Memoria histórica
Cabreado y sin Premio Nadal
César González-Ruano conspiró sin suerte para poder alzarse con el galardón literario en su primera convocatoria
Es la noche del 6 de febrero de 1945. Un hombre de finísimo bigote y pelo engominado, con cierto nerviosismo, está esperando que suene de una vez el teléfono. Está en su casa de Sitges, sentado en su butaca, pernod en una mano y cigarrillo en la otra, dando por seguro su inminente triunfo, el mismo que espera le sea comunicado en esa llamada. A unos kilómetros de distancia, en la cercana Barcelona, el jurado de un nuevo premio que homenajea la memoria del recientemente fallecido autor Eugenio Nadal, sabe que puede optar por un caballo ganador, por un autor de prestigio en esta primera edición. Alguno de sus miembros es amigo del candidato, el mismo que se había dedicado desde hacía varias semanas a divulgar sin ningún pudor por todo Sitges y más allá la noticia de que la novela en la que había estado trabajando sería la galardonada con el Nadal. Incluso los camareros de alguno de los cafés del pueblo sabían lo que el escritor se traía entre manos cuando lo veían ponerse a trabajar cada mañana puntualmente en su mesa del café El Chiringuito. Así que todo parecía indicar que «La terraza de los Palau», de César González-Ruano, una crónica sobre unas mujeres de Sitges, iba a convertirse en enero de 1945 en la ganadora del Premio Nadal, pero a veces la vida, incluso la literaria, tiene unos sorprendentes y positivos giros de guion.
Hoy se falla en Barcelona el Nadal, junto al Josep Pla, en la tradicional velada que organiza Ediciones Destino, y sabremos quién será el ganador o la ganadora de este premio, pero lo más probable es que ese fallo no tenga a sus espaldas una historia tan curiosa como la de la primera edición.
César González-Ruano era en 1945 un autor conocido, pero más interesado en esos tiempos en la vida nocturna, la que le hacía estar hasta altas horas de la madrugada entre copas y entre amigos por las calles de Sitges que en seguir adelante con su obra literaria. Sin embargo, cuando el año antes se enteró que los responsables de la revista «Destino» ponían en marcha un premio literario, una iniciativa ambiciosa e inédita en la España de la época, pensó que era su momento. En el jurado había gente que conocía bien a César, por lo que decidió ir a por todas con ambición ciega. Lo intentó con Juan Ramón Masoliver y Josep Vergés, sin suerte. Finalmente se acercó al ideólogo del premio y vecino de Sitges, Ignacio Agustí, que se limitó a esquivar el bulto animándole a que se presentara. Simplemente eso, pero no le prometió nada. «Me aterró advertir que él acogía mis palabras con delectación, como si el no haberle dicho que no presentara la novela al premio garantizara en cierto modo el cumplimiento de sus deseos. Pero ¿cómo le iba a decir yo que no se presentara?», explica Agustí en sus memorias «Ganas de hablar».
Ruano persiguió a Agustí presionándolo para saber sobre las otras obras que se presentaban al Nadal, pero sin obtener respuesta alguna. También aprovechó esos encontronazos para hablar de las virtudes de «La terraza de los Palau», un relato que estaba plagado de diálogos para poder llegar a los doscientos folios que exigían las bases. La novela no estaba a la altura, «una pura abstracción, en la que pasaban muy pocas cosas, en la que, mejor dicho, no pasaba absolutamente nada», según Agustí.
El último día, a última hora, cuando el plazo de recepción de originales concluía, se recibió un manuscrito, el de una novela titulada «Nada» y que firmaba una desconocida autora llamada Carmen Laforet. Ella fue la indiscutible ganadora de una obra que ya es un clásico.
Al día siguiente del fallo Agustí y Rafael Vázquez Zamora, compañero del jurado del Nadal, fueron a ver a Ruano quien dijo que aquello era un fraude. «¿Quién es esa señorita Pastoret o Mistinguet o Espinet? Ya sé lo que ha pasado. El premio estaba dado de antemano. Ya sabía yo que un miembro del jurado tenía cierto compromiso con una señorita de Sort», dijo. A Ruano lo que le molestó fue que ganara una mujer: «Debemos estar entrando en la era gloriosa de las féminas que escriben» soltó par añadir que «los premios se dan a los amigos, se convocan para los amigos, y así será siempre». Falló. Ruano nunca leyó «Nada».
✕
Accede a tu cuenta para comentar