 6 de diciembre, día de la Constitución y organizada únicamente por la Assemblea para clamar contra la reforma del Código Penal pactada entre los republicanos y el Gobierno, fue más residual con 4.500 personas. Tampoco el 1-O cuajó al sumar a 11.000 personas en el quinto aniversario del referéndum ilegal. Por tanto y pese a la excusa de ser un día laborable y a primera hora –la ANC fletó varias decenas de autobuses el jueves–, la movilización contra la cumbre marca un techo y evidencia que las calles ya no son de mayoría independentista.
Una fotografía que reproducen también las encuestas, desde el CEO de la Generalitat hasta el reciente sondeo publicado por el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales, promovido por la Diputación de Barcelona y la UAB, una informe revelador que permite extraer algunas de las causas y varias conclusiones. Partiendo de que el apoyo a la secesión ha caído del 46% en 2018 al 39% actual, la importancia que se le da al debate puramente independentista retrocede 20 puntos entre sus partidarios y es minoritario por primera vez entre el electorado constitucionalista. De hecho, los catalanes creen que son «más importantes» unas elecciones generales (33,7%) que las autonómicas al Parlament (26,5%), un dato que se ha revertido en los últimos años teniendo en cuenta que entre 2015 y 2017 la opinión era la contraria.
Sobre los sentimientos que inspira la política en Cataluña, los más mencionados son la «desconfianza» y la «frustración» –especialmente entre independentistas– con más del 20% de respuestas, seguidos del «aburrimiento». Si se comparan las respuestas con el sondeo de hace una década, «se observa un importante descenso de las menciones al interés y al compromiso», señala el documento.
Y, aplicado al terreno práctico, el desplome de las valoraciones positivas sobre de la Generalitat desde 2017 se debe principalmente a los propios electores independentistas: solo el 12% cree que el trabajo del Govern es bueno o muy bueno.
A todos estos datos hay que añadirle la guerra entre ERC y Junts, un factor desestabilizador que ha acabado erosionando al movimiento en la calle hasta partirlo prácticamente por la mitad. A nivel político, los electores de Junts suspenden con rotundidad a Oriol Junqueras y Pere Aragonès, los dos máximos dirigentes de ERC, algo que no ocurría en 2017. Algo más benevolentes son los republicanos, que solo otorgan una nota inferior al 5 a Laura Borràs, presidenta posconvergente. «Esto pone en evidencia el fin de la etapa del ‘procés’, caracterizada por una simpatía mutua entre los dos electorados independentistas», señala el informe.
Una división plasmada en las dos últimas Diadas –Aragonès y Junqueras han recibido abucheos por parte de la ANC y los partidarios del Consejo de la República hasta el punto de no participar en la manifestación independentista de este 2022–, en el 1-O con Carme Forcadell duramente increpada y especialmente en la mencionada cumbre de esta semana, con el presidente de ERC acusado de «traidor» y marchándose a toda prisa entre insultos. De hecho, el grito que más se escuchó fue el de «Puigdemont, presidente». «Aquí quedamos los de Waterloo», resumía uno de los asistentes a la protesta. El «procés» como tal también abandona esas calles que reivindicaba suyas.
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