Barcelona

1894: el año en que París conoció el terrorismo moderno

A finales del XIX, la capital francesa vivió una etapa de pánico con hasta 6 atentados anarquistas en cafés y restaurantes contra la propia población civil

1894: el año en que París conoció el terrorismo moderno
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En "El agente secreto", Joseph Conrad retrató a un terrorista en el trance de dirigirse hacia el fatal desenlace de su locura: "Y el incorruptible Profesor caminaba, también, apartando sus ojos de la odiosa multitud de la humanidad. Él no tenía futuro; pero lo despreciaba. Él era una fuerza. Sus pensamientos acariciaban imágenes de ruina y destrucción. Caminó frágil, insignificante, andrajoso; miserable y terrible en la simplicidad de su idea que convocaba a la locura y la desesperación para regenerar al mundo. Nadie lo miraba. Y avanzó insospechado y mortífero, como una peste en las calles llenas de hombres". Publicada en 1907, "El agente secreto"se había inspirado en un suceso de 1894, el intento fallido de volar el Observatorio londinense de Greenwich. Aquel mismo año, un anarquista francés llevaría a cabo con éxito otro acto de terror tristemente célebre en pleno centro de París. Durante unos meses, la capital del Sena conoció el horror del terrorismo moderno. Ya nadie estaba a salvo.

Aquel 12 de febrero de 1894, Emile Henry se dirigió hacia la Avenida de la Opera con la idea de matar al mayor número de burgueses posibles. Durante años, prácticamente desde la detención de su padre tras el fracaso de la Comuna, este parisino nacido en Barcelona en 1872, había cultivado un odio visceral contra el orden establecido. Se había formado en la esfera intelectual, y, posteriormente, abrazó la causa anarquista. Su mentalidad revolucionaria y nihilista iba más allá del clásico atentado contra gobernantes o fuerzas del orden. Cualquier ciudadano era culpable por su adhesión al "establishment".

Volvemos al 12 de febrero. Henry paseó tranquilamente por entre los locales, con una carga mortífera de dinamita. No entró en ninguno porque no estaban lo suficientemente llenos. Hasta que llegó al Café Terminus, aledaño a la estación de Saint Lazare. Pidió dos cevezas, prendió un cigarro y, una vez apurado el mismo, encendió la mecha de la bomba. El atentado anarquista se saldó con un muerto y veinte heridos. Henry fue interceptado en su fuga, llevado a los tribunales y condenado a muerte. Se le guillotinó el 21 de mayo, a la edad de 21 años. Segundos antes gritó: "¡Larga vida a la Anarquía!".

El de Henry es un caso paradigmático de la deriva del terror anarquista. Un año antes había habido un precedente extremadamente sonado en nuestro propio país: la masacre del Teatro del Liceo en Barcelona que ocasionó 20 muertos. Sin embargo, el anarquista francés, amén de atentar aleatoriamente contra los burgueses, trataba de vengar el ajusticiamiento de Auguste Vaillart, que sólo unos días antes había sido guillotinado elevando al cielo la misma consigna que Henry gritó en su última hora. Vaillart había lanzado el 9 de diciembre del 93 una bomba en la Cámara de los Diputados francesa. 50 personas resultaron heridas, entre ellas el propio terrorista, que perdió la nariz en la detonación de aquella bomba cargada de clavos y metralla.

Entre 1893 y 1894, París vivió sumida en el terror por mor de la determinación aleatoria del terrorismo anarquista. Todos eran posibles objetivos. Apenas tres meses después de la acción de Vaillart, una bomba mató a dos personas en el restaurante Very de la capital francesa. Tras la masacre del Café Terminus, ya en 1984, con Henry ya detenido, tres detonaciones más causaron el pánico en París. El 20 de febrero, dos explosiones en sendos hoteles de los populosos "fauborg"se saldaron sin víctimas; el 4 de abril, un escritor perdió un ojo por una nueva carga mortífera lanzada en el restaurante Foyot. Aquella espiral de locura nihilista se clausuró el 24 de junio, con el atentado del italiano Sante Geronimo Caserio, que apuñaló hasta la muerte al presidente Sadi Carnot para vengar la muerte de dos ilustres compañeros en armas: Auguste Vaillart y Emile Henry.

Tras el magnicidio, el terrorismo anarquista en el corazón de París cesó durante algunos años y la Ciudad de la Luz, en plena "belle époque", olvidó poco a poco aquel año de pánico en el que todos, por la única razón de existir en un régimen considerado dañino por los anarquistas, eran víctimas potenciales del terror irracional.