Cine
Albert Serra: «Vi que en el cine español todos eran inútiles y pensé: aquí puedo destacar»
El cineasta catalán estrena “Liberté”, un provocativo poema cinematográfico sobre la noche y sus perversiones que consiguió un galardón en Cannes
Albert Serra compara la experiencia de ver "Liberté" con la sensación de estupefacción y desorientación a la que te enfrentas cuando sales de una discoteca de madrugada. El irreverente cineasta catalán elige una vez más la senda de la provocación para exponer la polimetría del placer de unos aristócratas libertinos del siglo XVIII que quieren raptar a unas novicias y materializar sus perversiones sexuales y lúbricos deseos en la privacidad y el anonimato que otorga la noche. Si se hubiera dejado llevar únicamente por su estómago ahora mismo estaría escribiendo libros, pero asegura que la decisión de haberse dedicado a esto del cine "ha sido una fuente interminable de pasión, de diversión, de locura y de caos total" y la consecuencia directa de su militancia en el arte. Nos sumergimos en los pasillos del Cine Doré para charlar con este Marqués de Sade de Bañolas sobre la necesidad de salpicar en el séptimo arte, las ventajas del puritanismo, la carnalidad de la imagen y algunas de sus filias más íntimas al grito de ¡vive la France!
–¿La manera de exteriorizar el placer que había en el siglo XVIII se parece en algo a la actual?
–Es una pregunta difícil. La manera de exteriorizar supongo que sí porque tampoco hay tantas variantes. La manera de sentirlo... esto ya no lo se. Lo que sí que tengo claro es que empezamos a tener una mirada sobre nuestro propio placer a partir de las teorías de Freud. Antes la gente sólo practicaba sexo para reproducirse. Pero en el momento en el que aprendimos a mirarnos desde fuera, lo que tú sientes ya nunca más vuelve a ser algo inocente. Hasta el siglo XX, todo esto va exagerándose, evolucionando y modificándose y produciendo una acumulación de traumas y prejuicios. En definitiva, mucha superestructura encima. A lo mejor hoy en día ya no se puede sentir de la misma manera porque no somos capaces de mantener intacta esa inocencia.
–¿Hacer un tratamiento libre del sexo le ha supuesto alguna renuncia como director? ¿Estamos mucho más castrados de lo que pensamos?
–Para nada. Al menos yo no. En mi caso, todo el «background» sexual que pueda tener viene de la literatura y si tú has leído al Marqués de Sade descubres multitud de cosas ultrajantes. La ficción es el sitio de la injusticia, de la abyección, del mal. Para eso sirve. Para poder depositar lo peor de nosotros mismos. Estudié Literatura y todas mis grandes influencias son las vanguardias del siglo XX, todos los grandes subversivos de la historia, de modo que aunque mi vida pueda ser más o menos convencional, mi mente no lo es, por lo que mi libertad es total. De todas formas naturalizar el sexo es algo muy complejo ¿normalizamos el abuso de menores? En la representación estética me refiero evidentemente... No sé. El sexo es una tensión formal. Cuando normalizas, matas el misterio.
–En la cinta juega bastante con lo que se ve, pero sobretodo con aquello que se imagina, ¿lo velado es más perverso que lo explícito?
–No puede haber una respuesta taxativa, depende de lo velado y depende de lo explícito. Es una buena pregunta. La mayoría de los diálogos de la película no sirven para nada, de modo que lo explícito se convierte en algo necesario en según qué ocasiones. En la cinta hay cuatro niveles: lo que ves (más ofensivo que lo que no), lo que oyes, lo que intuyes y lo que directamente imaginas. Te parecerá ridículo en 2019, pero desde que hay desnudez, todo cambia. Por eso la gran mayoría de actores profesionales no quieren actuar desnudos. Porque te sientes mucho más vulnerable. La desnudez convoca algo muy íntimo, muy salvaje. La armonía y la comunicación entre los cuerpos hoy en día está muy de moda ¿no? De hecho todo el “Me too” es una consecuencia de esto. De esa imposibilidad de que los cuerpos se armonicen con consentimiento. Como en los sesenta, imagínatelo. Tu ves las imágenes del documental de Woodstock y hay una armonía natural. No hay ninguna forma de fricción aunque no veas ninguna escena de sexo explícito entre la gente, sabes que la intención estaba. Ahora es todo distinto. No digo peor, pero sí diferente.
–Entonces podríamos decir que el séptimo arte tiene que salpicar, que la fisicalidad en el cine es una apuesta de obligado cumplimiento...
–Rotundamente, sí. El cine posee esa cosa tautológica. Estás aquí y de repente coges el móvil, te filmo la cara y hago una obra de arte. Solo la intensificación de las coordenadas de espacio-tiempo ya te da una carnalidad y una materialidad brutales. Aunque me concentre mucho mirándote los ojos, siempre voy a tener estímulos visuales que me distraigan. Sin embargo, la cámara no se cansa, no escucha el sonido, no tiene ideas. Simplemente, está ahí para revelar algo que el ojo humano no puede ver.
–Y el relato puede destruir la potencia de la imagen...
–Es la estupidez de muchos realizadores que luego le ponen historia a un poder, el visual, que por sí mismo ya es lo suficientemente válido. Porque mucha gente tiene miedo de esto. De que quede algo demasiado opaco, demasiado hermético, demasiado incontrolable. Todo mi cine siempre ha sido muy orgánico y muy material. Y de hecho todas mis películas han tenido esa mezcla entre lo artificioso (lo sensual, lo suntuoso, lo estético) y lo salvaje del relato. Especialmente en esta película en la que incluso algunas imágenes son desagradables. Verla opera en ti igual que una lectura de las novelas del Marqués de Sade. Te vacía, te quita las ideas, no te sugiere nada ni te aclara ninguna duda y actúa como si te metieran detergente por la cabeza y después tu interior se quedase rugoso y áspero. Literalmente quemando. Plásticamente es muy barroca, todo el rato hay líneas, árboles, ramas... siempre es un cruce de muchas cosas. Es difícil tener una imagen limpia. Es la confusión total a nivel estético pero también en términos de elipsis. ¿Los personajes sienten dolor o placer? ¿Quieren o no quieren? ¿Se les está sometiendo o están siendo capaces de experimentar gozo en este sometimiento? La fluctuación y el intercambio de roles...Es algo que nunca queda claro. Por eso yo digo que es un poema sobre la noche.
–¿Por qué la noche resulta tan atrayente?
–Por la distorsión total de la lógica del día. Me gusta porque es la lógica de lo progresivo. Evolucionas con respecto a lo que eras ayer, a lo que eras hace una hora. Vas creando memoria, propósito. La noche es el gasto por sí mismo, no hay posibilidad de continuación. Funciona con una lógica diferente y al mismo tiempo desesperada como consecuencia de su propia dinámica. La imposibilidad de continuar está en la propia esencia de la noche.
–¿Una filia confesable de Albert Serra?
–Confesable, joder pocas (risas). El vello. En hombres y en mujeres. A pesar de que esté «pasado de moda», es algo que siempre he encontrado mucho más atractivo que su contrario. En todas las partes del cuerpo, incluidas las más íntimas.
–¿Hay peligro en el puritanismo?
–Yo creo que no. Puede hacer daño a personas individuales pero normalmente a personas individuales débiles. Sin puritanismo no hay rebeldía. El binomio represión-transgresión me parece una lógica mucho más interesante. En ocasiones, las mentes puritanas suelen ser las más interesantes. ¿Sabes para qué? Para desbloquearlas. A modo de reto. Las víctimas colaterales del puritanismo nunca me han dado pena. Coño, rebélate. Nadie te lo va a impedir. A veces es fácil sentir añoranza de la represión, porque ésta genera transgresión.
–¿La industria cinematográfica española transgrede poco?
–Se trata de avanzar con la creación de imágenes, de hacerlas un poco más sofisticadas, más misteriosas. El misterio tiene que volver a aparecer, porque para ver imágenes que son siempre a b c y que todos hemos visto mil millones de veces te quedas en casa. Es muy patético esto. Al principio quería ser escritor, pero me di cuenta de que había demasiada competencia y de que me costaría bastante trabajo sobresalir. Entonces vi que en el cine español todos eran unos inútiles integrales y pensé, “aquí podré destacar”. No saben nada, no tienen ni idea y lo hacen mal. Y la historia me dio la razón, porque dejando al margen a Almodóvar, que es una consagración, ya casi los he superado a todos. Y en el cine de autor a todos sin excepción. Lo mejor de todo es que ha sido una fuente interminable de pasión, de diversión, de locura y de caos total el hecho de haberme dedicado a esto.
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