Historia
Silvestre II, el precursor de Leonardo Da Vinci
A pesar de su oscura leyenda, Silvestre II fue un personaje sabio y erudito autor de ensayos y de increíbles inventos
Si bien es cierto que Silvestre II ha pasado a la historia envuelto en leyendas de magia, brujería y pactos con el diablo nada edificantes, tampoco lo es menos que fue un personaje sabio y erudito sin duda, muy adelantado a su tiempo y más propio de la luz del Renacimiento que de la oscuridad del Medievo. Tras su misteriosa muerte acaecida en el año 1003, envenenado o víctima de la Malaria, quién sabe, su reputación resultó mancillada y su figura relegada al más ingrato olvido durante siglos interminables. Hasta que por fin, en pleno Renacimiento, el historiador y cardenal italiano César Baronio (1538-1607) rescató su memoria distinguiendo a Silvestre II como el hombre ilustrado por antonomasia. Puede afirmarse así, en honor a la justicia, que entonces Silvestre II volvió a nacer. Su designación para ocupar el solio de Pedro se produjo en tiempos convulsos, cierto, pero a pesar de ello no le tembló el pulso a la hora de mantener firme el báculo para abrir una etapa de profunda renovación en la Iglesia. Combatió así la simonía y la corrupción, y frente a los nacionalismos actuó con la misma contundencia en alianza siempre con el emperador Otón III.
Huída a Rávena
La confianza del emperador en Silvestre llegó hasta el punto de que éste aportó las ideas políticas del imperio. En agradecimiento por su dedicación, Otón III le entregó al Papa ocho condados italianos que habían pertenecido a los Estados Pontificios. En el año 1001, sin embargo, el destino se torció. La rebelión en la ciudad de Roma obligó a Otón III y a Silvestre II a huir a Rávena. Desde allí, intentaron sin éxito restaurar el orden. El emperador falleció poco después en extrañas circunstancias. Sin apoyos ni protección, la nobleza romana permitió regresar a Silvestre II a condición de que acatase el nuevo orden político establecido. El Papa accedió sin rechistar, limitándose desde entonces a despachar como un simple burócrata los diversos asuntos religiosos al tiempo que abandonaba sus viejas pretensiones reformistas y cualquier otra ambición política del pasado. Su actitud un tanto sumisa no le restó, en cambio, ni un ápice de carisma en el ámbito intelectual. Su formación había comenzado muy pronto, primero en el Monasterio de Saint-Géraud d’Aurillac, donde aprendió gramática, retórica y dialéctica (Trivium), para luego viajar a Cataluña y recluirse durante tres años consecutivos en el Monasterio de Santa María de Ripoll dedicado en cuerpo y alma al estudio de la astronomía y matemáticas.
Viajó también por toda la Península Ibérica, bajo ocupación musulmana en aquel momento, y entró en contacto con la ciencia árabe que le fascinó desde el principio hasta el punto de introducir más tarde entre los clérigos el uso de su numeración, así como el sistema decimal y el empleo del cero, que resultaron decisivos en operaciones matemáticas como la división.
Su formación prosiguió con estudios en Reims, donde aprendió geometría, aritmética, música y astronomía (Quadrivium), junto al interés por la teología y filosofía, llegando a convertirse en todo un erudito de su tiempo. Pero lo más fascinante de este sabio medieval es que no se limitó a la simple acumulación de conocimientos teóricos, sino que puso en práctica todo lo asimilado de las mil formas inimaginables, erigiéndose en un anticipo del gran Leonardo da Vinci renacentista. No en vano, al Papa Silvestre II debemos numerosos ensayos filosóficos, por no hablar de sus increíbles inventos. Trabajó sin desfallecer en algunos instrumentos de lo más curiosos, como el ábaco de Gerberto. Se trataba de un singular aparato con veintisiete compartimentos de metal, en cuyo interior se depositaban nueve fichas con los números grabados y en columnas se disponían las unidades, decenas, centenas… Gracias a este sistema, se podía multiplicar y dividir con suma facilidad. El invento era, en realidad, un antecedente de las modernas calculadoras que hoy se conocen.
También se atribuye a Silvestre II la fabricación de una maravillosa colección de relojes pendulares, de un globo terrestre y hasta de varios órganos musicales. El Papa ideó también un monocordio compuesto por una caja de resonancia sobre la cual se tensaba una cuerda con la que se medían las vibraciones sonoras y los intervalos musicales. Algo parecido a lo que luego se han dado en llamar tonos y semitonos de las notas. Es indudable que Silvestre era una persona instruida, creativa e inquieta, un verdadero personaje de novela, un Papa alejado de esa figura siniestra que dibujaba la falsa leyenda negra entretejida en torno a él quién sabe si por envidia.
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