CIENCIA

Figuras ocultas que “ocultan”: El día de la mujer y la niña en la ciencia

Es importante visibilizar a las brillantes mujeres que han contribuido a la ciencia a lo largo de la historia, pero no podemos olvidarnos de la discriminación de ahora.

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Gertrude B. Elion, Elizabeth Roemer, Marie-Anne Paulze Lavoisier, Sophie Germain, Maria Goeppert Mayer, Trota de Salerno, Cecilia Payne-Gaposchkin y Émilie du Châtelet.
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Gertrude B. Elion, Elizabeth Roemer, Marie-Anne Paulze Lavoisier, Sophie Germain, Maria Goeppert Mayer, Trota de Salerno, Cecilia Payne-Gaposchkin y Émilie du Châtelet.anónimoCreative Commons

En 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el día mundial de la mujer y la niña en la ciencia. Una iniciativa para visibilizar los problemas, tanto históricos como presentes, a los que se han tenido que enfrentar las mujeres en ciencia y tecnología. Pocos meses después ya se estaba fraguando una edición en nuestro país, y desde entonces, cada 11 de febrero ha sido un nuevo éxito para el movimiento. Año tras año se han hecho más visibles, incentivando a que participen más instituciones a través de actividades de todo tipo: charlas, vídeos, talleres e incluso monólogos. Gracias a este movimiento se ha normalizado tratar determinados temas acerca de la discriminación y el público general conoce ahora a más mujeres de la historia de la ciencia que nunca. Es más, a esta labor le debemos que la visibilización haya dado el salto a los biopics. Sin embargo, hay un doble filo del que debemos cuidarnos.

Siendo claros: el 11 de febrero se ha vuelto, para algunos, una obligación. Muchas instituciones creen realmente en sus valores y se suman con agrado, pero otras parecen participar por compromiso, para posicionarse acerca de un tema que no podemos ignorar. Y este comentario se debe a que, a pesar de que el 11 de febrero los calendarios se saturan con eventos acerca de la mujer y la niña en la ciencia, no son pocas las instituciones que, durante los otros 364 días del año guardan un contradictorio silencio. Parecemos confundir el medio con el fin: el 11F se presenta como una fecha en la que aunar esfuerzos para viralizar a través de los medios algunos de los problemas que viven las mujeres en ciencia y tecnología. Pero si existe un verdadero compromiso, queda todo un año a lo largo del que seguir, de vez en cuando, tratando este tema.

Mucho más que historia de la ciencia

En esta línea, es frecuente ver que, entre el gran número de instituciones que se suman al 11F, no todas sus propuestas son iguales. Una parte nada desdeñable de ellas acaban orbitando en torno a las brillantes mujeres que, gracias a su genialidad, lograron superar las barreras del pasado y cambiar la historia de la ciencia, y esto es necesario, porque nada tiene que envidiarle Gertrude Belle Elion a Alexander Fleming o Marie-Anne PaulzeLavoisier a su marido (“padre” de la química moderna).

Echar la vista al pasado es necesario para entender y contextualizar el presente, pero existe un riesgo potencial. Para muchas instituciones el 11 de febrero se ha convertido en sinónimo de “historia” y con ello se pierde el matiz presente que es lo que realmente fundamenta a la iniciativa. Es más, cuando se toma por ejemplo a la excepción, la genialidad parece volverse la norma. No todas las personas podemos (ni debemos) ser Emmy Noether o Maria Skłodowska-Curie, y es que corremos el peligro de que las figuras ocultas de la historia acaben ocultando a las presentes.

Entre una oferta de actividades sobresaturada por la historia, parece perder fuelle la otra mitad del problema, el que afecta aquí y ahora a millones de mujeres. Las dificultades que se encuentran en sus carreras ya no son las que tuvo que superar Florence Nightingale en el siglo XIX, pero no por ello han desaparecido por completo. La realidad es que, aunque son pocas las carreras científicas donde no hay paridad o incluso mayoría de mujeres (matemáticas, geografía y física según los datos proporcionados por el ministerio en 2017), en carreras técnicas la brecha de género es mucho mayor, apenas superando un 10% de mujeres en las titulaciones relacionadas con la informática. Independientemente de las conclusiones a las que lleguemos, es indiscutible que estamos ante una diferencia significativa que conviene intentar entender. A fin de cuentas, sabemos que, si bien la biología afecta a nuestra personalidad, es su interacción con el entorno (y por lo tanto con la cultura) lo más determinante en el desarrollo de nuestros gustos y preferencias.

Un límite

No obstante, estos porcentajes se vuelven más conflictivos si los comparamos a medida que ascendemos en la “cadena de mando” científica. Los datos muestran que el porcentaje de mujeres va disminuyendo a medida que escalamos en la profesión: máster, doctorado, y finalmente catedráticas. Pasamos de un 49% a un 11% y algo parecido pasa con el 3,6% de mujeres que han ganado un premio Nobel de medicina o fisiología, física o química, un porcentaje que claramente no coincide con la proporción actual de mujeres trabajando en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), y que tampoco coincide con las cifras de hace décadas.

En estos casos, los hechos suelen deberse a una mezcla de factores. Puede que se deba en parte a los problemas de conciliación que supone la competitiva vida investigadora. Tal vez a esto se sumen sesgos de contratación o que los valores culturalmente reforzados en cada género influyan al ponderar si conviene sacrificar tanto por un puesto de liderazgo (porque así es como se orienta la profesión investigadora en nuestro país).

Lo cierto es que aún queda mucho que hacer porque, aunque en los últimos años iniciativas como el 11F han logrado mucho, todavía no se ha percibido un aumento de mujeres en las disciplinas STEM, es más, las del ámbito de la informática están en un progresivo declive desde hace décadas. Todavía es pronto para ver los efectos de una actividad que empezó a fraguarse hace apenas 6 años, pero habremos de estar atentos porque ese es el fin que perseguimos, y si no se alcanza habrá que diseccionar los medios para corregirlos y que, al fin, nos lleven exactamente a donde buscamos.

¿Dónde hemos de poner el foco principal? ¿En las personalidades más excepcionales e inalcanzables o en las mujeres que representan realmente la labor científica de nuestro siglo? Por suerte, se pueden hacer ambas cosas.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Los estudios no parecen arrojar resultados determinantes acerca de si la visibilización de figuras científicas estimula las vocaciones en jóvenes. Tal vez por eso convenga entender que la historia de la mujer en la ciencia tiene un valor que va más allá de despertar el interés en las niñas, es una forma de hacer “justicia” (aunque tristemente tarde) a todas esas personalidades brillantes que fueron ahogadas por su tiempo.

REFERENCIAS (MLA):