Gastronomía
Pronóstico sombrío, crisis y compañía
La restauración vive momentos de profunda tribulación. Después de diez meses de cierres y restricciones, están agotados
No existen certezas, ni explicaciones, no hay discurso tajante que ofrecer, solo preguntas con el único objetivo de proscribir la incertidumbre futura. Por qué, cuánto tiempo realmente, cuándo abriremos, cómo volver a salir de esta situación y de qué manera.
Hastiados de escuchar una restricción a medias por la mañana y una nueva limitación con matices por la tarde, para redondear el toque de queda llega el cierre como una emboscada (in)esperada que les abona de nuevo al sufrimiento. Mientras algunos lo sospechaban, otros se encontraban con la guardia baja y han sido pillados a contrapié reponiendo bodega y comprando género.
La fuerza con que la tercera ola está desgarrando a la restauración es más que evidente. Una de las conclusiones definitorias es que el nuevo cierre de los establecimientos erosionará gravemente la estructura hostelera y pone en peligro la continuidad de la tercera parte de los negocios. Aunque el cierre ha colmado el vaso de la resignación de algunos restauradores, el instinto empresarial de otros sacará a pasear la resistencia, pero no solo eso servirá de salvoconducto para su permanencia.
La mayoría de la restauración que ha cumplido con las estrictas medidas se ha visto nuevamente superada, mientras los ERTE y ERE de camareros y cocineros quedan al albur del impulso (im)previsto. Después de diez meses enfrentándose a cierres y restricciones están agotados, no simulan sus gritos de protesta y socorro. Al manual de supervivencia ya no le quedan frases, no hay un antes y un después, todo gira en tiempo real. Si la reapertura se confirma pasados los quince días de cierre dictados se evitará el abismo, pero no la incertidumbre. Nada permanece todo se desvanece, salvo la amenaza de la vuelta a la rutina del temido aislamiento.
La restauración vive momentos de profunda tribulación. El panorama de la crisis que asoma por el horizonte es cristalino. Como el virus no acabará después de quince días, ni tampoco va a terminarse el mes que viene, la reapertura debería ir acompañada de un plan de ayudas similar al de los países vecinos. Sin cháchara administrativa, ni parloteo estéril sobre supuestas ayudas, ni eslóganes sobre reducción de impuestos. Es hora de conciliar de verdad las medidas reales para luchar contra el virus y salvar al sector.
A grandes rasgos y a riesgo de no ser demasiado pesimista. No es necesario mirarse al espejo de la pandémica verdad para percibir la excepcionalidad de este inicio de año y la precariedad que se avecina este invierno y que conoceremos en toda su crudeza el próximo mes.
En el disco duro de los reproches se encuentra una demoledora contradicción. Mientras los últimos estudios oficiales presentados reconocen una mínima incidencia del virus en bares y restaurantes, donde el contagio no llega al 3,4 por ciento, en paralelo surge el tío vivo cotidiano de reflexiones de Fernando Simón señalando el protagonismo de la restauración en la tercera ola. Cuando la falta de evidencia se enfrenta a la realidad acaba siempre acudiendo a las restricciones deliberadamente confusas.
El tiempo se abrirá paso y dará una segunda oportunidad. Aunque a estas cuentas del barquero cabe ponerle un par de pegas, desgraciadamente y con claros porqués, en el horizonte más inmediato nos encaminamos a un periodo con un pronóstico sombrío. No les quiero amargar el lunes, y más sabiendo que lo que se nos viene encima es bastante peor que lo que nos cuentan. No hay que engañarse, se adivinan quiebras, cierres y se anticipan más traspasos, pero también se hablará de futuras aperturas de restaurantes. Crisis y compañía.
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