Espacio

Científicos detectan la mayor tormenta solar de la historia

Hace 14.300 años la Tierra fue bañada por una tormenta solar de proporciones inauditas

Eyección de masa coronal
Eyección de masa coronalNASAEurekalert

Una nueva investigación ha detectado la mayor tormenta solar de la historia, un evento de proporciones tales que podría poner en peligro a nuestra civilización tal y como la conocemos. Claro que, por suerte, esa monstruosa tormenta ya ha ocurrido, concretamente hace 14.300 años. Eso no significa que debamos despreocuparnos, las tormentas solares son algo que ocurre de vez en cuando y, aunque no es frecuente que alcancen estas proporciones, es simplemente cuestión de tiempo. Ahora mismo nuestra mejor baza es estudiar el comportamiento de nuestra estrella y tratar de entender cada pequeño detalle acerca de estas erupciones espaciales. Precisamente por eso es tan importante el estudio que acaba de publicar Philosophical Transactions of the Royal Society A Mathematical Physical and Engineering Sciences.

Tras el muy largo nombre de la revista se esconde una lista incluso más larga de instituciones implicadas en la investigación: Collège de France, CEREGE, IMBE, la Universidad de Aix-Marseille y la Universidad de Leeds. Entre todos ellos han encontrado las huellas de la mayor erupción solar de la que tenemos constancia, el mayor de los nueve eventos Miyake que conocemos. Estos eventos son, simplemente, tormentas solares extremas y, hasta donde sabemos, la última ocurrió hace más de un milenio, en el 993 d.C. Hace bastante de aquello, de hecho, desde entonces ha pasado muchísimo más tiempo que entre el último y el penúltimo evento Miyake, que tuvo lugar en el 774 d.C. En cualquier caso, el evento de hace 14.300 años fue más o menos el doble de intenso que cualquiera de estos. Una erupción extrema incluso entre las más extremas de la historia. Y tan intenso fue que su estela todavía puede verse, impresa en los árboles.

Testigos del pasado

Hace 14.300 años, la Tierra empezaba a calentarse. Muchos de los grandes mamíferos estaban a punto de extinguirse y el Sahara era una región húmeda y fértil. Nosotros estábamos pasando por el Mesolítico y, aunque no dejamos testimonio de lo que ocurrió, los árboles hicieron de escribas. La primera pista de la erupción solar la encontramos, por lo tanto, en el tronco de un árbol, un subfósil, que es como se llama a los ejemplares que todavía no se han fosilizado del todo y algunas de sus partes todavía son orgánicas mientras que otras ya han sido sustituidas por minerales. Al cortar su tronco y estudiar sus anillos de crecimiento, los expertos pretendían obtener una especie de diario del árbol. Un registro en el que, cada año, en cada anillo que añadía, quedaban atrapados en él detalles relevantes del clima. Y es que los árboles son sumideros de carbono bastante estables, atrapan este elemento del aire, donde se encuentra en forma de dióxido de carbono, y lo emplean para formar sus tejidos.

Al analizar el radiocarbono del árbol detectaron que su concentración era especialmente alta en unos anillos concretos. Ese año debió de ocurrir algo que aumentara sobremanera la proporción de radiocarbono en la atmósfera. Las causas podían ser muchas, pero, curiosamente, coincidía en el tiempo con un aumento del berilio detectado en los núcleos de hielo extraídos de Groenlandia. Lo más parsimonioso era sospechar que ambos eventos estaban relacionados y eso nos dejaba con un principal sospechoso: el Sol. Los rayos cósmicos interaccionan con las partes altas de la atmósfera produciendo radiocarbono y desde hace poco sabemos que las tormentas solares proyectan partículas cargadas que se comportan de forma similar al entrar en nuestra atmósfera, produciendo ascensos de radiocarbono en cuestión de un año.

¿Estamos en peligro?

Lo cierto es que desconocemos casi todo sobre las tormentas solares extremas. No sabemos qué las desencadena, ni cada cuánto ocurren y, por desgracia, podemos predecirlas. Hace poco que empezamos a medir la actividad solar con el propósito de entender sus tormentas. De hecho, antes del siglo 17 no encontramos registros directos, solo testimonios ocultos en la naturaleza que, por ahora, son nuestra mejor estrategia para entender a nuestro Sol. En cualquier caso, podemos hacernos una ligera idea de cómo nos afectaría una tormenta solar de ese calibre. La más intensa que hemos registrado tuvo lugar en 1859 y la conocemos como el evento Carrington. Por aquel entonces no había muchos dispositivos electrónicos, pero la actividad electromagnética producida por la tormenta chocando con la magnetosfera terrestre fue suficiente para destruir una gran cantidad de telégrafos.

Para hacernos una idea, un evento Miyake es, al menos, 10 veces más potente que el evento Carrington. Es cierto que ahora estamos rodeados de mucha más electrónica y dependemos por completo de ella, pero también es verdad que hemos diseñado sistemas mucho más resistentes. ¿Lo suficiente para sobrevivir a un evento así? Por desgracia, no lo sabemos. Por eso no es baladí estudiar el cosmos, aunque nos parezca lejano y frío, cuanto mejor lo conozcamos, más seguros estaremos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • A pesar de que el peligro es real (o tal vez por eso), los titulares alarmistas sobre futuras tormentas solares que nos devolverán a la edad de piedra son exageraciones. No sabemos cómo nos afectará y, aunque podría ser una verdadera catástrofe, no es riguroso plantear que nos devuelva a una era pretecnológica.

REFERENCIAS (MLA):

  • “A radiocarbon spike at 14,300 cal yr BP in subfossil trees provides the impulse response function of the global carbon cycle during the Late Glacial” Philosophical Transactions of the Royal Society A Mathematical Physical and Engineering Sciences http://dx.doi.org/10.1098/rsta.2022.0206