Gastronomía

Indecisos: ¿es mejor caña, tercio o quinto? Borrón y ronda nueva

La llegada de la cerveza se interrumpe. “Piff...puff”. De repente se acabó el barril. Sin previo aviso parecen los tercios y los quintos como el ejército de salvación

La caña de cerveza fue el verdadero rostro de la revolución popular de la hostelería de los años 80
La caña de cerveza fue el verdadero rostro de la revolución popular de la hostelería de los años 80 La Razón

La frase del título nos aproxima a la realidad y nos comisiona para vivir el presente cervecero. Con el mes de julio en fase de hiperventilación, el consumo de la rubia se vuelve a poner al galope tendido. La ocasión no puede ser más propicia para hablar de las peculiares dudas que surgen al pedir una cerveza.

En esta realidad globalizada se entiende que millones de clientes se planteen diariamente dudas sobre qué tipo de cerveza elegir. No es necesario decir el por qué ni el cómo ya son de sobra conocidos los motivos. Se pone a prueba el automatismo singular de los indecisos a la hora de pedir una cerveza. “La que sea pero que esté fría”, se oye al fondo de la barra.

La última concordia hostelera está clara. Un paseo por las habituales barras, chiringuitos y las engordadas terrazas estivales nos permite comprobar como los clientes proponen cotidianamente su investidura universal. La cerveza vertebra la hostelería, dispone de mayoría absoluta.

La caña y el doble sobreviven en su acrisolada respetabilidad y en el prestigio conseguido por la temperatura adecuada. En definitiva, la cerveza de barril escenifica la realidad en diferentes grados, con mejor suerte para el cliente. Sin caer en banalidades ni juicios apresurados, conviene seguir las recomendaciones del camarero. “Mejor de barril”.

Caña, doble, tercio o lata de cerveza
Caña, doble, tercio o lata de cervezaLa Razón

Con los latiguillos de siempre y las promesas del camarero de cabecera no sorprenden los apoyos que recibe el tercio. A otros les parece escasísima la presencia del quinto o botellín. Depende, en otras zonas cercanas es mayoritario. No debemos olvidar que corremos el riesgo de incurrir en prejuicios y descuidos, si obviamos mencionar las claves del bote de cerveza. Por fortuna, no se ha descapitalizado y sobrevive con fuerza en determinados momentos.

Nuestra protagonista es una bebida universal que todos manejan con oportunismo: rubia, negra, tostada y artesana.

Los designios del mundo cervecero son inescrutables. La caña de cerveza que fue el verdadero rostro de la revolución popular de la hostelería de los años ochenta vuelve a serlo. Heredera del trono, la historia le ha hecho justicia. Recorre todas las barras y acepta que la expriman. Ya es hora de que las cañas bien tiradas conquisten la secuencia hostelera.

Los rostros de los clientes son un reflejo de la expresión de la espuma y no al revés. El trato a la caña, a veces, tiene malas prácticas. Manos nerviosas y muñecas lentas que agudizan sus imperfecciones ante los inocentes tiradores. Algunos locales abundan en esta contradicción: Instalaciones modélicas y servicio mejorable.

Las terrazas retratan con una clarividencia inusual el triunfo de las jarras y dobles.

Más allá de forzados paralelismos, la nueva hostelería patria pretende una misión imposible, acabar con el bipartidismo desigual: rubia o las demás, mientras la cerveza tostada anuncia su próxima tiranía entre las minorías.

A veces, basta un pequeño gesto para que pasen grandes cosas. La llegada del rico líquido rubio se interrumpe drásticamente. “Piff..puff”... De repente se acabó el barril. Sin previo aviso. Aparecen los tercios y los quintos como el ejército de salvación. Hay que cambiarlo, algún voluntario. Una instantánea que nos permite abandonar el local, en busca de la cerveza artesana.

La pregunta estival sobre si el universo de la oferta cervecera es finito o infinito nos asalta dándole a la cerveza como si no hubiese un mañana. El bar del barrio que conocíamos por la caña de toda la vida, como una “micebrina” para paladares castigados al regreso del trabajo, se apaga y los clientes se incendian por dentro al probar la cerveza caliente del tercio.

Tras varias visitas se establece una rigurosa lucecita de alerta. Los tiradores y las cámaras frigoríficas llevan un tute enorme encima y algunas veces les falta frescura por decirlo de buenas maneras.

Siento que no prestamos suficiente atención a situaciones hosteleras relacionadas con la cerveza, aparentemente laterales que esconden sin embargo, a poco que uno se pare a pensar en ellas, asuntos determinantes.

Se impone hacer inventario y asomarnos a lo vivido. Cualquiera de las cervezas elegidas relajarán y suavizarán los músculos del paladar cansado, aliviarán la tensión y la fatiga, tanto física como mentalmente, mejorarán la circulación de conversaciones positivas y bajarán la presión arterial de conflictos, conseguiremos quizás un sueño más reparador, e incrementarán la esperanza a las puertas del ecuador del verano. Indecisos: Caña, tercio o quinto, borrón y ronda nueva.