La poética intensidad de Cartarescu
El escritor entrega una obra maestra, la segunda parte de su trilogía “Cegador”
Se publica en nuestro país «El cuerpo», la segunda parte de la que se considera, hasta el momento, la obra cumbre de Mircea Cartarescu, una trilogía titulada «Cegador» iniciada con «El ala izquierda», y cuyas tres novelas parten en su estructura de la imagen de la mariposa. Para hablar de la literatura de Cartarescu es necesario recurrir a las fórmulas más trascendentes de la teoría literaria y así comprobar, página tras página, cómo lo que en otros casos nos parecen tópicos en su casol son verdades plenas de significado. Por ejemplo, si decimos que es un autor que lleva el lenguaje más allá de sus límites, es exactamente eso lo que hace y lo comprenderemos mejor si no olvidamos durante la lectura que los primeros libros que publicó cuando era casi un adolescente fueron de poesía y que él ha afirmado reiterada y públicamente que sigue considerándose ante todo un poeta. Y no cabe ninguna duda de que su forma de mirar el mundo y representarlo es la de los poetas que estiran, amasan y hacen malabares con las palabras para explicar de forma diferente la realidad. Esa sería una buena síntesis del libro: una forma diferente de mirar la realidad en el Bucarest de los años sesenta. Allí crece un niño que está unido a su madre, escribe, por un «centelleante cordón de desasosiego», un ser que «se siente pupila» y «cada palabra se une, por arriba y por abajo, a una neurona y una estrella», y en el momento de su muerte «saldrá, para descansar en la coronilla, a través de la fontanela, la ninfa alucinante de mi psique».
Rico en texturas
Así de alucinante y kafkiano, aunque quizá pueda parecer una redundancia, es este libro tejido de una forma tan compleja, tan rico en texturas que en pocas páginas puede pasar, sin dejar su prosa alucinatoria, a la poética imagen de ver a su madre «iluminando la estancia con la seda multicolor de las alas». Mircea es, en «El cuerpo», un niño de ocho años que percibe el presente y el pasado, lo que le permite hablar de personajes y seres fascinantes: Maria, una niña a la que le crecen en la espalda unas alas de mariposa, un vigilante nocturno que posee un cuadro prodigioso, un Hombre Serpiente, el niño que abraza acurrucado con ternura a su hermano desaparecido, los hombres estatua de Ámsterdam y las alfombras cúbicas que teje su madre, tan borgianas, otro de sus referentes literarios. Pero todo está dentro de aquel Bucarest dominado por el Partido, donde parecía que no pasaba nada.
Cartarescu escribe libros de tal intensidad que en ocasiones se necesita un respiro en la lectura. Sus obsesiones, sus fantasías, su manera de encadenar subordinadas, su léxico que a veces necesita diccionario, todo en él hace que tengamos ese sentimiento tan reconfortante de encontrarnos ante una obra maestra de referencia obligada con el paso de los años. Un futuro en el que recordaremos un corazón latiendo entre la poesía y la alucinación , aunque no sepamos a quién pertenecía porque quizá era el nuestro.
Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO