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Las cerillas que explotaban de manera espontánea

Las primeras cerillas eran terriblemente populares, a pesar de que ser inestables y provocar pequeñas explosiones en las manos del usuario

Cerilla
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Cada vez se ven menos cerillas por el mundo. Los mecheros de cuerda, y posteriormente los mecheros de gas han sustituido todas las cajas de cerillas que se podían encontrar en el bolsillo de cualquier paseante, especialmente si este era fumador.

Pero aunque ya estén entrando en el limbo de la obsolescencia, como las cintas VHS, dediquemos un artículo al origen de las cerillas y a la importancia de las mismas en la sociedad. Ahora lo vemos muy normal, pero ellas son las que nos permitieron generar con facilidad llamaradas de fuego a cualquier lado. Fue una habilidad tan valiosa que cuando se crearon todo el mundo empezó a usarlas, a pesar de que los primeros prototipos tenían cierta probabilidad de explotar y provocar quemaduras severas a quien lo llevara en su bolsillo.

Primera llama

Admitámoslo, generar fuego es complicado y aburrido. Los primeros métodos inventados por el ser humano se han basado en generar calor imitando procesos que veían en la naturaleza. Por ejemplo, las chispas que se generan al colisionar ciertos materiales, como al chocar dos piedras, o el calor que se genera con el rozamiento prolongado, como al rozar de manera concienzuda dos trozos de madera. Son sistemas complejos, que requieren un entrenamiento, y que en el mejor de los casos obtenemos una llama en varios minutos. Poco útil si queremos hacer algo sencillo, como encender una pipa mientras caminamos.

Esta limitación animaba a los inventores a probar nuevos artilugios para generar fuego lo más rápidamente posible. Los más ingenieros buscaban maneras de producir la chispa perfecta a través de ruecas, creando los primeros mecheros. Pero los que tenían conocimientos sobre química buscaron estrategias basadas en las reacciones químicas exotérmicas, creando los comienzos de la cerilla.

Las reacciones químicas exotérmicas son aquellas que liberan energía en forma de calor mientras se producen. La cantidad de calor, y la velocidad a la que se desprende dependerá de los compuestos químicos que reaccionan y la cantidad de los mismos. En ocasiones, solo habrá un pequeño aumento de temperatura, como el que sucede en los envases de café que se calientan solos. En otros tendremos una auténtica explosión, como la reacción química del interior de la dinamita.

Este calor residual era una opción interesante para generar fuego. El objetivo era encontrar la reacción química adecuada para generar un pequeño fuego de manera segura pero no demasiado como para explotar. Se hicieron varios intentos, pero el definitivo surgió en 1826, de la mano de John Walker, al que podemos considerar como el inventor de la primera cerilla.

Walker era un farmacéutico que trabajaba en la unidad de investigación de Stockton-on-Tees, una empresa química de Inglaterra. Su objetivo no era buscar cerillas, sino nuevos explosivos. Para hacerlo, usaban grandes calderos, en el que mezclaban posibles recetas de explosivos. Normalmente los reactivos que mezclaba deberían explotar de manera inmediata, pero incluía almidón y goma para evitar que se juntaran. De este modo, al calentarse la goma se fundirá y los compuestos se unen creando una explosión.

Mientras removía con un bastón una de las posibles mezclas, notó al sacarlo que se había formado una pequeña gota de algo sólido en la punta. Restregó el bastón por el suelo para soltarla, cuando de repente surgió una llama e incendió el bastón.

Tras apagar su pequeño e improvisado incendio, se dio cuenta de que aquella gota estaba compuesta de sulfuro de antimonio y clorato de potasio, que se había endurecido al mezclarse con goma y almidón. La reacción química no era suficiente para provocar una explosión, pero a cambio reaccionaba con mucha facilidad. Cuando la gota rozaba contra algún objeto áspero, el aumento de temperatura era suficiente como para provocar la reacción y crear un pequeño fuego.

No servía como explosivo, pero Walker se dio cuenta de que era posible hacer lo mismo a pequeña escala, mojando palillos en la mezcla y creando pequeños fuegos al rozarlo contra algunas superficies. De este modo surgió la primera cerilla.

Estas primeras cerillas fueron un éxito en ventas. En esa época todos usaban sistemas de pedernal y acero, que guardaban en una cajita junto con un poco de yesca para generar chispas. Todos fueron seducidos por la facilidad de ignición de las cerillas, siendo popular tanto entre fumadores como en los hogares que necesitaban encender sus chimeneas y velas.

Sin embargo, estas primeras cerillas eran realmente inestables. Ya que la reacción química se activaba con un aumento pequeño de temperatura, por lo que muchas de ellas se prendían de manera espontánea si había calor o poca humedad, provocando más de un accidente en los bolsillos y casas de las personas. Además, era una reacción química algo impredecible y violenta, por lo que en ocasiones encender una cerilla provocaba una pequeña explosión o una llamarada de medio metro de distancia.

También tenían un segundo problema relacionado con su fabricación. Para hacerlas, era necesario usar fósforo blanco, un compuesto químico altamente tóxico para aquel que lo maneja. Las cerilleras, habitualmente mujeres, acababan siendo envenenadas en la fábrica. El fósforo entraba en sus cuerpos a través de las caries de los dientes, provocando una serie de síntomas conocidos como mandíbula de fósforo.

Ilustración de una fabrica de cerillas.
Ilustración de una fabrica de cerillas.Wikipedia

A medida que aumentaba la popularidad de las cerillas, la situación en las fábricas fue a peor, llegando a organizar una huelga en 1888. Esta protesta acabó asentando las bases para una campaña de prohibición de este tipo de cerillas, que fueron finalmente prohibidas en la mayoría de países en 1912. Estas cerillas no son las que pueden encontrar en la actualidad, las actuales siguen el mismo principio que las de Walker pero de una forma diferente y menos peligrosa.

Separar los problemas

En 1844, las cerillas originales estaban en auge pero todos habían comprobado cuáles eran sus puntos débiles. Por este motivo, otras compañías empezaron a desarrollar versiones alternativas que fueran más seguras de usar y fabricar. Muchos optaron por probar con otras reacciones químicas más leves, que dieran menos calor y una llama mucho más pequeña, pero otras optaron por un cambio radical en su funcionamiento, como sucedió en las cerillas de seguridad que podemos encontrar hoy en día.

Las cerillas originales eran inseguras porque los dos compuestos químicos permanecen juntos en la cabeza de la cerilla todo el tiempo, por eso pueden reaccionar de manera accidental. En las cerillas de seguridad se usan los dos reactivos pero separados, y solo se juntan al encenderse. Esta idea ingeniosa está implementada en las cajas de cerillas actuales y no nos damos cuenta. El clorato potásico está en la cabeza de la cerilla, pero el fósforo se incluye en la cara externa de la caja, el área donde frotamos la cabeza. Además, para evitar envenenamientos al fabricarlo, se usa fósforo rojo, un compuesto químico que no es tóxico y produce una llamarada más pequeña.

Este diseño fue perfeccionándose poco a poco hasta la cerilla actual, que poco a poco se queda obsoleta frente a los mecheros y encendedores electrónicos. Estos nuevos sistemas pueden generar fuego de una manera más segura y cómoda, pero no hay que olvidar ese pequeño momento en el que todos teníamos un laboratorio de química en nuestro bolsillo y lo usamos esperando evitar una espontánea explosión.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El fósforo rojo es menos tóxico que el blanco, por eso las cerillas de seguridad pudieron seguir en el mercado mientras que las cerillas originales desaparecieron. También las cerillas de seguridad fueron mejorando para hacer las reacciones químicas más seguras, especialmente al incluir una capa de material ignífugo entre el fósforo externo y la caja de cartón, que evita que todas las cerillas se incendien de repente.

REFERENCIAS: