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La ciencia tras la Lotería de Navidad: No todo es estadística

Jugamos para que nos toque, pero no solo por eso y al análisis matemático de la lotería debemos sumar otra serie de capas

Una personas compra un décimo de lotería de Navidad a una vendedora ambulante cuando quedan menos de tres semanas para el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad, a 7 de diciembre de 2021, en Madrid (España). Como cada año, la Lotería de Navidad se celebra el próximo 22 de diciembre en el Colegio de San Ildefonso. Este año el sorteo repartirá un total de 2.408 millones de euros, la misma cantidad que el año anterior. El primer premio, denominado ‘El Gordo’, será de 400.000 euros.07 DICIEMBRE 2021;PREMIO;22 DE DICIEMBRE;NAVIDAD;SORTEO DE NAVIDAD;BOLETOS;NUMEROS;LOTERIA;DINEROEduardo Parra / Europa Press07/12/2021
Una personas compra un décimo de lotería de Navidad a una vendedora ambulante cuando quedan menos de tres semanas para el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad, a 7 de diciembre de 2021, en Madrid (España). Como cada año, la Lotería de Navidad se celebra el próximo 22 de diciembre en el Colegio de San Ildefonso. Este año el sorteo repartirá un total de 2.408 millones de euros, la misma cantidad que el año anterior. El primer premio, denominado ‘El Gordo’, será de 400.000 euros.07 DICIEMBRE 2021;PREMIO;22 DE DICIEMBRE;NAVIDAD;SORTEO DE NAVIDAD;BOLETOS;NUMEROS;LOTERIA;DINEROEduardo Parra / Europa Press07/12/2021Eduardo ParraEuropa Press

Vaya por delante que no compro lotería, pero sería corto de miras sentenciar aquello de que la lotería es el impuesto por no saber matemáticas. La tesis de quienes lo repiten es sencilla. Con la estadística en la mano, sostienen que, no solo es muy poco probable que ganes, sino que ni siquiera jugando suficientes veces harás más posible que te sonría la fortuna. Puede que así tengas más papeletas de comprar un número ganador, pero una vez dividimos el premio, restamos el 20% de impuestos y sustraemos el precio de todos esos décimos que compramos, lo más probable es que hayamos perdido dinero.

No hay ningún misterio tras esto. La Lotería de Navidad está pensada para recaudar y que, pequeñas pérdidas de un gran número de personas se conviertan en ganancias que cambian la vida a unos poquísimos individuos. Podríamos decir que no genera riqueza, sino que la reparte y que lo hace por un coste. De hecho y para quitarnos de duda, se calcula que solo un 70% de lo ingresado por la compra de números es destinado al premio. Y tiene sentido, porque de alguna manera hay que sostener a las administraciones, a la Sociedad Estatal de Loterías y a Apuestas del Estado. Esto es así y los números no mienten, pero del mismo modo que es verdad, podemos decir que no es toda la verdad. Cabe preguntarse por qué juega la gente. ¿Acaso piensan que se trata de una buena inversión? La ilusión no es lo mismo que la confianza estratégica.

Y, por supuesto, los párrafos que siguen no tienen la menor intención de defender los juegos de azar y menos en un momento como el que vivimos, donde la ludopatía parece estar aumentando entre adolescentes. La idea es bien diferente: justificar que estos problemas, tanto para aceptarlos como para combatirlos, hay que abordarlos desde varios frentes. Porque aquí es donde entran en juego algunos sesgos, por supuesto, pero también algo que los críticos no suelen tener en cuenta: el espíritu festivo y la tradición que lo acompaña.

Malas inversiones

No hay vuelta de hoja, adquirir lotería como inversión económica es muy mala idea, pero también lo es comprar el árbol de navidad o pagar la luz de la iluminación navideña. Nada de eso nos da un retorno económico y, es más, tienen un impacto ambiental que no es desdeñable. Un árbol de navidad artificial debería de reutilizarse durante 12 años para que iguale su huella de carbono con uno natural y que las emisiones de 40 kg de dióxido de carbono se repartan (virtualmente) entre esos años para equivaler a la huella de 3,5 kilos de dióxido de carbono que deja uno natural.

Es más, no olvidemos que el plástico de esos árboles no terminará su vida cuando acaben los 12 años, se alargará en el tiempo durante siglos si no son correctamente tratados. No nos sorprenderá saber que, generalmente, pocas familias reutilizan sus árboles artificiales durante 12 navidades seguidas. A cambio de estos problemas y sin posibilidad de recuperar la inversión, cuando compramos un árbol de navidad, lo único que estamos consiguiendo, es ese árbol de navidad. Y aquí viene el giro, porque, por algún motivo, la frase anterior no parece dramática en absoluto. Lo que describo es una compra, como tantas otras que hacemos por capricho, porque podemos.

La decoración de nuestra casa, esa ropa que compramos sin necesitar… sus beneficios no son evidentes ni son la inversión más inteligente, pero eso es porque, simplemente, no son inversiones. Tanto cuando compramos un árbol como cuando compramos un décimo, estamos pagando por participar del espíritu navideño. Y por supuesto que hay formas gratuitas de sentirse parte de las fiestas, pero esta vía rápida y arrastrada por la tradición es una buena motivación para comprar lotería y poco tiene que ver con saber o no saber matemáticas.

Animales rituales

Y es que para estudiar un hecho social como es la Lotería de Navidad, no podemos quedarnos solo con la capa de análisis que nos proporciona la estadística o, mejor dicho, una aplicación directa de la estadística probabilista. Hay muchas más capas a las que debemos prestar atención si queremos entender realmente por qué se sigue comprando. Un factor importante, aunque sobresimplificado, es que funcionamos por asociación. Nuestro cerebro relaciona conceptos que suelen presentarse juntos de tal manera que unos terminan evocando al resto. A un nivel de explicación diferente e igualmente valido, la psicología habla del aprendizaje asociativo, donde aprendemos a anticipar lo que suele aparecer acompañado de otro evento (cada vez que como chocolate me siento bien). Normalmente al explicación del aprendizaje asociativo se formula de otra manera, pero en este caso es especialmente importante insistir en que esa asociación no ha de ser necesariamente causal, esto es: que una cosa no tiene por qué causar a la otra, tan solo han de presentarse juntas.

Atendiendo a esto, es más sencillo comprender uno de los motivos por los que aprovechamos la Lotería de Navidad para participar del espíritu navideño. Podríamos hablar de la mercadotécnica, del consumismo, de la existencia inauténtica que decía Heidegger, pero nada de ello hace menos cierto que somos animales rituales. Cuando compramos un décimo, esas asociaciones se disparan, es algo que desde siempre hemos relacionado con la navidad, con esas fiestas en las que estamos inmersos y que queremos disfrutar. De alguna manera y como si fueran las sustancias de Anaxágoras, en la Lotería hay una parte de las luces de las calles, una parte de la nieve, de los villancicos, de los regalos... Dentro del ámbito festivo, todo está en todo.

Doña Manolita y la fuerza bruta

Y lo mismo sucede cuando hablamos de los establecimientos. Hace semanas que, frente al ya legendario local de Doña Manolita se agolpan colas de tres horas. Las matemáticas nos dicen que no es más probable que toque un número comprado allí, ni en Manises, ni en ninguna otra parte. Si han tocado tantos números vendidos por Doña Manolita es solo porque ha vendido más que el resto. Y, en un bucle retroalimentado, cuantos más vende más coincide que algunos tienen premio, mejor publicidad se hace, más gente se reúne frente a su puerta y más números premiados vende. Es una estrategia de fuerza bruta, que dirían en informática. Cuando no sabemos la clave de aquello que queremos hackear, una opción es probar todas las combinaciones posibles hasta que una coincida. Eso es un ataque de fuerza bruta, y es más o menos lo que ocurre en estos locales que, no sabiendo qué va a tocar, tienen la suerte de vender una cantidad descomunal de números.

Sería muy fácil quedarse aquí y tratar de doblemente anuméricos a quienes gastan tres horas de su sábado para conseguir un trozo de papel que probablemente no toque, pero volveríamos a equivocarnos. El mismo argumento de que los décimos son parte de un ritual navideño que disfrutamos como un todo se repite para la situación de Doña Manolita. Cada parte de ese ritual contribuye a nuestro sentir festivo o, al menos, al de muchas personas.

Tengo bastante claro que yo seguiré sin comprar lotería, pero también sé que tiene más que ver con mi forma de entender las fiestas que con mi conocimiento de las matemáticas.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • No obstante, para quien decida jugar, las matemáticas pueden aportarle consejos clave, aunque más bien sean “contraconsejos”. Por ejemplo, la estadística nos dice que, en una muestra como esta, donde cada número tiene las mismas bolas y cada bola las mismas posibilidades de salir, por extensión, todos los números serán igualmente probables. Ni que acabe en cinco, ni evitar los ceros ni nada.
  • Hay quien insiste en que el propio número escrito en las bolas hace que algunas pesen más y que esa tinta extra las hunde hasta el fondo del bombo, haciéndolas más probables. La realidad es que no hay tinta ninguna, sino un grabado con láser que ni añade ni resta gramos a la bola. No hay diferencias apreciables y, dentro de los márgenes con los que podemos jugar, no parece que el sorteo tenga una preferencia significativa por ninguna bola.
  • Otro dato a tener en cuenta es que no porque un número lleve tiempo sin salir, aumenta su probabilidad de ser premiado en el siguiente sorteo. Entendiendo esto, el presunto anumerismo sale por completo de la ecuación.

REFERENCIAS (MLA):