Opinión

Así no es fácil votar

La fecha de las elecciones, en plena canícula, no favorece la participación

23J.- Pedro Sánchez visitará Galicia en la campaña, en la que el PSdeG apelará "al voto útil"
Pedro SánchezEuropa Press

El presidente del Gobierno sufre un descalabro en las últimas elecciones y, al día siguiente mismo, haciendo uso de sus prerrogativas, convoca elecciones generales en una fecha extravagante, a sabiendas de que muchos electores estarían ya de vacaciones.

Será legítima y legal y todo lo que se quiera, pero la convocatoria de unas elecciones generales es un asunto de la mayor trascendencia que merece ser meditado y madurado. Y no parece que haya sido así en esta ocasión, a juzgar por las prisas con que se tomó la decisión, en la que no es improbable que influyeran el despecho de la derrota y la voluntad de un cierto desafío.

Sea como fuere, la convocatoria es notoriamente intempestiva, y da pie a la sospecha de que los intereses personales y partidistas han prevalecido, una vez más, sobre el interés público y general, que en este caso hubiera consistido en buscar una fecha que favoreciera la participación y no causara molestias ni incomodidades a la ciudadanía. ¿Tanta urgencia y necesidad había de llamar a votar en pleno verano? ¿Tan grave problema suponía posponer las elecciones para el otoño, que es tiempo de más calma y menos trajín?

Como era de prever, ha habido una avalancha de solicitudes para votar por correo, una gran parte de las cuales aún está en el limbo, pues los electores no han recibido en sus domicilios la documentación necesaria para luego acudir a la oficina correspondiente y depositar el voto. Aseguran en Correos que harán todo lo posible para que esa documentación se reparta este fin de semana, que tradicionalmente coincide con el inicio de vacaciones, motivo por el cual no serán pocos los que ya no la vayan a recibir. Lo que lleva a pensar si se habrán puesto todos los medios para que estos electores no se queden sin poder ejercer su derecho, o si, por el contrario, se habrá actuado de forma improvisada y negligente.

De modo que, en muchos casos, a los sufridos ciudadanos no les quedará otra que resignarse al dicho cuyo origen se remonta a los tiempos de la Santa Hermandad, un cuerpo de seguridad, antecedente remoto de la Guardia Civil, creado en la Edad Media y regularizado a finales del siglo XV por la reina Isabel la Católica. Los miembros de dicho cuerpo, que tenían como principal misión juzgar y castigar los delitos que se cometían en las afueras de pueblos y ciudades, vestían como uniforme una especie de chaleco de piel ajustado al cuerpo hasta la cintura que, al no tener mangas, dejaba al descubierto las de la camisa, de color verde, por las que se les identificaba fácilmente. Con el tiempo, la eficiencia de la Santa Hermandad fue puesta en duda, y era opinión general que llegaba siempre tarde al lugar donde se les necesitaba. De ahí que empezara a propagarse la frase con que la gente solía recibirlos, aludiendo con sorna a su tardanza y a la parte más visible de su vestimenta: ¡A buenas horas, mangas verdes!