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Dioses alienígenas capaces de crear universos: La última majadería sobre el origen del cosmos

El polémico científico Avi Loeb, vuelve a apartarse del rigor para hacer ficción a duras penas científica. Estos son sus errores.

Extraterrestres en Egipto
Extraterrestres en EgiptoEspacio MisterioLa Razon

Qué difícil es elegir el titular para un artículo. Si por la estética y los gustos personales fuera, no me cabe duda de que, sobre estas palabras, rezaría algo así como: “Avi Loeb y el fantasma del Demiurgo”. Sin embargo... ¿Quién querría leer algo así? Posiblemente solo gente que ya supiera de la fama de Loeb o que recordara al Demiurgo, aquel dios impulsor del cosmos al que Platón se refería en sus libros. Y, a decir verdad, este es uno de esos artículos pensados expresamente para que sean leídos en masa, pero no por ganar clics, sino porque busca aclarar un bulo que se extiende sobre la prensa como si fuera una mancha de aceite. Los titulares culpables de este caos se están viralizando porque juegan con la polémica relación entre religión y ciencia, así como con rotundas afirmaciones y evocadoras escenas de ciencia ficción. Si pretendo paliar su desinformación, más me vale tomar algunas licencias en el titular para que esto llegue, precisamente, a quienes ha de llegar.

Empezaré por explicarme. En los últimos días, las redes han empezado a arder con las declaraciones del siempre polémico Avi Loeb, un científico con una producción académica tan excelsa como criticable ha sido su deriva de estos últimos años. Por suerte, las llamas no han crecido demasiado y estamos a tiempo de controlar el fuego antes de que el incendio cobre las proporciones de otros que este mismo investigador ya avivó en el pasado. El particular caballo de batalla de este astrofísico y cosmólogo es la naturaleza del objeto interestelar ‘Oumuama, que nos visitó en 2017. Algunas particularidades de aquel objeto llevaron a Loeb a sugerir que pudiera tratarse de una nave alienígena, particularidades que, en realidad, encajaban con explicaciones mucho más sencillas y plausibles. Simplemente, los alienígenas de Loeb no eran necesarios, no aportaban ni aclaraban nada, emborronaban el debate y, para decirlo con claridad, equivalían a decir que, el no encontrar mis zapatillas se deba a que una gaviota ha entrado por la ventana y se las ha llevado, en lugar de simplemente reconocer que hemos olvidado dónde las pusimos. No obstante, las críticas de los verdaderos expertos en búsqueda de vida extraterrestre no han achantado a Loeb, sino todo lo contrario. Esta es su última fantasía.

Quita, que tú no sabes

Antes de sumergirnos en el relato de ciencia ficción que Loeb ha escrito para Scientific American, cabe recordar que, a pesar de su indudable excelencia en los campos de la astrofísica y la cosmología, acaba de embarcarse en el mundo de la búsqueda de vida extraterrestre, una disciplina con solera y que, aunque pueda sorprender, cabe abordarla de forma científica. Para distinguirse de los ufólogos, es importante partir de la cautela, evitar afirmaciones aventuradas y entender que la búsqueda no tiene lugar aquí, en nuestro planeta, sino mirando (y escuchando) al cosmos, en sus lejanías. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de campo de estudio, es más, es algo sumamente fértil que permite introducir sangre nueva y perspectivas nunca exploradas para revolucionar lo que ya se ha convertido en tradición.

Sin embargo, parece deseable que tus primeros pasos en un nuevo campo de estudio sean humildes y, parafraseando a Cicerón en sus disertaciones, deberíamos regirnos por esa máxima de “no me avergüenza confesar que soy un ignorante de lo que no conozco”. Sin embargo, a principios de año, durante el “Golden Webinar de Astrofísica para el Público General”, Loeb tuvo una conversación en público con Jill Tarter, una de las mayores expertas en búsqueda de vida extraterrestre del planeta. Hablamos de una mujer que ha dedicado toda su carrera a estudiar este tema en concreto y que inspiró el ya legendario personaje de Ellie Arroway, la protagonista de la película Contact, interpretada por Jodie Foster. Lo que empezó como una serie de críticas rigurosas por parte de Tarter se convirtió rápidamente en una vergüenza. Loeb perdió sus papeles y comenzó a gritar a la doctora, acusándola a ella y a toda la comunidad de expertos, tratándoles de miopes y, en cierto modo, de incompetentes.

Tarter guardó las formas y se mantuvo impertérrita ante el desbocado escritor, contribuyendo a que el propio Loeb dejara claro desde qué postura se incorpora cada uno de ellos al debate. Sin embargo, aquello no acabó con su carrera mediática, porque combinar su muy respetable currículum en astrofísica y cosmología con sus frases sensacionalistas sobre vida alienígena lo convierten en una verdadera golosina para los articulistas que viven del clic fácil. Así es como hemos llegado hasta aquí.

Los extrauniversales

Al principio de su artículo, Avi Loeb enumera algunas de las cosmogonías más famosas, desde la creación del mundo por parte de un dios, hasta las teorías de física cuántica que proponen que todo comenzó como una fluctuación de la energía que hay en el propio vacío (que es un concepto diferente al de la “nada” que solemos tener en mente). Al terminar su enumeración dice que todas estas propuestas han captado el interés de los investigadores, pero que se habla poco sobre la posibilidad de que nuestro universo sea un experimento de una civilización alienígena súper avanzada. A esto añade una frase preocupantemente mesiánica, diciendo que esta propuesta unifica la noción religiosa de la creación con la noción secular de la gravedad cuántica. ¿Cómo? No lo explica y tampoco parece aunarla con más argumentos de los que podría dar un aspirante a escritor de ciencia ficción durante la premisa de su novela.

Rizando el rizo, Loeb plantea que este es, en cierto modo, el destino del universo, reproducirse a sí mismo recursivamente, universos dentro de universos. Decide compararlo con un organismo vivo que se perpetúa mediante la reproducción y sugiere que solo los universos artificiales adecuados pueden, a su vez, albergar una civilización capaz de diseñar un segundo universo artificial dentro de ellos. Desde esta fantasía, nosotros seríamos producto de una civilización de lo que podríamos llamar extrauniversales (como análogo de extraterrestres), y debemos reconocer que suena poético, pero ¿qué pruebas tenemos de ello? La respuesta es que ninguna, lo cual empobrece el debate, aunque, por otro lado, hace patente por qué el debate tampoco era necesario para una propuesta tan poco fundamentada. Es más, si somos rigurosos, habremos de reconocer que tampoco explica lo que pretende explicar.

Loeb parece aspirar a dar con esta hipótesis una alternativa a otras explicaciones del origen del universo y, de hecho, así lo argumenta al principio de su artículo. Sin embargo, asumiendo incluso que tuviera razón, cabría preguntarse quién creó a nuestros creadores. Entraríamos en una regresión que no puede extenderse hasta el infinito, como ya demostró en cierto modo el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury en 1078: Todos los seres parecen tener una causa, por lo que el universo debe de haber sido causado por un ser que, a diferencia de los demás, no fuera causado por nada, o caeríamos en una cadena de cusas sin principio.

Para San Anselmo y los escolásticos que tomaron nota de su argumento, ese ser era Dios y, aunque el propio Santo Tomás demostró que el argumento era falaz, sí que estaban en lo cierto con un aspecto: no podemos remontarnos infinitamente, nuestras explicaciones acerca de los orígenes de algo no pueden simplemente pasar la patata caliente. Por eso son tan poderosas las explicaciones que la ciencia suele utilizar. De ese modo, si asumimos que tuvo que existir una primera civilización de extrauniversales, deberemos preguntarnos ¿cómo se creó su universo? Y en ese momento, nos daremos cuenta de que Loeb no ha solucionado absolutamente nada, solo ha enmarañado el trabajo que otros llevan años haciendo.

Avi Loeb y el Demiurgo

Hay un motivo por el que se ha atendido más a otras cosmogonías que a la de los supuestos extrauniversales. Las explicaciones teológicas eran, por ejemplo, la única forma de dar “explicación” a la naturaleza antes de que surgiera la ciencia. Para cuando esta apareció, las hipótesis religiosas sobrevivieron, en parte gracias al papel unificador del cristianismo como sustituto del Imperio Romano caído en occidente. La teología siguió un tiempo pretendiendo ser cosmología, pero terminó por ceder. En cuanto a las explicaciones relacionadas con una fluctuación cuántica del vacío, podemos entender que se hayan investigado más a fondo que la propuesta de Loeb por el simple motivo de que, hasta donde sabemos, son plausibles, pertenecen a corpus teóricos que han sido probados en otras condiciones y contribuyen a explicar más hechos que el simple origen del universo. Los extrauniversales son, en todo caso, más parecidos a un mito arcano que a una explicación científica pertinente. Son una hipótesis innecesaria hasta donde sabemos, nada la secunda y no da explicación a la gran cantidad de hechos de los que otras hipótesis más serias sí dan cuenta.

En cierto modo, esos dioses alienígenas de los que se está hablando serían como el Demiurgo de las religiones gnósticas. El Demiurgo no creaba, porque ese concepto surge con la religión judeocristiana entendido “crear” como “generar algo a partir de la nada”. Los griegos y romanos tenían muy claro que tal cosa era un sinsentido, ex nihilo nihil fit, que decían ellos (de la nada, nada sale). Ellos sugerían otras soluciones. El Uno de los neoplatónicos, como decía Plotino, no creaba, sino que emanaba de él el mundo que nos rodea, la realidad le desbordaba y se derramaba. El Demiurgo que adoptó Platón, en cambio, tan solo ordenaba lo preexistente. Daba forma a la realidad a su antojo, pero partiendo de lo que ya estaba allí.

Eso se parece más a lo que propone Loeb, una civilización que ha unificado las teorías que explican las fuerzas del universo haciendo de la física cuántica y de la teoría de la relatividad una misma. En definitiva, no hay nada especialmente creativo, su ficción ya fue explorada por otros, tanto dentro como fuera de la literatura. Eso sí, olvida puntualizar Loeb que, para crear un supuesto universo artificial, no bastaría con unificar estas teorías, sino que habría un salto incluso mayor entre ese conocimiento y que supiéramos diseñar la tecnología necesaria para construir estos universos dentro de universos (por no hablar de cómo obtener la energía suficiente para ello).

Tal vez convenga terminar recordando las palabras de William Hazlitt. Como ensayista, el inglés tenía claro que “el origen de la ciencia está en el deseo de saber las causas; y el origen de toda la falsa ciencia e imposturas está en el deseo de aceptar causas falsas antes que ninguna”. Por atractivo que sea imaginarnos como habitantes de un “universo Matrioshka”, no hay motivos para creer en ello y es una causa fácil de aceptar, aunque posiblemente falsa. Los sueños de Loeb son eso, sueños, y no contribuyen a desarrollar la ciencia, sino a olvidar las causas más plausibles, posiblemente menos trepidantes, pero sin duda, mucho más fértiles.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es frecuente que se ataque a la falacia de autoridad diciendo que, en ciencia, el currículum de un investigador no asegura que sus argumentos tengan validez, y que estos han de ser analizados de forma independiente a quién los diga. Sin embargo, para ser justos, en ciencia la autoridad sí que juega un papel y, si un experto es realmente reconocido entre sus iguales, se supone que será por la calidad de su trabajo y que, por lo tanto, será garante de sus afirmaciones. Claramente, esta suposición no siempre da buenos resultados, pero es un atajo bastante práctico para juzgar trabajos de campos que, si bien puedes conocer por encima, no son exactamente de tu campo de especialización.

REFERENCIAS (MLA):