Salud
Tartamudez, la vergüenza que enmudece
«No recuerdo no haber tartamudeado»
¿De qué hablamos?
«No recuerdo no haber tartamudeado». Colin Firth como Jorge VI contaba en el «El discurso del rey» el dolor que le provocaba su trastorno del habla. Pocos han hecho tanto por normalizar la tartamudez como esta película, pero el medio millón de españoles que la padecen siguen enfrentándose cada día a la ansiedad, la vergüenza y las burlas. Los niños y los adolescentes son los que peor lo llevan.
La tartamudez es un trastorno de la fluidez del habla que se puede manifestar mediante interrupciones, bloqueo, repeticiones o prolongaciones. La tartamudez es también una sucesión de adversidades y pesadumbres para medio millón de españoles.
Miedo, ansiedad, vergüenza, evitación... Movimientos bruscos de cabeza o cuello... muletillas, interjecciones... No son las causas, son las consecuencias de una patología que no se cura, pero que puede mejorar.
«La tartamudez tiene un origen neurobiológico. El cerebro de estas personas no funciona igual que el del resto, además de que existe un componente psicológico o emocional secundario». La logopeda Manuela Torres es profesora del Máster de Logopedia de la Facultad de Psicología de la Universitat de València y colabora con la Fundación Española de la Tartamudez.
«Primero deberíamos aclarar que entre los dos y los cinco años es habitual que los niños tengan problemas en el habla, ya que aún están desarrollando esta habilidad. Pero pasado este tiempo, si las dificultades persisten es aconsejable acudir a un especialista. Antes se decía: ‘No pasa nada. Ya se le pasará’. Y no, no es así, porque quizás no se le pase. Hay que tener en cuenta que cuanto antes se empiece a trabajar con ellos, mejor, porque el cerebro de los niños es más plástico».
Los logopedas trabajan no solo en mejorar el habla, también lo hacen con los miedos que vienen con la tartamudez. «No deben avergonzarse y, sobre todo, deben creer que este trastorno no les va a limitar la vida».
Es más fácil convencerles cuando son adultos; si se trata de adolescentes la cosa se complica. «Son un colectivo con más posibilidades de sufrir ‘bullying’, por eso hay que enseñarles a ser resilientes. El miedo a que se rían de ellos es atroz, pero los padres pueden potenciar su autoestima. Ese es el superpoder de los papás».
Francisco Conesa, psicólogo especializado en este campo y asesor de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicólogos de la Comunitat Valenciana coincide en la importancia de un abordaje temprano. «A los progenitores hay que animarles a que acudan a un especialista ante cualquier duda. Los logopedas son los que suelen detectarlo en la etapa infantil, ya que, afortunadamente, los servicios psicopedagógicos escolares se encargan de ello. En la edad adulta es cuando suelen acudir al psicólogo si el problema no se ha resuelto o necesitan herramientas para afrontar la ansiedad que la tartamudez puede acarrear».
La evitación (algunos dejan incluso de hablar por vergüenza) y la baja autoestima son comportamientos frecuentes. «La persona que tartamudea llega a poner en duda su propia valía como persona, ello le invalida y esto, a su vez, acaba limitando sus actividades por temor a las burlas o el qué dirán».
El grupo Ciudadanos en Les Corts Valencianes presentó recientemente una proposición con el fin de que se tomaran las medidas en este ámbito. Han pedido que se elabore un protocolo sociosanitario de diagnóstico de la tartamudez para la detección temprana y que se estudie la ampliación de plazas de logopedas y psicólogos en los centros de salud, así como en los centros escolares de la Comunitat o la puesta en marcha de una campaña de sensibilización para visibilizar, concienciar y, sobre todo, ahondar en la problemática y perjuicio que pueden sufrir los menores con tartamudez.
Seguro que conoce a un personaje famoso que ha confesado sufrir depresión, bulimia, dislexia o un trastorno obsesivo compulsivo. ¿Cuántas personas célebres con dificultades del habla le vienen a la memoria? «Hacer visible este trastorno ayudaría mucho; que personas relevantes hablaran abiertamente de sus problemas a la hora de comunicarse tendría un efecto muy positivo», asegura el psicólogo clínico.
La disfluencia o tartamudeo no desaparece por completo. «La ciencia no tiene respuesta para las ‘recaídas’. Tienen rachas buenas, malas y regulares. No podemos decir que se cura. No existe un tratamiento mágico». Manuela Torres admite que «aún queda mucho por hacer, pero la sociedad es más tolerante ahora que hace treinta años».
Un aplauso colectivo por el fin de los chistes sobre tartamudos y un tirón de orejas para aquellos que aún hacen mofa -con menos discreción de la que imaginan- sobre los que no hablan como el resto. El estigma perdura pese al empeño de profesionales y educadores que tratan con naturalidad esta diversidad. Logopedas y psicólogos trabajan por hacerles hablar, el resto de nosotros deberíamos hacerlo por silenciar las burlas.
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