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Libros de la semana: Marta Sanz y Elvira Lindo, dos autoras para el día de la mujer

Las dos escritoras entregan sus novedades, “A corazón abierto” y “Pequeñas mujeres rojas”, y coinciden en las librerías con la intensa poética de Mircea Caratarescu, que regresa con “El cuerpo”
HanSan

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El honesto impudor de Elvira Lindo

La autora retrocede en el tiempo y revisa su pasado y a la generación del tardofranquismo
Elvira Lindo (Cádiz, 1962) es una escritora de muy variado registro temático y estilístico, y ha transitado con éxito por modalidades literarias tan diversas como la escritura infantil y juvenil, creando inolvidables personajes como Manolito Gafotas y Olivia; novelas de intenso dramatismo, como «Una palabra tuya» o «Algo más inesperado que la muerte»; escribiendo un diario personal que llamó «Noches sin dormir»; ensayos de reivindicación femenina como «30 maneras de quitarse el sombrero», o la serie, irónicamente autorreferencial, de artículos periodísticos que agrupó en libro bajo el título de «Tinto de verano». Ahora, con «A corazón abierto» cambia radicalmente el sentido de este biografismo propio para adentrarse en un catártico ejercicio de introspección identitaria. Recordando, reconstruyendo su infancia y adolescencia sin apenas filtro memorialístico, con honesto impudor e incisivos matices psicológicos, asistimos al despertar de la consciencia íntima, obteniendo de paso una penetrante radiografía del ámbito familiar de la clase media en el tardofranquismo y la incipiente democracia.
Arranca con la narradora-protagonista que asiste a su anciano padre hospitalizado, situación que activa los resortes de la memoria y lleva al lector a un pasado de atribulados viajes familiares, impositiva figura paterna, mezquinos intereses económicos, incierta educación sentimental, tradicional costumbrismo de época y conflictivos desgarrones íntimos. La historia gravita alrededor de las personalidades del padre, de fuerte carácter autoritario, aunque con momentos de ocurrente atractivo e imprevista ternura; la madre, sumisa y complaciente... hasta que deja de serlo; y la «mala» abuela paterna, taimada, codiciosa e insensible. Recorriendo la juventud, noviazgo y matrimonio de los progenitores, nos asomamos a la dura postguerra y a los primeros años de recuperación económica, en reivindicativa defensa de una generación salvada por el propio espíritu de superación. En una atmósfera de perfecta ambientación social, se recorre la banda sonora de unas procelosas vidas, citando canciones –y sus letras– como «Amapola», «Mirando al mar», «Yo te diré» o «La violetera», los envolventes ritmos de una melodramática sentimentalidad.
Humor soterrado
Uno de los aciertos de esta auténtica novela de no-ficción de elaborada estructura formal radica en el conseguido vaivén que se establece entre la narradora adulta y su recordada figuración adolescente. Se hace patente el declarado empeño en no perder el huidizo pasado: «Cuando tu vida se va plagando de ausencias demasiado pronto has de esforzarte por no perder los rostros y las voces en la bruma del recuerdo. Las fotos no bastan. Hay que concentrarse en rescatar del olvido momentos que pueden estar a punto de perderse». Un soterrado humor recorre también esta excelente obra que disecciona la influencia del entorno familiar y la persistente huella del pasado, decididamente mostrados «a corazón abierto».
Jesús FERRER

La pegajosa atmósfera de un hotel

Marta Sanz publica “Pequeñas mujeres rojas”, la tercera novela del detective Zarco
Marta Sanz ensaya el experimento de ser más ella que nunca. Y la buena noticia es que le sale un libro con las manos llenas de verdad, valentía y talento a raudales. Siempre es igual. Con cada narración que lleva su firma se produce el milagro de la buena literatura. En estas páginas asistimos al cierre de la trilogía del detective Arturo Zarco, donde disecciona la memoria y nos convoca a malabares con la línea divisoria entre novela negra y crónica político social contemporánea. El editor dice que es un homenaje mix a Hammett y Rulfo, a Peter Pan y Alicia en el País de las Maravillas. Cierto, pero también a Conrad, al mejor Cercas, a DeLillo –aunque ella no lo advierta–, y a los grandes maestros mediterráneos del noir. Sanz tiene pocos competidores posibles entre su generación; se cuentan con los dedos de una mano. Si alguien está llamado a pasar a la posteridad es ella. Por derecho propio. Paula Quiñones llega a Azafrán para localizar fosas de la Guerra Civil. Nada más poner su pie cojo en el pueblo siente que algo la empuja a olvidar su propósito: el hotel de los Beato, ubicado junto a un cartel en el que se lee «Azufrón».
Mensajes al oído
Ese verano, la protagonista mantendrá correspondencia con la suegra del detective Zarco y, junto a él, uno de los personajes principales de su anterior novela, Black, black, black, que le contará sus escarceos con David Beato. También le descubrirá sus miedos respecto a la existencia de un delator y le contará las leyendas familiares del hotel. Mientras tanto, Analía, madre de David, cuida amorosamente de Jesús Beato, dulce patriarca que acaba de cumplir un siglo, y atiende a los mensajes que este le susurra al oído. Y con Zarco ausente viviendo las peripecias de «Un buen detective no se casa jamás», asistimos a una atmósfera pegajosa y endogámica que amenaza con aplastar a nuestra heroína de tinta. Sanz disecciona los relatos sobre la tan traída y llevada memoria a un punto excelso donde solo ella puede llegar.
Su escritura, como siempre, mantiene un punto intermedio ente el microscopio y el telescopio, capaz de divisar lo más pequeño y alertar de aquello que la perspectiva logra observar con la distancia. La Historia, con mayúsculas y con minúsculas, está presente en este libro, y todas las voces que suscribe son la misma y una sola, como un coro griego sintonizado y empastado que nos remite a sofocos, carcajadas, polifonías y onomatopeyas que asignan silencio. Como decía Miles Davis: «El silencio es el ruido más fuerte, quizá el más fuerte de los ruidos», y eso hace esta genial narradora. Es, y lo he dicho muchas veces, una de las nuestras, de las mejores. Larga vida, compañera.
Ángeles LÓPEZ

La poética intensidad de Cartarescu

El escritor entrega una obra maestra, la segunda parte de su trilogía “Cegador”
Se publica en nuestro país «El cuerpo», la segunda parte de la que se considera, hasta el momento, la obra cumbre de Mircea Cartarescu, una trilogía titulada «Cegador» iniciada con «El ala izquierda», y cuyas tres novelas parten en su estructura de la imagen de la mariposa. Para hablar de la literatura de Cartarescu es necesario recurrir a las fórmulas más trascendentes de la teoría literaria y así comprobar, página tras página, cómo lo que en otros casos nos parecen tópicos en su casol son verdades plenas de significado. Por ejemplo, si decimos que es un autor que lleva el lenguaje más allá de sus límites, es exactamente eso lo que hace y lo comprenderemos mejor si no olvidamos durante la lectura que los primeros libros que publicó cuando era casi un adolescente fueron de poesía y que él ha afirmado reiterada y públicamente que sigue considerándose ante todo un poeta. Y no cabe ninguna duda de que su forma de mirar el mundo y representarlo es la de los poetas que estiran, amasan y hacen malabares con las palabras para explicar de forma diferente la realidad. Esa sería una buena síntesis del libro: una forma diferente de mirar la realidad en el Bucarest de los años sesenta. Allí crece un niño que está unido a su madre, escribe, por un «centelleante cordón de desasosiego», un ser que «se siente pupila» y «cada palabra se une, por arriba y por abajo, a una neurona y una estrella», y en el momento de su muerte «saldrá, para descansar en la coronilla, a través de la fontanela, la ninfa alucinante de mi psique».
Rico en texturas
Así de alucinante y kafkiano, aunque quizá pueda parecer una redundancia, es este libro tejido de una forma tan compleja, tan rico en texturas que en pocas páginas puede pasar, sin dejar su prosa alucinatoria, a la poética imagen de ver a su madre «iluminando la estancia con la seda multicolor de las alas». Mircea es, en «El cuerpo», un niño de ocho años que percibe el presente y el pasado, lo que le permite hablar de personajes y seres fascinantes: Maria, una niña a la que le crecen en la espalda unas alas de mariposa, un vigilante nocturno que posee un cuadro prodigioso, un Hombre Serpiente, el niño que abraza acurrucado con ternura a su hermano desaparecido, los hombres estatua de Ámsterdam y las alfombras cúbicas que teje su madre, tan borgianas, otro de sus referentes literarios. Pero todo está dentro de aquel Bucarest dominado por el Partido, donde parecía que no pasaba nada.
Cartarescu escribe libros de tal intensidad que en ocasiones se necesita un respiro en la lectura. Sus obsesiones, sus fantasías, su manera de encadenar subordinadas, su léxico que a veces necesita diccionario, todo en él hace que tengamos ese sentimiento tan reconfortante de encontrarnos ante una obra maestra de referencia obligada con el paso de los años. Un futuro en el que recordaremos un corazón latiendo entre la poesía y la alucinación , aunque no sepamos a quién pertenecía porque quizá era el nuestro.
Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO