La última voluntad de Azaña: “Que me dejen donde caiga”
La idea de Compromís de pedir que se repatríen los restos del presidente de la república y también de Negrín, que fue jefe de gobierno, con honores de jefe de estado ha provocado una abierta polémica. Ambos están enterrados en Francia
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Carles Mulet, senador de Compromís, un partido político valenciano de izquierdas y apoyo del sanchismo, ha exigido la repatriación de los restos mortales de Manuel Azaña y de Juan Negrín. Ha planteado que vuelvan con honores de jefes de Estado, al tiempo que lo ha comparado con el tratamiento que ha recibido el cuerpo del dictador Franco. Mulet dice en su propuesta que mientras el «genocida asesino» está en un «mausoleo titularidad del Estado», los «legítimos» ministros de la II República reposan en tierras extranjeras, «en tristes tumbas, olvidadas y mantenidas por sus familiares». La Historia es más compleja y menos poética.
Juan Negrín fue Jefe de Gobierno, no de Estado, desde mayo de 1937 y en el exilio, donde murió en noviembre de 1956. Negrín pensaba de sí mismo que su actuación había perdido a la República, que su política de «resistir es vencer» fracasó, que los negocios ruinosos con la URSS no habían sido suficientes. Reino Unido y Francia les había abandonado, y «Rusia era la única opción». Según su nieta Carmen, vivió deprimido sus últimos días, especialmente desde su expulsión del PSOE en 1946. El PSOE, su partido, había sido para él la gran decepción y la causa de la derrota; es más, quienes le echaron con un golpe de Estado.
Sus diferencias con Indalecio Prieto debilitaron el Gobierno, además de la traición, tal y como él la calificaba, de los nacionalistas vascos y catalanes. La relación con el Lehendakari Aguirre, del que desconfiaba y que solo pedía dinero, y con Companys, fue mala. Negrín tuvo que disminuir la autonomía catalana porque no servía para defender la República, sino los intereses propios del nacionalismo. «No estoy haciendo la guerra contra Franco –dijo Negrín– para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino». La división entre los «republicanos» era completa.
La decepción también venció a Manuel Azaña, este sí Jefe del Estado como Presidente de la República. Sus restos descansan en el cementerio de Montauban, una ciudad pequeña al sur de Francia. Allí llegó enfermo. El doctor le diagnosticó una afección cardiaca, a lo que Rivas Cherif, su cuñado, apuntó: «Se le ha roto el corazón». El corazón por España, claro. Estaba muy envejecido a pesar de tener 60 años. Consciente de que se acercaba el final, dijo a la familia en su lecho de muerte: «Que me dejen donde caiga».
Quizá sea la última voluntad de Azaña que Mulet debería tener en cuenta, aunque el amor por España del republicano sea incuestionable. De hecho, sus familiares han respeto esa decisión del político hasta el día de hoy. Azaña salió del país en el invierno de 1939. Le siguieron la Gestapo y los servicios de inteligencia franquista por la Alta Saboya y la costa atlántica. Recaló en Montauban, cerca de Toulouse, tras la ocupación nacionalsocialista de Francia en junio de 1940. El 3 de noviembre de 1940 Azaña falleció en una habitación de hotel. El féretro se cubrió con la bandera de México porque las autoridades francesas prohibieron que se hiciera con la enseña tricolor.
El motivo fue que Luis Ignacio Rodríguez, embajador mexicano, había intentado sacar a Azaña de Europa y llevarlo a México. Mientras, fue quien reservó unas habitaciones en el Hotel Midi, en Montauban, y declaró aquel espacio como sede diplomática para impedir la intervención policial. A su entierro le acompañaron unos cientos de exiliados. Para entonces, comunistas y nazis eran aliados tras el pacto Ribbentrop-Molotov, y el exilio no era precisamente un ejemplo de unidad y concordia. Los comunistas españoles, dirigidos por la URSS, habían tomado el poder en lo que quedaba de Segunda República desde noviembre de 1936, y fueron el principal motivo de discordia.
Entre otras razones, eso separó a Negrín y Azaña. En la reunión que mantuvieron el 28 de enero de 1939, el segundo comunicó, ante la presencia del general Rojo, que había que pedir una «paz humanitaria» con mediación del Reino Unido y Francia. Dos días después, Azaña se enteró que Negrín no había hecho ninguna propuesta en Consejo de Ministros. Ya daba igual. Estaba todo perdido por el avance franquista. En la frontera con Francia, Azaña decide salir del país. Negrín le convenció para alojarse en la embajada española en París. Partieron el 5 de febrero a las seis de la mañana. En la comitiva iban Negrín y Martínez Barrio, cuyo coche se estropeó. El grupo tuvo que seguir a pie, confundido con otros que buscaban refugio al otro lado de la frontera. Azaña cruzó como había previsto, inmerso en la desbandada.
Negrín volvió al trabajo, y a su idea de continuar la guerra. Fue entonces cuando se produjo el llamado «golpe de Casado», el 5 de marzo de 1939, protagonizado por socialistas y anarquistas contra Negrín, como Besteiro, Wenceslao Carrillo (padre de Santiago), Cipriano Mera, el general Miaja y el propio Casado, jefe del Ejército del Centro. La idea era quitar a los comunistas del poder y negociar la paz con Franco. Negrín, sin apoyos, tomó un avión en Monóvar (Alicante) y partió hacia Toulouse. No fue un comunista ni un demócrata liberal, tampoco quiso entregar España a la URSS, solo fue un socialista sectario víctima de su propio partido. En el exilio se le hizo el vacío. Las Cortes republicanas reunidas en México en 1945 no le quisieron como Presidente, y él rehusó tomar una cartera. Negrín estaba tan deprimido en sus últimos tiempos que ni siquiera quiso que su nombre figurase en su lápida, solo sus iniciales, J.N.L., como confesó su nieta Carmen. Abandonado por todos y repudiando al resto, a su entierro en el cementerio parisino de Pere Lachaise solo acudieron su hijo Rómulo y dos amigos.