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Brunegilda, esposa y madre de reyes

La princesa visigoda fue uno de los personajes más decisivos del reino franco en el siglo VI D.C.
larazon
La Razón

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«Todo parecía indicar que los visigodos no iban a superar el siglo VI y, si lo hicieron, fue gracias a Leovigildo. Este enérgico monarca supo aplastar las disensiones internas, frenar a francos y bizantinos y devolverle a la monarquía visigoda el prestigio que había perdido en Vouillé». (José Soto Chica, «Imperios y Bárbaros»). A veces nos dejamos llevar por la historia de reyes y batallas e imperios, y nos olvidamos de los «huecos» en las fuentes. Sobre todo, cuando se trata de mujeres.
Los documentos apenas nos hablan de ellas. Solo tenemos retazos, incluso de las más importantes, como Goswintha, Brunegilda o Baddo, la esposa de Recaredo. Algunas desaparecen sin que sepamos cómo o dónde murieron, otras son usadas por los cronistas como ejemplo de «malas mujeres». Hoy vamos a recordar a una mujer que llegó a lo más alto y a lo más bajo. Que, saltándose la domesticidad que se suponía a las mujeres, vive las victorias y encara las derrotas. Brunegilda, hija de Atanagildo y Goswintha, hijastra de Leovigildo. Hija, esposa y madre de reyes… ante los que enseñó los dientes cuando intentaron ignorarla. Goswintha, su madre, había ayudado a conseguir el poder a su primer marido, Atanagildo, aunque para ello hubieran tenido que negociar con Bizancio y perder parte del territorio. También fue el elemento legitimador para Leovigildo cuando este se convirtió en rey.
Sus dos hijas, Brunegilda y Galaswinta, fueron usadas para cimentar alianzas con los merovingios, por lo que se acordó su boda con Sigeberto de Austrasia y Chilperico de Neustria (los dos reinos merovingios más importantes, germen del futuro imperio de Carlomagno y, por tanto, de Francia). La historia de nuestra protagonista, que nos cuenta Gregorio de Tours, podía haber transcurrido en paz, con un padrastro fuerte en el sur y unos reinos merovingios plagados de alianzas familiares. Pero no fue así y tuvo que pelear por el poder, la venganza y por su vida, convirtiéndose en uno de los personajes más relevantes del siglo VI d.C. El desencadenante fue el asesinato de Galaswinta por su esposo para casarse con su amante, Fredegunda, que ascendió rápidamente a reina.
Gregorio nos muestra ambas reinas como opuestas, siendo Fredegunda la encarnación del mal… pero, en realidad, ambas lucharon por sus ambiciones.Brunegilda exigió la dote de su hermana, no solo era su derecho, sino una forma de evitar la guerra. No la consiguió, aunque Chilperico tuvo que ceder varias ciudades que habían sido un regalo de bodas. En la lucha posterior entre Austria y Neustria, unos sicarios, presuntamente enviados por Fredegunda, mataron al marido de Brunegilda. Ella se vio apartada de la regencia y recluida en un convento, perseguida cuando intentó casarse con un hijo de Chilperico para consolidar una posición de poder y casi asesinada por Fredegunda en el intento de librarse de una mujer fuerte e incómoda, madre del nuevo rey de Austrasia y viuda del antiguo. Pese a todo, logró resistir y volver a Austrasia, gobernar como regente, consolidar el trono de su hijo y casar a otra hija, Ingunda, con Hermenegildo, hijo de Leovigildo. Todo, esquivando intentos de asesinato y la oposición de los nobles.
Juego de tronos
En el 584, con la muerte de Chilperico (asesinado, en lo que ya era una tradición familiar), reclama el trono de Neustria para su hijo, aunque Fredegunda consigue hacerse con la regencia para su descendiente, Clotario, frustrando la ambición de Brunegilda. Tras la muerte de Childeberto, envenenado (quién sabe si por Fredegunda, que no había dejado de intentar eliminar a la familia real enemiga), asumió de nuevo el poder, ejerciendo de regente de sus nietos. Brunegilda y Fredegunda habían dirigido los destinos de los reinos merovingios, aunque tuvieran que hacerlo a través de sus hijos y nietos. Esta última falleció en el 593, pero de muerte natural. Brunegilda, aun en su vejez, siguió interviniendo en el poder, llegando a enfrentar a sus dos nietos cuando vio su posición amenazada. En una mala jugada, al intentar unir los reinos de Austrasia y Neus-tria en nombre de su bisnieto, traicionada por todos, acabó capturada en el 613 por Clotario II de Neustria, torturada y ejecutada. Unos dicen que arrastrada por un caballo, otros que descuartizada por varios. Tenía 70 años, había jugado un juego peligroso y sobrevivido hasta entonces.

Mujeres visigodas

Resulta complicado acercarse a cómo vivían las mujeres visigodas. Apenas aparecen en las fuentes, salvo en las legales. Aun así, parece que la situación de las visigodas era mejor que las de sus contemporáneas godas. Podían heredar en igualdad de condiciones que los varones, y luego podían gestionar y traspasar sus bienes. No estaba sometida a una tutela específica y podía defender sus derechos en los tribunales (aunque representada por su marido). Además, podían retener la tutela de sus hijos cuando enviudaban, siempre que no volvieran a casarse. Pero, estaban bajo la autoridad del padre y, luego, del marido. El primero podía decidir el matrimonio de sus hijas. Si la mujer se negaba y se casaba con otro, ambos serían entregados como esclavos al hombre elegido, como si fuese un caso de adulterio. En el caso más grave, si se unía a su liberto o a su esclavo, ambos serían quemados en la hoguera tras ser azotados. Como alternativa al matrimonio, siempre le quedaba la Iglesia, fuera como virgen consagrada, ya de viuda o, incluso, divorciándose de su marido. Al considerarse la sumisión a su marido como la norma básica, la «corrección» mediante el castigo físico era algo normal. El divorcio solo podía darse en caso de «causa justa» y el maltrato no entraba en ese parámetro. El marido que sorprendía a la adúltera podía matarla, cosa que se mantuvo en la legislación española hasta el siglo XX.
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648 páginas, 29,95 euros