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Opinión

Apología de la a

La que acoge agradecida al de arriba y al de abajo, al que es de aquí y al que es de allá

Diccionario español La Razón

La de articulación más abierta, y la que alberga la alegría y la aflicción, el apocamiento y el arrojo, la angustia y el alivio, la apatía y el afán, el antes y el ahora. Lo que abraza, acerca, arrima y avecina frente a lo que aparta, aísla, aleja y arrincona.

La que acoge agradecida al de arriba y al de abajo, al que es de aquí y al que es de allá, al que vino de adentro y al que llegó de afuera, al que sale adelante y al que se queda atrás.

La que atiende amable al aclamado y al abucheado, al admitido y al arrumbado, al abatido y al afortunado, al que apacigua y al que alborota, al que alardea y al que se avergüenza.

Aquella en la que alternan amistosamente acólitos y arzobispos, aristócratas y arrieros, almirantes y aldeanos, lo auténtico y lo artificial, lo antiguo y lo actual.

Atraído por todo lo apuntado, y a pesar de los avisos y advertencias de las autoridades académicas, accedí a sus aposentos, los de la letra a, por la aspillera abierta en una atalaya.

Aturdido, avizoré la atmósfera: aleteo de avutardas y abubillas afinando arcanos acordes, los arreboles de la alborada en los altos andamios del aire, algarabía de aves en los acantilados... Acababa de amanecer, y ya acelerados automóviles aullaban por anchas autopistas, autobuses avanzaban como sobre ascuas por amplias avenidas atestadas, en el aeropuerto aterrizaban y ascendían afilados aviones. Aglomeraciones en las aceras y el asfalto de seres anónimos que se apresuraban abrumados por una acostumbrada ansiedad. Aturullaba acechar desde tan alto aquel ajetreo, aquella actividad en aumento.

Atenuado el azoramiento, anduve al azar de acá para allá: el abrigo acudía en ayuda de una anciana aterida, el aguafiestas se aferraba alterado a sus argumentos, un asunto arduo amenazaba con abocar al atolladero al ambicioso, un activista agitador se afanaba en atraer la atención con afectados aspavientos y animosas alharacas. Y aprendí además a actuar por amor al arte, y a pasar por el aro, y a no ahogarme en un vaso de agua.

Aspiré el aroma de las azucenas y azahares que abre abril y agosto agosta. Al arrullo del arroyo acumulé anhelos, acaricié ausencias y añoré ayeres. Me acunaron los acordes del arpa y los que arrancaba el aire en acacias, almendros y abedules. Atravesé alamedas, ascendí altozanos. Alcancé almenas y atisbé archipiélagos. Amansé arrebatos, alenté el ánimo, aletargué alicaimientos y aprensiones. Me apesadumbré con la alondra, adormecida del amor amargo, y me alegré con el árbol que se agachaba para acariciar al arbusto.

Y al anochecer, amparado en las antorchas que alumbraban la abadía, abandoné por un atajo acordonado de amapolas. Así y allí acabó mi aventura: conque adiós, amigos, y albricias y aleluyas, que alguien me aguarda