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Documento imprescindible

Un manuscrito perdido de Torres-García reaparece en Sarrià

Una importantísima carta del artista a su amigo Rafael Pérez Barradas es localizada en una colección particular tras décadas en paradero desconocido

Joaquín Torres-García trabajando en su taller La Razón

Estamos en el 7 de marzo de 1926. Joaquín Torres-García, desde su residencia de Villefranche-sur-Mer, comienza a redactar una larguísima misiva a su amigo y compañero de armas artísticas Rafael Pérez Barradas, con quien comparte nacionalidad uruguaya. En total son once páginas que durante décadas han permanecido en paradero desconocido, perdidas con la duda de que alguna vez volvieran a ver la luz... Hasta ahora.

En la colección López-Triquell, en el barcelonés barrio de Sarrià, se conserva este extensísimo manuscrito que en algunas páginas, en su reverso, contiene dibujos a lápiz de Barradas. No deja de ser significativo que este texto se guarde en Sarrià porque fue aquí donde vivió y trabajó Joaquín Torres-García cuando parecía que las instituciones catalanas confiaban en su trabajo. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos al puñado de cuartillas que hay en la mesa de Torres-García. Tras un tiempo viviendo en Estados Unidos, en 1922 había vuelto a Europa, concretamente a Italia hasta el final instalarse en un pueblo de la Costa Azul francesa. Es allí donde le llegan noticias de Cataluña proporcionadas por Barradas, en aquel momento vecino de L’Hospitalet del Llobregat tras un periodo tratando de lograr fortuna en Madrid. Para Torres-García aquello era su manera de saber sobre una tierra que lo había tratado mal, especialmente cuando quedó interrumpido el encargo para pintar los frescos de la Diputación de Barcelona, una petición de Prat de la Riba que quedó suspendida por Puig i Cadafalch. La amargura de esa experiencia queda fijada en letras de molde en «Historia de mi vida», las memorias de Torres-García que acaban de ser reeditadas.

«Mi gran amigo Barradas: Aquí llegó ya su segunda carta y también las revistas de Galicia. ¡Bienvenido todo! Si mi carta les llevó ahí la alegría, más la suya ha traído aquí el entusiasmo. Y más por estar aquí en ayunas de eso, entre esta gente calculista que no dan paso que no sea por interés, y ni comen ni beben por ahorrar –tierra de viejos sensatos positivistas. Acostumbrado a eso, su carta ha producido doble efecto. Por un momento nos transportó a otro tiempo y sitio cuando estábamos todos unidos como una piña y se nos daba un pito el buen burgués, que hasta veíamos como bicho ridículo e inofensivo», apunta Torres-García en el inicio de la carta.

En la misiva aparece citado Josep Dalmau, el gran marchante de arte y responsable de la galería que llevaba su apellido en Barcelona, uno de los grandes espacios dedicados al nuevo arte y donde, entre otros, expusieron Joan Miró, Francis Picabia o Salvador Dalí, entre otros. Dalmau también contó en sus filas con Torres-García Y Barradas. En el momento de escribir la carta, Barradas está a punto de exhibir sus pinturas y sus dibujos en las Galeries Dalmau. «El mismo entusiasmo que tiene Ud. para esa exposición lo tengo yo. Y pilotados por el buen amigo Dalmau –que ya lo creo que sabe lo creo si sabe lo que hace, porque tiene talento y buena pupila para ver–, pilotados por él, decía, creo, como Ud. que meteremos ruido; y quizás si viera lo que ando haciendo, más lo pensaría. Supongo que Dalmau le habrá dicho que le pedí que retrasase la apertura, y ya debe de saber las causas, que son, en primer término, dificultades de la aduana y, en segundo, dificultades de dinero por una maldita coincidencia, como verá».

Lo que contaba Torres-García era cierto. El artista se estaba encontrando numerosos problemas para poder enviar su producción reciente a Barcelona para la exposición que Dalmau quería dedicarle y que finalmente se inauguró el 12 de junio de ese 1926. Eso es algo que se puede leer en la correspondencia que el pintor, en un perfecto catalán, remitió al galerista y que se conserva en el fondo Santos Torroella del Ayuntamiento de Girona.

Volviendo a la comunicación entre los dos creadores, aparte de los contratiempos, uno de los aspectos más interesantes de la carta es la valoración que Torres-García hace de su propia producción plástica. En este sentido escribía a Barradas que «mis cuadros de Barcelona –los últimos que Ud. conocía– se han quedado algo atrás. Este último año de 1925 fue un año de mucho trabajo en que salió todo lo acumulado desde New York. Ud. se entusiasmaría, Barradas, viendo lo nuevo que es, lo personal, aunque casi o dentro del cubismo (un cubismo vivo); y, como ya todo está aclarado, vibra y vive con libertad. A esos cuadros yo mismo he puesto los marcos, que son como prolongación del cuadro. ¡Y viera qué marcos! De esa colección llevaré pocos a Barcelona, pues el conjunto lo formará una pintura de otro carácter. Es lo mío clásico, lo primero que hacía, pero completamente transformado».

El documento, casi un ensayo sobre pintura, nos ayuda a conocer de primera mano los intereses estéticos de Joaquín Torres-García, además de su juicio por lo que se estaba haciendo en esos momentos en el mundo de la pintura. A este respecto, en la carta analiza que «echando una mirada a cuanto se produce en el mundo entero (salvo excepciones que no conozco, pero las habrá), veo yo que la pintura en general, aunque muy sensible, muy refinada, muy profunda, si se quiere, carece de sentido humano, de poesía, y de grandiosidad. Yo considero al cubismo tan clásico, en cuanto a lo esencial, como una estatua antigua o un trozo de arquitectura. Y éste es el gran paso que ha dado la pintura, que se ha librado del realismo para ir a la forma pura. De acuerdo, pues, con el cubismo. Pero en so hay que hacer algo más que un fragmento. Hay que hacer algo completo, humano, grande, arquitectónico, poético, COMPLETO».

Antes, al principio de este artículo, se anotaba que resultaba significativo que un testimonio tan poderoso de Torres-García haya vuelto a la luz en Sarrià. Este barrio está muy ligado con la memoria del artista uruguayo. Fue allí, concretamente en los números 27-29 de la calle Hort de la Vila, donde tuvo el taller en el que realizó sus celebérrimos juguetes transformables. Hoy ese edificio no tiene nada que recuerde el paso de uno de los artistas más importantes de la primera mitad del siglo XX, un nombre fundamental para entender la vanguardia artística catalana. El edificio tiene todas sus puertas y ventanas tapiadas, tal vez una manera de evitar una ocupación. Su estado actual es lamentable y se ha convertido en una especie de invitado incómodo en el barrio. Lo que podría ser un museo dedicado a Torres-García, lo que podría ser un lugar de memoria sobre el paso del pintor, merece ser algo más que una ruina en Sarrià.