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Odiar el odio a los judíos

El ser humano olvida pronto las lecciones de la historia. Cuando recordamos y lamentamos el Holocausto en los 75 años de la liberación de Auschwitz, el rechazo a lo hebreo crece en un mundo amnésico, relativista y cruel
José MaluendaLa Razon
  • Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Miembro del equipo fundacional de LA RAZÓN. Más de dos décadas en la sección de Opinión. Con anterioridad desarrollé mi labor profesional en el Diario Ya durante nueve años. He colaborado en distintos semanarios generalistas y especializados

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La expresión «banalidad del mal» fue acuñada por Hannah Arendt para describir la crueldad burocrática de Adolf Eichmann como funcionario del Reich en el perfecto y eficiente engranaje que acabó con la vida de millones de judíos en los campos de la muerte. Ni era un psicópata, ni habitaba en él un sentimiento sobre el bien o el mal en la comisión de sus deleznables actos, sino el celo y la ambición de un empleado que encontró en esa maquinaria genocida un ámbito en el que ascender en su carrera profesional. Es cierto que probablemente resultaría un exceso comparar a los antisemitas de hoy con un singular empleado nazi al servicio de la solución final, pero no imputar una banalidad puesta al día que impregna la fobia a una comunidad por el hecho de su credo, costumbres e historia. Si hoy, en pleno siglo XXI, después de una centuria de barbarie, del exterminio sistemático y brutal de prácticamente todos los judíos de la Europa en guerra, nos encontramos con un porcentaje elevado de rechazo a los hebreos en sociedades abierta y decididamente desarrolladas, la sensación debiera ser de estremecimiento y pesar por esos millones de ciudadanos presos en el mejor de los casos de una superficialidad estulta y en el peor de una aversión perversa y deshumanizada. Que el antisemitismo haya vuelto a prender en los escenarios en los que fueron gaseadas familias enteras y otros millones de nuestros congéneres sufrieran vejaciones y torturas hasta extremos inimaginables resulta un fracaso absoluto y la prueba de una involución en la escala de valores de los regímenes liberales que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, casi el 90% de los judíos de Europa cree que el antisemitismo ha aumentado en sus países en los últimos cinco años y cuatro de cada cinco han padecido situaciones de acoso por su fe. Puede que el abandono y la desidia de las democracias hayan contribuido a ello cuando un tercio de los europeos admite que sabe poco o nada del Holocausto. Esa peculiar banalización de la historia abre la puerta a que la degradación continúe. Israel, la única democracia de Oriente Próximo, y la comunidad judía merecen amparo y respeto.

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