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Los “Realities" volvieron loco a Don Quijote

Salman Rushdie revisita el clásico narrativo más importante de todos los tiempos para una novela en que su Quijote se vuelve loco por culpa de la televisión.
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Ya lo dijo Alejo Carpentier en 1977, al recibir el premio Cervantes: «Todo está ya en Cervantes. Todo lo que hará la perdurabilidad de muchas novelas futuras: el enciclopedismo, el sentido de la historia, la sátira social, la caricatura junto a la poesía y hasta la crítica literaria». Algo que firmaría el cien por cien de los narradores que se han ocupado del género novelístico, de lo que Cervantes creyó fundar con “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, pues dijo: «Soy el primero que he novelado en lengua castellana». En nuestro país, Miguel de Unamuno le rindió homenaje en “Vida de don Quijote y Sancho”, y antes Clarín lo llamó «“nuestro” libro, la “Biblia profana” española», sobre el que veía cosas nuevas –decía releerlo cada dos o tres años– al ir entendiéndolo más y mejor «según la vida va enriqueciendo mi experiencia con acciones y pensamientos».
Asimismo, el autor asturiano lamentaba que el libro de Cervantes influyera cada vez menos en la gente por decaer paulatinamente su lectura, lo cual contrastaba con la suerte de Shakespeare, tan traducido e interpretado. Así las cosas, ante la ausencia de un «“grande hombre” extranjero» que además dominase el castellano para comentar el libro en su justa medida, Clarín decía que en general “El Quijote” –publicado en dos partes, en 1605 y 1615– aún estaba por descubrir, y novelas ambiciosas como “Quijote” (traducción de Javier Calvo), del autor indio Salman Rushdie (Bombay, 1947), disponible en librerías el próximo día 3, pueden contribuir a ello, como antes habían hecho otros escritores anglosajones, como uno que pasaba los veranos caminando por España, Graham Greene, con su obra “Monseñor Quijote” (1982).
Y es que todos los grandes escritores han hablado de nuestro gran clásico; Jorge Luis Borges dijo de que en él hay dos caminos principales: «Uno, el argumento ostensible, es decir la propia historia del ingenioso hidalgo, y el otro, el argumento íntimo, que yo creo que es el verdadero tema: la amistad de don Quijote y Sancho». Y esto naturalmente aparecerá en esta creación de Rushdie, que nos ofrece la obsesiva vida de “un viajante de origen indio, edad avanzada y facultades mentales menguantes que, por culpa de su amor por la televisión más estúpida, se pasaba una parte enorme de su vida mirándola en exceso bajo la luz amarillenta de las sórdidas habitaciones de motel, y en consecuencia había terminado sufriendo una forma peculiar de lesión cerebral”. Las novelas de caballerías se sustituyen aquí por culebrones, programas matinales, seriales de vampiros o zombis, dramas de amas de casa o espacios donde abundan esos personajillos en busca de una fama de quince minutos. Ese “mundo imaginario del otro lado de la pantalla” secuestra la mente de este hombre anciano, flaco y alto, Ismail Smile, empleado de ventas de productos farmacéuticos, que, por supuesto, tiene una Dulcinea que idolatrar, en esta ocasión una tal Salma R, estrella de la pequeña pantalla.
Un Sancho invisible
Smile tiene hábitos propios de un neurótico, con su «incapacidad para distinguir “lo que es de lo que no es”» que, sin embargo, no le imposibilita desempeñar sus tareas profesionales, a órdenes de su primo multimillonario, el empresario R. K. Smile, hasta que su locura se hace demasiado ostensible –«tras ver el alcance de la pérdida de contacto de su primo con la realidad»– y este tiene que jubilarlo. Por supuesto, tendrá un Sancho, imaginario, producto de sus ansias de haber sido padre, y todo esto que sucede en “Quijote” tiene otro narrador interno, un escritor afincado en Nueva York, Sam DuChamp (seudónimo; se le denomina en el texto Hermano), de origen indio, que antaño tuvo cierto éxito como creador de thrillers de espías.
Junto con ese hijo invisible, Smile, llamado directamente Quijote en la novela, emprende una peripecia a través de Estados Unidos, probando su valor y valentía en pos de lograr conquistar a su doncella. Pero no habrá molinos de viento ni gentes que lo manteen, sino que los peligros serán propios de nuestra época. Se desarrollan así dos perspectivas paralelas: dos indios-americanos,
como se lee, uno real y uno ficticio –aunque el primero, el narrador, también sea claro está un ente de ficción–, nacidos en Bombay, de casi la misma edad, de vida solitaria y fracasada. Y esos recursos narrativos aún se hacen más sorprendentes cuando aparece un nuevo narrador, el propio Sancho, que dice ser de blanco y negro y natural de Wyoming, «un adolescente imaginado por un septuagenario», un huérfano de madre que «nació el otro día» y acompaña a Smile en coche por el país.
Este sería una especie de Gepetto que fabrica su Pinocho, y con él entabla conversaciones, que interrumpe Hermano con sus descripciones y suposiciones con respecto a los personajes, de modo que el lector penetra en esta obra hecha de cajas rusas, mediante la cual, también conoceremos con detalle los antecedentes de la Dulcinea quijotesca. Esa Salma R cambió Bollywood por Hollywood y descubrimos su ascendencia glamurosa y pública, y que tras triunfar en Los Ángeles, abandonó la industria del cine y se trasladó a Nueva York para comandar un programa de entrevistas diurno. Entonces un día recibe una carta, escrita con preciosa caligrafía, de alguien que firma como Quijote, que la llama su «Grial», y se declara «su caballero».
Crítica social a EE.UU.
A Quijote y su escudero le separan más de mil quinientos kilómetros de Dulcinea-Salma R, sobre la cual el protagonista no puede ni concebir que no acabe siendo seducida y conquistada, aunque Sancho le plantee dicha posibilidad. De este modo, como en “El Quijote” del siglo XVII, aquí el hijo es la parte sensata y razonable, frente al idealismo alocado de un Quijote que, en vez de un caballo, se mueve en coche y pasa las noches durmiendo en su tienda de campaña en mitad de ningún sitio. Una obra esta, en conclusión, que conecta muy bien con la trayectoria del autor indio, la cual ha sido relacionada con el fenómeno literario, de tanta raigambre latinoamericana –se declaró admirador de Gabriel García Márquez–, del realismo mágico. Sin embargo, él siempre ha rechazado tal vinculación, pues a sus ojos el realismo mágico forma parte de una tradición que existe desde hace más de mil años, todo lo cual ha llamado «fabulismo», que arranca con “Las mil y una noches”.
El drama que se presenta en la novela es cómo lo ordinario y vulgar, lo exhibicionista y estúpido que manda en nuestra sociedad llena de redes sociales y publicidad, choca con las ideas elevadas románticas, que ya no existen en propiedad, que son ejemplificadas ya por la locura y la obsesión, el acoso y la extravagancia. Lo único diferente es que este acosador sabe expresarse, como reconoce la propia Salma R a medida que va recibiendo cartas de su adorador, que la llama Amada cuando se refiere a ella conversando con Sancho y que ignora que solo despierta en la figura televisiva risas burlescas. Pero ¿quién está más loco? ¿El demente Quijote o el resto de personajes, que tienen turbios secretos que ocultar, que son unos farsantes en realidad detrás de su imagen exitosa y triunfalista? Con todo ello Rushdie aborda las hipocresías humanas, las gentes que, por voluntad íntima, elige la superficialidad en vez de la profundidad. Y en medio de todo, el autor aprovechar para hablar del pueblo inglés, de Twitter, de la inmigración, de la comunidad india de Atlanta, sobre la industria farmacéutica y, por supuesto, los programas televisivos.
Una influencia infinita
En “Este mar narrativo” –título extraído del ensayo que Thomas Mann escribió a bordo del barco que le condujo a Nueva York en 1934 mientras leía “El Quijote”–, José Balza recordaba que Cervantes «funda un género en el arte de la escritura; y al instaurarlo parece contener en sí mismo toda la aventura formal que la humanidad puede imaginar para la ficción». Por su parte, Harold Bloom se muestra taxativo en “El canon occidental”: «Todas las novelas desde “Don Quijote” rescriben la obra maestra universal de Cervantes, aun cuando no sean conscientes de ello» (además, señala cómo «los críticos más distinguidos todavía no han conseguido ponerse de acuerdo en los aspectos fundamentales del libro»). Buscar ejemplos sobre eso en la narrativa contemporánea resulta algo infinito; por ejemplo, “Orlando”, de Virginia Woolf, «un hidalgo que padecía del amor de la literatura», destaca como referencia del personaje quijotesco vista desde el siglo XX.
Acoso letal y acoso frívolo
Rushdie se ha tenido que enfrentar a dos acosos. A veces, ha sido tratado como una estrella de la canción por la prensa londinense dados sus coqueteos con la vida social: por sus cameos en las películas “Los amigos de Peter”, “El diario de Bridget Jones” y “Cuando ella me encontró”, y por su fama de mujeriego, sobre todo en la época en que tuvo una joven novia modelo. En el lado peligroso tuvo el padecimiento generado un año después de publicar “Los versos satánicos” (1988), cuando el ayatolá Jomeini le condenó a muerte por lo que consideraba un insulto al Corán. La historia versaba sobre un avión secuestrado que estallaba sobre el canal de la Mancha; sobrevivían un galán cinematográfico de Bollywood y un actor de voz para anuncios, y sucedía algo mágico: al primero le salía una aureola angelical y al segundo unas protuberancias en la frente (representando al arcángel Gabriel y a Shaitan).
Salman Rushdie, “Quijote”. Editorial Seix Barral, 528 págs., 21,90 €

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