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El abismo del Challenger, un descenso al Hades

En la fosa de las marianas hay un abismo de más de 10 kilómetros de profundidad, un “infierno” submarino donde a pesar de todo, hemos encontrado vida.

Fotografía de stock
Fotografía de stocklarazonWikimedia Commons

Hay un punto del océano en plena fosa de las Marianas al que volvemos de vez en cuando. Un lugar en medio del Pacífico que parece casi imposible. Las claras aguas del Mar de Filipinas se oscurecen sobre él, formando sombras de un azul intenso. Bajo ellas, la nada, un vacío de miles de metros de profundidad, hundiéndose en la corteza oceánica. Toneladas de agua, cada vez más negra, que han susurrado a los marineros, despertando su curiosidad, sembrando una pregunta en sus cerebros: ¿Hasta dónde llega? Ahora conocemos la respuesta, pero no siempre ha sido así. Como niños encaramados a un pozo, quienes llegaban a la fosa sentían el impulso de tirar algo en ella y ver cuánto podía hundirse bajo la tranquila superficie.

Así fue como en 1875, concretamente un 23 de marzo, la tripulación de la corbeta HMS Challenger se dispuso a medirlo. Tomaron un peso atado a una cuerda y dejaron que se hundiera en la fosa. La plomada bajaba sin parar como no había bajado en ninguna de los otros centenares de sondeos que habían hecho. No se detenía en su descenso, bajaría sin límite como si aquel misterioso agujero siguiera eternamente. Pero todo tiene un final y la sonda encontró el suyo. Su camino se detuvo en seco, había tocado fondo a más de 8000 metros de profundidad. Aquello era inaudito, la boca del infierno hecha mar. Desde entonces se la conoce como el abismo del Challenger y su historia no acaba aquí, porque como he dicho: hemos vuelto, y más de una vez.

Mapa donde se representan las mediciones hechas por la corbeta HMS Challenger (De diciembre 1872 a mayo de 1876)
Mapa donde se representan las mediciones hechas por la corbeta HMS Challenger (De diciembre 1872 a mayo de 1876)larazonDominio público

Un choque de placas

La fosa de las Marianas es una intensa depresión en la corteza oceánica producida por el choque de dos placas, dos fragmentos de la corteza terrestre. La placa del Pacífico se hunde bajo la placa de las Marianas en un proceso llamado subducción. En este, la placa del Pacífico desciende hasta el manto terrestre, dejando una depresión a su paso, una de ellas es nuestro abismo.

Un pozo de ocho mil metros de profundidad ¿Qué podía existir en sus aguas? Los peces abisales que moran nuestras pesadillas viven entre los 4000 y los 6000 metros, más allá está la zona del Hades, cuyo nombre lo dice todo. La zona hadal es tan fría y oscura que cuesta imaginar vida en ella, soportando las casi mil atmósferas de presión que ejerce el océano sobre ella. Pero ¿qué hay allí exactamente? Los seres humanos somos exploradores, animales curiosos que persiguen sus más extrañas ensoñaciones y esa sería la clave para responder a nuestras dudas, alguien tenía que bajar al fondo de la Challenger.

Descenso al Hades

Dos años después del Challenger volvieron los sondeos, lo mismo ocurrió en 1899, 1951 y 1957, midiendo cada vez profundidades mayores, pero sin atreverse a enviar un humano al Hades. Al menos hasta 1960. El batiscafo Trieste era uno de los trozos de hojalata más modernos de su época. Había sido diseñado expresamente por Auguste Piccard para enviar a su hijo Jacques y al lugarteniente Don Walsh hasta lo más profundo del abismo de la Challenger.

Planos mostrando la estructura interna del batiscafo Trieste (Redibujado del original)
Planos mostrando la estructura interna del batiscafo Trieste (Redibujado del original)larazonDominio Público

El Trieste era el primer batiscafo que se hundía por sí mismo, sin necesidad de un cable que tirara de él. Para ello, Auguste Piccard planificó un enorme tanque lleno de gasolina, agua y pesos de metal que permitiera regular la flotabilidad del Trieste. Ante cualquier peligro los pesos serían liberados, poniendo a sus tripulantes a salvo. Pero, mientras todo siguiera lo planeado, Jacques y Don podrían contemplar el fondo marino desde un pequeño receptáculo, una estancia esférica situada en la base del batiscafo. Apenas 13 centímetros les separarían del inclemente Hades, pero eso no les detendría, eran tiempos de explorar nuevas fronteras, ya fuera en la Luna, bajo Siberia o en las profundidades del Pacífico.

Vida de lo inhabitable

El batiscafo tocó fondo a la 1 del mediodía del 23 de enero de 1960. Habían sobrevivido al descenso y la presión que detectaban los barómetros estaba por las nubes. Sabiendo cuánto aumenta la presión con cada metro que se desciende (y corrigiéndolo según la densidad del agua), Auguste Piccard calculó la profundidad a la que su hijo y el lugarteniente Wash habían llegado: 11.521 metros, bastante más de lo que había medido la corbeta en 1895. Al fin podían ver lo que escondía ese inframundo marino, frío e inhabitable, y contra todo pronóstico, esto es lo que relataron:

Al fin teníamos una respuesta. No importa lo extremo que sea, la vida sobrevive en la zona hádica. Pero, por si con eso fuera poco, no era cualquier ser vivo, se trataba de algo macroscópico, no una bacteria, sino un pez óseo complejo y aparentemente preparado para condiciones muy distintas.

Sin embargo, se equivocaban. Sus cálculos estaban errados y, corrigiéndolos, la profundidad correcta que debieron de descender fue de 10.916 metros, lo cual sigue siendo suficiente como para hundir por completo el monte Everest y que nos sobren más de 2 kilómetros de profundidad. Del mismo modo, también se duda sobre la veracidad del lenguado que, en realidad, pudo ser una ilusión o sencillamente, una invención.

Siempre hay más

No obstante, hemos vuelto a recorrer esos 10 kilómetros de caída subacuática, esta vez con cámaras. En 1984, el vehículo subacuático Kaikō grabó a tres moradores del abismo: una gamba, un gusano poliónido y un pepino de mar. En 2009, el Nereus encontró otro gusano poliqueto, y el mismo James Cameron, director de Titanic y Avatar, registró vida durante su descenso en solitario en 2012. Puede que no fueran peces óseos, pero eran invertebrados completamente funcionales, formas de vida complejas sobreviviendo a casi cero grados, sin luz y con todo un océano a sus espaldas.

Eso es lo que hay en el Hades, al menos en la parte que conocemos, porque la zona hadal representa el 1,9% de la superficie de los océanos. Es un volumen inmenso de agua en el que ni siquiera hemos hundido los pies. Los Hades son una zona inexplorada de nuestro planeta, un misterio que atrae a los exploradores de nuestro siglo. Unos exploradores que son los últimos de una larga tradición. Simios lampiños que, poniendo en riesgo su vida, buscan trascender y llegar a donde nadie ha llegado antes. Persiguiendo los misterios allí a donde les lleve la curiosidad, sin importar cómo o para qué, porque la voz del abismo del Challenger sigue susurrándoles ¿Hasta dónde llega?

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El abismo del Challenger es la parte más profunda de la hidrosfera, pero no la parte de la superficie terrestre más cercana al núcleo. Dado que la Tierra está achatada por los polos (es un geoide), estos se encuentran mucho más cerca de su centro que las zonas más profundas de la fosa de las Marianas.

REFERENCIAS: