Opinión
Los mejores títulos de la literatura en castellano
Todos ocupan ya un lugar en la historia –la historia de la cultura, que es de todas las historias la más frágil, y tan proclive al olvido como la Historia con mayúscula
No son pocos los que han hecho fortuna, y algunos se han convertido incluso en frases de referencia a la hora de ataviar con elegancia y originalidad la misma o parecida idea que, en su día, y como emblema o compendio de la obra que encabezaban, pretendieron sugerir. Este, por ejemplo, de una novela de Miguel Delibes, «La sombra del ciprés es alargada» (¡con música de endecasílabo!), empleado metafóricamente para aludir a todo aquello que alcanza gran proyección o extiende considerablemente su radio de influencia. O este otro, «Crónica de una muerte anunciada», de Gabriel García Márquez, con que se designa cualquier hecho del que ya antes de suceder se conocían los suficientes avisos y presagios como para ser adivinado. O este tercero, «Pido la paz y la palabra», del poeta Blas de Otero, que ni hecho a propósito como eslogan de ideal requerimiento o consigna universal de estandarte reivindicativo.
Todos ocupan ya un lugar en la historia –la historia de la cultura, que es de todas las historias la más frágil, y tan proclive al olvido como la Historia con mayúscula– con la forma única e irrepetible que les dio el autor, o con la cadencia y sonoridad que desprenden sus palabras, o con el concepto que evocan y la imagen que despiertan.
Como a uno le gustan las listas, he aquí los títulos que, a mi modesto entender, y clasificados por géneros, se llevan la palma.
Empiezo por el de la novela, que es el más fértil, y anoto en primer lugar estos cuatro, perfectos endecasílabos todos: «La oscura historia de la prima Montse», de Juan Marsé; «El coronel no tiene quien le escriba», de García Márquez; «Mañana en la batalla piensa en mí», de Javier Marías, tomado de un verso de Shakespeare; «Toda la noche oyeron pasar pájaros», de J. M. Caballero Bonald tomado del diario de Cristóbal Colón.
A los cuales añadiría los siguientes: «Los cipreses creen en Dios», de José María Gironella; «Los gozos y las sombras», de G. Torrente Ballester; «Tiempo de silencio», de Luis Martín Santos; «Si te dicen que caí», de Juan Marsé; «La lluvia amarilla», de Julio Llamazares; «Corazón tan blanco» y «Negra espalda del tiempo» extraídos también los dos de Shakespeare, de Javier Marías.
En el género de la poesía: «Desolación de la quimera», de Luis Cernuda, y del mismo autor, «Un río, un amor» y «Donde habite el olvido», tomado de un verso de Bécquer; «Espadas como labios», de Vicente Aleixandre; «España, aparta de mí este cáliz», de César Vallejo; «La voz a ti debida», de Pedro Salinas, tomado de Garcilaso de la Vega; «Sin esperanza, con convencimiento», de Ángel González. Y termino con el teatro: «La vida es sueño», de Calderón de la Barca, y de este mismo autor, «La dama duende»; «Lo que pasa en una tarde», de Lope de Vega; «Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín», de F. García Lorca; «Eloísa está debajo de un almendro», de E. Jardiel Poncela; «Los árboles mueren de pie», de Alejandro Casona; «Las bicicletas son para el verano», de F. Fernán Gómez.
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