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Cultura

La «matanza Manson» que hundió la vida de Frank Lloyd Wright 

Su amante y los dos hijos de ésta, junto con otras cuatro personas, fueron salvajemente asesinados mientras el arquitecto estaba de viaje en Chicago. La orgía de sangre y fuego ocupó las portadas de los periódicos, un suceso que lo emparentaría como el precedente de la tremenda furia de la secta de Charles Manson en casa de Polanski

Frank Lloyd Wright, en 1945, junto a la maqueta del Guggenheim neoyorquino
Frank Lloyd Wright, en 1945, junto a la maqueta del Guggenheim neoyorquinolarazonAP

Ordenado y meticuloso. Un tanto áspero en el trato. Pagado de sí mismo, pero, al cabo, un genio, Frank Lloyd Wright se tenía como uno de los mejores arquitectos de la historia y la referencia indudable de la construcción en el siglo XX. Su trabajo tenía una legión de admiradores y otro similar ejército que criticaba su altivez, aun reconociendo que cada línea que levantaba sobre el papel era un trazo maestro. No es de extrañar que su vida estuviera en el foco mediático. Había nacido en 1867 y trabajó durante más de 70 años. Hasta que despegó como artista, su nombre y su vida, un tanto caótica, fue seguida como si de un culebrón por entregas se tratara. Así lo relata una biografía que incide en el lado más oscuro y menos conocido de Wright y que rescata uno de los más espeluznantes sucesos que marcarían tanto su existencia como su carrera.

Su matrimonio con la discreta Catherine Lee Tobin, Kitty, del que nacieron seis hijos, tenía según él fecha de caducidad. El abandono de su abultada familia, con críos de todas las edades, fue un acontecimiento muy comentado. Y no precisamente para bien. ¿Cómo podía dejar a tanto niño sin el calor de un padre y a su esposa tirada?, se preguntaban los titulares de la Prensa. No cultivó buena fama, sobre todo teniendo en cuenta que reconocía que jamás sintió la llamada de la paternidad y que ser cabeza de familia no hacía sino estrangular y minar su vena creativa. «Sentía que me estaba secando por dentro», se justificaba. De ahí que se decidiera a cortar con su vida anterior tras conocer a la esposa de un buen amigo y cliente que dejaría de serlo. Mamah Cheney, que en realidad se llamaba Martha Borthwick Cheney, le dio lo que su primera mujer ya no le ofrecía. Vivieron su amor oculto durante años, hasta que desvelaron su relación con el consiguiente y mayúsculo escándalo. La amante tenía dos hijos pero deseaba volar en libertad. Como él. Dos espíritus sin ataduras que se encontraban. Él dejaba a su prole con la madre y ella a los dos hijos al cuidado del padre. Y se marchaban a Europa a empezar una nueva vida lejos de las habladurías y los comentarios insidiosos del vecindario de Oak Park, que no perdonaba una traición de ese calibre.

Berlín fue la ciudad que significó para él su consagración y Florencia se convirtió en una inspiración para futuros proyectos. Martha, por su parte, entró en contacto con los círculos intelectuales de la época y conoció a Ellen Key, pensadora feminista con la que trabó una sólida amistad y cuyas obras se dedicaría a traducir. Wright no dejaba de darle vueltas a la idea de levantar una casa para ambos. Un año después, cuando las aguas ya habían vuelto a su cauce, regresaron a Estados Unidos. Y él se propuso crear lo que había pintado sobre el papel. Su mansión querida y amada para vivir con Mamah el resto de su existencia. Qué equivocado estaba. “No se parecerá a nada que hayáis visto antes. Será una casa que respete todos los principios que han dado sentido a la arquitectura desde que esta existe”, clamaba. Doscientas hectáreas para edificar un monumento al amor.

Una biografía inusual

«Plagued By Fire: the Dreams and Furies of Frank Lloyd Wright», escito por Paul Hendrickson, bucea en el más macabro suceso de la historia del arquitecto de la famosa casa de la cascada. No es una biografía al uso que arranque con el nacimiento y ponga el punto final con la muerte. El autor, que ha tardado más de siete años en darle forma y accedió a documentos escasamente conocidos, muestra la cara más humana de uno de los más importantes creadores del siglo XX. «Resulta demasiado fácil circunscribirlo a un artista engreído y egoísta. Sin embargo, es necesario bucear e ir un paso más allá para conocer al hombre que hay detrás», asegura.

En 1914 tuvo lugar la matanza que conmocionaría a todo Estados Unidos. Un 15 de agosto, día especialmente seco y pegajoso, quizá tanto como la melaza. El aire no traía buenos presagios. Un verano de terror, también, como sucedió con el espeluznante episodio en la casa de Roman Polanski, cuando SharonTate y otros amigos que estaban con ella fueron asesinados por el maléfico clan de Charles Manson el 9 de agosto de 1969. Wright estaba de viaje en Chicago, muy lejos de Taliesin, la casa que había levantado con honores en una colina para vivir el amor con Mamah Cheney y los dos hijos de ésta. Los suyos vivían con su madre. La vida transcurría con felicidad relativa después del escándalo de su relación. Sin embargo, uno de los empleados de la casa, un hombre, según se desvela en el libro, de carácter inestable, no encajó bien que la pareja tratara de sustituirlo porque estaba perdiendo la cabeza por días y dormía con un cuchillo bajo la almohada. Pusieron un anuncio en el periódico para ocupar su puesto.

Julian Carlton, que así se llamaba el individuo, no pudo contener la furia ni los desprecios de la pareja. Parece que primero hubo una disputa con uno de los ayudantes de Wright que subió de tono y acabó con agrios insultos. Después llegaría la matanza. El hombre, armado con un hacha, fue destruyendo lo que el arquitecto más quería. La primera víctima fue Mamah Cheney. No le vio llegar. Abrió la puerta de punta en blanco y le sirvió la comida. Nada hacía presagiar lo que iba a suceder minutos después. La sorprendió de espaldas a él y la propinó un hachazo que le abrió la cabeza en dos. Sus hijos no corrieron mejor suerte y aunque la pequeña pudo escapar en un principio después fue asesinada. Tenía ocho y doce años. Iba de una habitación a otra con la mirada extraviada y sed de sangre y venganza. En la estancia donde comían los empleados repitió el «modus operandi»: sirvió el almuerzo y cerró la puerta. Después vertió gasolina para prender una cerilla y que no pudieran salir de allí. Murieron siete personas. Taliesin se fue convirtiendo poco a poco en un cementerio donde los cuerpos se amontonaban y la sangre fluía. Era un espectáculo dantesco.

El arquitecto estaba lejos y cuando fue avisado y regresó de manera precipitada se topó con un escenario horripilante lleno de cadáveres. Hendrickson narra el agobiante viaje que vivió. Cómo fue ese desplazamiento en tren y cómo fue imaginando en su cabeza lo que iba a encontrarse nada más traspasar el umbral de Taliesin, pues el mensaje que le habían pasado era escueto para evitarle males mayores: «Taliesin, consumido por las llamas». Cuando arribó, completamente enajenado e incrédulo, se sentó delante del piano y comenzó a interpretar a Bach. El fin de Taliesin estaba cerca, ya que el criado prendió fuego a una zona de la casa. Las llamas se sofocaron como se pudo, pero las pérdidas fueron muy cuantiosas, entre ellas, una parte de la colección de arte asiático que el artista había comprado. Sin su amante y con su casa dañada(«el bungalow del amor», lo llamaban), Wright tuvo que volver a levantarse. Dicen que ya no fue nunca el mismo, que su carácter se volvió más hosco y que su vida fue bastante más introspectiva. Sufrió trastornos en el sueño y pesadillas frecuentes.

Beber y callar

¿Qué suerte corrió el asesino? Carlton se escondió en una cámara ignífuga que había en la mansión y lo hizo pertrechado de un bote de ácido clorhídrico por si se encontraban. Se lo bebería y no cantaría. Y así lo hizo. Cuando fue hallado ingirió el líquido, que le destrozó el esófago. Pasó muy poco tiempo en la cárcel, porque murió de hambre al no poder ingerir comida alguna. El hacha fue hallada en el lugar del crimen. Y él se declaró inocente. Su esposa fue exculpada de haber participado en la matanza. El capítulo se cerró.

Wright trabajó duro para levantar de nuevo la parte quemada de Taliesin, la casa maldita. Y aunque parezca mentira, se volvió a quemar. El tesón del arquitecto por devolverla a la vida no acabó. ¿Se curó el corazón del arquitecto? Sí, con el tiempo volvió a latir. Parece que una mujer, muy conmocionada por lo sucedido, le escribió reiteradamente para animarle. Con el tiempo decidieron verse. Y decidieron casarse. Ella sería su segunda esposa, una mujer adicta a la morfina y a las reuniones sociales. Hubo una tercera con la que contrajo matrimonio, una bailarina rusa.

El sombrero «Porkpie»

Frank Lloyd Wright era un seductor irremediable. Algo tenía que fascinaba a las mujeres. No en vano, era a principios del siglo XX uno de los creadores más importantes e influyentes. Cuidaba su aspecto hasta el menor detalle. No salía a la calle sin su traje perfectamente planchado, su corbata y tocado con un «porkpie» de fieltro, aunque también existía una versión ligera para los calurosos días de verano. El sombrero, que estuvo de moda desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, era una de sus señas de identidad.