Odiar el odio a los judíos
El ser humano olvida pronto las lecciones de la historia. Cuando recordamos y lamentamos el Holocausto en los 75 años de la liberación de Auschwitz, el rechazo a lo hebreo crece en un mundo amnésico, relativista y cruel
La expresión «banalidad del mal» fue acuñada por Hannah Arendt para describir la crueldad burocrática de Adolf Eichmann como funcionario del Reich en el perfecto y eficiente engranaje que acabó con la vida de millones de judíos en los campos de la muerte. Ni era un psicópata, ni habitaba en él un sentimiento sobre el bien o el mal en la comisión de sus deleznables actos, sino el celo y la ambición de un empleado que encontró en esa maquinaria genocida un ámbito en el que ascender en su carrera profesional. Es cierto que probablemente resultaría un exceso comparar a los antisemitas de hoy con un singular empleado nazi al servicio de la solución final, pero no imputar una banalidad puesta al día que impregna la fobia a una comunidad por el hecho de su credo, costumbres e historia. Si hoy, en pleno siglo XXI, después de una centuria de barbarie, del exterminio sistemático y brutal de prácticamente todos los judíos de la Europa en guerra, nos encontramos con un porcentaje elevado de rechazo a los hebreos en sociedades abierta y decididamente desarrolladas, la sensación debiera ser de estremecimiento y pesar por esos millones de ciudadanos presos en el mejor de los casos de una superficialidad estulta y en el peor de una aversión perversa y deshumanizada. Que el antisemitismo haya vuelto a prender en los escenarios en los que fueron gaseadas familias enteras y otros millones de nuestros congéneres sufrieran vejaciones y torturas hasta extremos inimaginables resulta un fracaso absoluto y la prueba de una involución en la escala de valores de los regímenes liberales que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, casi el 90% de los judíos de Europa cree que el antisemitismo ha aumentado en sus países en los últimos cinco años y cuatro de cada cinco han padecido situaciones de acoso por su fe. Puede que el abandono y la desidia de las democracias hayan contribuido a ello cuando un tercio de los europeos admite que sabe poco o nada del Holocausto. Esa peculiar banalización de la historia abre la puerta a que la degradación continúe. Israel, la única democracia de Oriente Próximo, y la comunidad judía merecen amparo y respeto.