Medio ambiente

Encuentran la clave para hacer ciencia más barata y ecológica

Los experimentos científicos generan grandes cantidades de residuos que el medioambiente también acusa. Ahora, un laboratorio pionero revela su estrategia para ahorrar en plásticos y emisiones de metano y además rebajar su presupuesto.

Científica inyectando una sustancia en un tubo, dentro de una campana extractora de gases
Los laboratorios generan grandes cantidades de residuosAlessandro VenturaCreative Commons

Cada persona en España genera 34 kg de residuos de plástico al año. En Irlanda son 38 kg por persona al año y, en Estados Unidos, 52. Estas son cantidades medias: quien trabaja en un laboratorio genera casi una tonelada de residuos de plástico cada año. Considerando que en el mundo hay unos 20 500 laboratorios solo en el ámbito de la investigación médica, biológica o agrícola, el volumen de plástico generado cada año es escalofriante.

Pero, además, un laboratorio utiliza entre cinco y diez veces más energía que un edificio de oficinas, y también gasta papel y emplea productos químicos peligrosos. Los laboratorios contaminan mucho y, en los últimos años, quienes trabajan en ellos han llamado la atención sobre este problema. Pero, ahora, la investigadora Jane Kilcoyne y sus colegas del Instituto Marino de Oranmore, en Irlanda, han pasado a la acción.

Hace tres años, en el laboratorio de biotoxinas marinas del Instituto comenzaron a sustituir sus envases de plástico por otros más sostenibles, y trataron de ahorrar papel y energía. El objetivo era reducir su huella de carbono. Pero eso requería una buena dosis de imaginación para cambiar las costumbres de las siete personas empleadas y asegurarse de que la calidad de las investigaciones no disminuyera.

Los vertederos llenos

Este laboratorio se dedica a analizar el marisco procedente de la acuicultura para comprobar que sea apto para el consumo humano. Concretamente, buscan que el marisco no contenga biotoxinas marinas, unas sustancias tóxicas que producen algunas microalgas y que el marisco puede haber ingerido.

Para los análisis, hasta hace unos años se utilizaban envases pequeños de plástico para almacenar las diferentes muestras, tubos para agitarlas y jeringas para filtrarlas, y cajas de poliestireno para conservarlas en frío durante el transporte. Todos estos plásticos eran de un solo uso. En el caso del poliestireno, se enviaba al vertedero (afectando al agua, al aire, a la tierra y al entorno natural) o se incineraba, produciendo emisiones de dióxido de carbono y otros contaminantes del aire.

Además, la búsqueda de biotoxinas requería de productos químicos que generaban residuos peligrosos. En un plano más mundano, pero también relevante, el laboratorio imprimía rutinariamente documentos que consumían grandes cantidades de papel. A eso se sumaban las partes del marisco no analizadas, que se enviaban al vertedero y generaban metano durante varios años.

La comunicación es clave

Kilcoyne y sus colegas veían oportunidades de mejora en todos estos elementos. Pero, antes de ponerse manos a la obra, repararon en un detalle importante: había que ganarse al resto del laboratorio. Sin la colaboración de todo el personal, no lograrían su objetivo. Por eso decidieron que comunicarían a todo el laboratorio el impacto de todas las acciones y cambios de costumbres que les solicitaran. Esta comunicación resultó clave para el éxito del programa, y además aumentó el compromiso del personal con el laboratorio en general.

La primera acción fue sustituir los envases de plástico por otros de cartón compostable. Aparte de ser un material más sostenible, permite que las muestras no tóxicas puedan ir directamente al contenedor de compostaje sin necesidad de sacarlas del envase. Además, los tubos y las jeringas ahora son de vidrio y se pueden lavar y reutilizar. El resultado: una reducción del 69% en plásticos de un solo uso.

El poliestireno de las cajas de transporte se mantiene todavía, pero ahora se recicla gracias a una empresa especializada. Con todo, el laboratorio ya está pensando en alternativas como las cajas de plástico corrugado, que se pueden aplanar fácilmente para transportarlas y reutilizarlas.

Los restos de marisco que no se analizan ahora se transforman en compost. Aunque los productos químicos que se utilizan actualmente son esenciales para efectuar los análisis, Kilcoyne y sus colegas se dieron cuenta de que compraban y preparaban muchos más de los que acababan utilizando. Además, consideraban que caducaban al cabo de una semana, cuando en realidad pueden durar hasta un mes.

Haciendo un uso más responsable de estos productos consiguieron reducir el consumo en un 23%. Además de los beneficios económicos y medioambientales, consiguieron disminuir la exposición del personal a estos productos tóxicos. Por el camino ahorraron un 30% de energía mejorando el uso de las campanas extractoras de gases y de los congeladores del laboratorio.

Por último, el equipo de Kilcoyne implantó dos medidas nada originales, pero muy eficaces: apagar los ordenadores y otras máquinas cuando no se utilizaban, y favorecer el formato digital para los documentos. Así, lograron imprimir un 81% menos de documentos (con el ahorro de papel, tinta, electricidad y mantenimiento de las impresoras que supone).

Recuperando la inversión

Estaba claro que algunos de estos cambios no tendrían ningún impacto negativo sobre el trabajo del laboratorio: apagar el ordenador de noche no haría daño a nadie. Pero otros cambios podían acarrear consecuencias que merecían ser evaluadas. Por ejemplo, al cambiar de plástico a vidrio en los tubos y jeringas, el equipo de Kilcoyne corría el riesgo de empeorar la calidad de las muestras. Por eso realizaron análisis específicos para cerciorarse, y descubrieron que no había diferencias significativas entre los materiales.

Con todo, el laboratorio tuvo que hacer frente a nuevos costes a raíz de los cambios. El reciclaje del poliestireno ocasiona un gasto de 600€ al año, y el vidrio de las jeringas y los tubos es considerablemente más claro que el plástico.

Sin embargo, el cambio a vidrio supuso una inversión económica que a la larga se tradujo en un ahorro: al poder reutilizar los nuevos tubos y jeringas, el gasto se recuperó al cabo de dos años y medio. Además, el coste del reciclaje se compensó con creces: solo el uso responsable de productos químicos supuso un ahorro anual de 7 600€. En total, el laboratorio ha conseguido reducir su presupuesto en 15 800€ al año, incluso sin contar el ahorro de electricidad al apagar los ordenadores de noche.

A la luz de esta experiencia tan positiva, el equipo de Kilcoyne tiene claro que su estrategia debería extenderse a otros laboratorios, en beneficio tanto del planeta como propio. Como apuntan en el estudio, el análisis realizado se puede aplicar también a laboratorios que se dediquen a otras investigaciones. Eso sí, la clave, insisten, está en la comunicación: “concienciar al personal y cambiar sus esquemas mentales, que son los que influyen en las costumbres, es crucial”.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Aunque en el contenedor amarillo no admitan cualquier tipo de plástico para reciclar, en principio todos los plásticos son reciclables. Si actualmente hay objetos de plástico (como los bolígrafos, los utensilios de cocina o las cajas de CDs) que no se reciclan es por motivos prácticos: contienen una mezcla de plásticos difícil de separar, están contaminados por restos de comida u otras sustancias, o el volumen es tan reducido que el gasto de operar las máquinas de reciclaje no compensa el resultado.

REFERENCIAS (MLA):