Escepticismo

La gran mentira de los aliens

¿Por qué creemos en hombrecillos verdes?

Alienígenas en pinturas rupestres
Seres extraños en la rocalarazonLa Razón

Cuando hablamos de vida extraterrestre el mundo parece dividido en dos grupos de personas: los que defienden a capa y espada la existencia de visitantes intergalácticos y los que, en cambio, niegan rotundamente que pueda existir vida fuera de nuestra pequeña canica azul. En realidad, entre estas dos posturas irreconciliables hay una tercera, igual de irreconciliable, que se gana la enemistad de todos menos de los académicos. Defiende, en pocas palabras, que haber hay vida, aunque posiblemente muy distinta de lo que podamos imaginar y que, desde luego, no nos ha visitado.

En realidad, esta perspectiva moderada es la opción más cabal de todas. Por un lado, la vida en la Tierra, que es la única que conocemos, está hecha, principalmente, con los elementos químicos más frecuentes del universo. Surgió relativamente pronto tras el nacimiento de la Tierra y soporta condiciones realmente extremas. ¿Tan descabellado es pensar que pueda haber planetas amables para la vida en la inmensidad del cosmos con pequeños seres habitándolos?

No tan rápido

Podríamos pensar, entonces, que la hipótesis de los hombrecillos verdes es algo más tentadora, pero tiene truco. No obstante, que pueda haber vida más allá de la tierra es muy distinto a afirmar que hayan llegado visitantes cósmicos a la Tierra con sus setenteros platillos volantes. Pero, entonces… ¿qué hay de todas esas pruebas que presentan los ufólogos? A fin de cuentas, podemos encontrar supuesta fotografías y testimonios acerca de objetos volantes no identificados. Incluso los medios nos bombardean con presuntos comunicados de agencias espaciales acerca de estos OVNIs. El caso es que la calidad de estas fotos y estos testimonios es más que cuestionable.

De hecho, los análisis serios que se han hecho a lo largo de los años llegan a las mismas conclusiones: nos encontramos con mentiras, pruebas demasiado ambiguas o directamente fenómenos y objetos perfectamente identificables por el experto adecuado que, por supuesto, nada tienen que ver con seres de otros planetas. Incluso los titulares grandilocuentes sobre las investigaciones de la NASA en OVNIs (que ellos prefieren llamar FANIs) han tenido que moderar sus palabras en el cuerpo de la noticia, aclarando que más que a platillos volantes, se enfrentaban a globos de los Simpson y microondas. Ni siquiera atribuyen una naturaleza extraterrestre a los 5% de los casos que no pueden identificar, sino más bien militar. Pero, entonces… ¿por qué seguimos creyendo en los alienígenas?

El diccionario mental

La clave para entenderlo se basa en una observación sencilla. Existen personas que se dedican a mirar el cielo más que ningún otro colectivo, y no se trata de los ufólogos, sino de los astrónomos aficionados. Gente de todo tipo que, alrededor del planeta, se pertrechan con sus telescopios, se alejan de las ciudades y penetran en la oscuridad de la noche guiados por las mismas estrellas. Curiosamente, esas personas, que dedican más horas que nadie a mirar el cielo, son los que menos eventos extraños relatan. ¿Cómo es posible esta aparente paradoja?

Lo cierto es que hay muchos objetos que pueden cruzar los cielos: un meteoro, un avión y aunque parezca mentira, incluso la Luna. Todos ellos han sido reportados en algún que otro momento como OVNIs. Puede parecer gracioso que alguien confunda a la Luna con un platillo volante, pero ese fue el sonado caso de un ciudadano galés, o de toda una recua de coches patrulla que persiguieron a Júpiter por las carreteras de Gipuzkoa.

Pues bien, durante toda la vida tu cerebro se ha sometido a lo que llamamos un “aprendizaje estadístico” asociando un concepto al patrón que comparten todas las experiencias que se le han presentado como dicho concepto, o en el caso de las caras: aquellas que suelen tener dos ojos, una boca, una nariz, etc. Podríamos comparar esto con un diccionario que tradujera a conceptos familiares la tormenta de estímulos que llega a nuestro cerebro. De ese modo, no necesitamos ver un rostro entero para saber que el resto está ahí, oculto bajo una espesa bufanda o cubierta por una capucha. Junto con esos ojos que ves, puedes predecir que habrá una nariz, una boca y, en definitiva: una persona.

Por lo general somos muy buenos prediciendo, pero no somos perfectos. En ocasiones fallamos produciéndose un fenómeno conocido como pareidolia que, aunque no lo parezca, todos hemos experimentado alguna vez. Si en alguna ocasión has visto una cara dibujada en la parte trasera de un coche, en los agujeros de una alcantarilla o los botones de tu despertador, eso era tu cerebro prediciendo “de más”. Por supuesto, no todas las confusiones son tan evidentes, en algunos casos se trata de satélites artificiales, rayos globulares y nubes orogénicas, los cuales resultan mucho más difíciles de reconocer para el ojo inexperto. Todo depende del “diccionario” que nuestro cerebro haya creado para reconocer aquello que está viendo.

Un éxito de ventas

Que un libro triunfe no depende necesariamente de su calidad. Las editoriales lo saben y juegan con ese margen que permiten convertir a un verdadero incompetente en un autor de best sellers. Algo parecido ocurre con las ideas, no tienen que ser buenas, ni siquiera interesantes, pero si dan con la tecla social adecuada, en el momento oportuno, pueden volverse completamente virales. La ufología se puede entender como un fenómeno antropológico, una nueva forma de explotar viejos sesgos. Siempre hemos sentido atracción por lo misterioso y nuestro cerebro está obsesionado con encontrar interpretaciones de lo que ocurre a nuestro alrededor. Se nos da mal dejar cabos sueltos y eso significa que muchos humanos no tienen el menor pudor al inventarse explicaciones novelescas para lo que escapa a su entendimiento. Sabiendo lo limitado que es el conocimiento popular sobre materias como la astronomía, la meteorología o incluso los animales que sobrevuelan nuestras cabezas, no es de extrañar que hayamos generado toda una caterva de mitos en torno a lo atípico.

En su momento, las anomalías meteorológicas eran explicadas con espíritus y, más adelante, con apariciones marianas. Ahora, que la sociedad se ha secularizado más que nunca y que la ciencia ficción parasita nuestra inventiva, son los alienígenas quienes acuden a la llamada de la ignorancia, para rellenar los huecos que la escuela no logró cubrir. Podríamos reprocharle a este análisis que no explique por qué existen profesores universitarios que creen fervientemente en los alienígenas y haríamos bien. Esta explicación está muy simplificada y no tiene en cuenta la larga lista de sesgos que afectan a las mentes más brillantes. A veces, simplemente, creemos lo que queremos creer. Existe un extraño fenómeno por el cual, las personas más inteligentes son, también, quienes más facilidad tienen para convencerse de tonterías, usando las justificaciones más enrevesadas y creativas que uno pueda imaginar.

Existen, por lo tanto, muchos motivos para creer en los platillos volantes, pero todos ellos son antropológicos. Los argumentos no apoyan que existan, sino que creamos en su existencia. Porque vivimos en un presente cargado de evidencias y artefactos tremendamente sofisticados que nos permiten escrutar las profundidades del cosmos. Podemos observar agujeros negros a decenas de millones de parsecs de aquí, pero no tenemos fotografías claras de los cientos de platillos volantes que, teóricamente, nos visitan cada año. Aparentes contradicciones de una civilización obsesionada con las historias y el misterio.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • En 1947 Kenneth Arnold dijo haber visto el primer platillo volante de la historia. Desde entonces ha habido muchos otros avistamientos alrededor del mundo. Podríamos pensar que los supuestos alienígenas nos empezaron a visitar por aquel entonces y que, hasta ese momento, no conocían nuestra existencia, pero hay un detalle que nos lleva a explicar lo sucedido de una manera muy diferente. En realidad, Arnold nunca habló sobre platillos volantes, sino sobre objetos con forma de boomerang que rebotaban en el aire como piedras sobre un lago. Fue la prensa quien se confundió y habló de unos ficticios platillos volantes que nadie había visto, ni siquiera el mismo Arnold. A partir de ahí otros empezaron a observar los platillos descritos pero nadie vio boomerangs ni objetos parecidos. De repente, parece que la gente empezó a ver lo que creía que tenía que ver, sin importar cómo de cierto fuera todo aquello.

REFERENCIAS (MLA):

  • “Preliminary Assessment: Unidentified Aerial Phenomena”. Dni.Gov, 2021, https://www.dni.gov/files/ODNI/documents/assessments/Prelimary-Assessment-UAP-20210625.pdf.