Espacio

La amenaza espacial que Musk no quiere ver

Nuestros cielos se están llenando de satélites de SpaceX y eso podría ser peligroso

Elon Musk, dueño y CEO de Twitter
Elon Musk, dueño y CEO de TwitterMatt RourkeAgencia AP

Elon Musk sigue lanzando satélites al espacio. Bueno, no los lanza él, pero se ha convertido en la imagen de Space X y será difícil desligarle de lo que, en realidad, es una empresa complejísima. En cualquier caso, Musk ha defendido este proyecto, conocido como Starlink, en el que pretenden dar cobertura a los lugares más recónditos del planeta. ¿Cómo? Pues multiplicando el número de satélites que hay en torno a nuestro planeta. Estos se organizarán en capas, de hecho, ya están construyendo la cuarta “cáscara” de satélites alrededor de nuestro planeta. A priori no suena mal, la meta es mejorar nuestras comunicaciones en lugares en especial aislados que, precisamente, suelen ser zonas desfavorecidas.

Sin embargo, la realidad es algo distinta. Donde a simple vista vemos una gran idea, al analizarlo en algo más de detalle comienzan a surgir todo tipo de dudas. Es posible que, con esta intención de conectarnos a todos, vengan una serie de peligros. Y no se trata de los peligros de las redes sociales, sino de problemas mucho más agresivos, como cascadas de basura espacial, una crisis de la comunicación e incluso dejarnos ciegos ante la amenaza de colisión de un asteroide.

Satélites, chatarra y virutas espaciales

Hace un par de años, un modelo estadístico de la ESA calculó que, en torno a la Tierra, por aquel entonces orbitaban unos 5400 objetos de un metro de diámetro, 34000 que superaban los 10 centímetros de largo, 900000 de más de un centímetro y más de 130 millones por encima del milímetro de envergadura. Ya en su momento dijimos que, lo más preocupante de estas cifras, es la velocidad a la que crecen, sobre todo si pensamos en la fiebre de los satélites que estamos viviendo. En aquel momento había unos 2500 satélites activos (y otros 3500 que ya computan como basura). 1700 de ellos eran satélites Starlink de Elon Musk. Pues bien, ahora el número de Starlink ha subido a más de 4300. Eso significa que ahora mismo hay casi el doble de Starlink que el número total de satélites activos en 2019.

Por amplios que sean los alrededores de nuestro planeta, todas estas piezas orbitando suponen un grave peligro, porque, inevitablemente, terminan frenando su velocidad, cambiando su trayectoria y aumentando la probabilidad de que colisionen entre sí. Todo esto puede suponer un problema incluso con los fragmentos más pequeños, como esos 130 millones de apenas un milímetro. De hecho, el satélite Copernicus Sentinel-1A sufrió una disminución de su potencia por la colisión de una partícula de basura espacial de tan solo 5 milímetros. El enjambre de basura está cada vez más repleto y, sus consecuencias no solo pueden ser graves, sino que perduran en el tiempo.

El síndrome de Kessler

Recordemos que, en 2021, Rusia disparó un misil contra uno de sus antiguos satélites para deshacerse de él, pero los fragmentos de la explosión se dirigieron hacia la Estación Espacial Internacional. Aquella detonación del Kosmos 1408, que así se llamaba, estuvo afectando a la Estación Espacial Internacional durante semanas, obligándola a esquivar basura espacial. Hablamos de partículas viajando a más de 27.000 kilómetros por hora que, por pequeñas que fueran, podían poner en riesgo a la estación y a los astronautas mientras hacían paseos espaciales. Pero aquello fue solo un caso especialmente mediático de una larga lista de desastres.

La historia ya es vieja. En 2007 China hizo lo propio con otro de sus misiles y sus restos siguen poniendo en peligro a algunos satélites. En 2009, una nave rusa chocó con una estadounidense y la lista de accidentes sigue. Para ponerlo en números y comprender el problema, las colisiones se han duplicado desde principio de siglo, habiendo de media unas 11 anuales. Uno de los motivos de este aumento es el efecto dominó que se produce donde, cuando dos objetos impactan, liberan multitud de fragmentos más pequeños, haciendo que cada uno tenga más posibilidades de cruzarse con otro objeto. La reacción en cadena fragmenta los objetos grandes, multiplicando el número de partículas de basura y, por lo tanto, el de colisiones. Esta reacción en cadena se retroalimenta y recibe el nombre de cascada de ablación o, más popularmente, síndrome de Kessler.

Un futuro complicado

Y, por desgracia, el futuro no pinta mucho mejor, sino todo lo contrario. Musk no está satisfecho con sus más de 4000 satélites. Su meta es poner en órbita 12000 en unos pocos años para, más adelante, ampliarlo a más de 40.000. Así son las megaconstelaciones que se están fraguando en la mente de Musk, y no solo en la suya, sino en la de otros empresarios con el presupuesto suficiente para acorazar nuestros cielos. ¿Qué nos depara el futuro, entonces? Cuantos más satélites pongamos en órbita más probabilidades habrá de que colisionen y, cuanto más colisionen, más fragmentos habrá en órbita. Estamos ante una verdadera ratonera, y la solución no puede pasar por dejar incomunicada a la humanidad. No obstante, no estamos ante un todo o nada, simplemente conviene reflexionar sobre cómo regulamos este tipo de lanzamientos y el reclamo de órbitas en torno a nuestro planeta.

Porque, aunque Starlink vaya a proporcionar cobertura de primera calidad a zonas del planeta hasta ahora incomunicadas, hemos de recordar que estamos ante un servicio de pago que, por ahora, está muy lejos de ser asequible para los bolsillos de quienes viven en esas zonas incomunicadas. ¿Será por lo tanto un servicio para turistas? “Quién se beneficia” es una cuestión ineludible si queremos preguntarnos “cuánto nos perjudica”. Porque, en realidad, el peligro de colisión es solo uno de los muchos que puede haber. Estos satélites ya están dando problemas a los astrónomos, alterando sus lecturas e interponiéndose entre sus telescopios y su cielo nocturno. Puede parecer un capricho, pero recordemos que ahí afuera hay objetos astronómicos potencialmente peligrosos que, si se dirigen a nosotros, querremos detectar cuanto antes: meteoroides, asteroides, cometas… ¿Cuánto estamos dispuestos a arriesgar a cambio de un nuevo sistema de comunicación? Nadie plantea que volvamos a las señales de humo, pero entre aquellas nubes grises y estos bramantes nubarrones hay todo un cielo a explorar.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Aunque no es algo de lo que debamos preocuparnos (al menos por ahora), es razonable pensar que, de una colisión, puede proyectarse alguna partícula hacia la superficie, provocando (tal vez), una suerte de lluvia de basura espacial. A la velocidad a la que viajarían, podrían causar desperfectos en algunas infraestructuras e incluso daños humanos, aunque los trozos más diminutos podrían destruirse antes de llegar a la superficie y, la relativa escasez de los más grandes (y la amplitud de los mares y océanos) reducen los peligros directos a ras de suelo. En cualquier caso, no sería la primera vez que cae sobre tierra un fragmento de basura espacial. En 1979, la Estación Espacial Skylab se desintegró sobre el Océano Índico y algunas partes cayeron sobre la sección occidental del continente australiano.

REFERENCIAS (MLA):

  • Falcon 9 B5: Starlink 5-6 (2023) Lanzamientos Espaciales. Available at: https://lanzamientosespaciales.com/calendario/falcon-9-b5-starlink-5-6/ (Accessed: 12 May 2023).
  • “NASA Procedural Requirements For Limiting Orbital Debris And Evaluating The Meteoroid And Orbital Debris Environments”. NASA, 2021, https://www.orbitaldebris.jsc.nasa.gov/library/npr_8715_006b_.pdf.
  • “Space Debris”. ESA, 2021, https://www.esa.int/Safety_Security/Space_Debris.
  • Kessler, Donald J., and Burton G. Cour-Palais. “Collision Frequency Of Artificial Satellites: The Creation Of A Debris Belt”. Journal Of Geophysical Research, vol 83, no. A6, 1978, p. 2637. American Geophysical Union (AGU), https://doi.org/10.1029/ja083ia06p02637. Accessed 3 Dec 2021.