Prensa libre bajo las bombas
En su libro «La isla de la esperanza», Lynne Olson defiende el papel que tuvo en tiempos de crisis a partir del extraordinario ejemplo de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial
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A principios de 1940, la red de radiodifusión comenzó una extraordinaria metamorfosis que, hacia el final de la guerra, la llevó a formar parte de la vida diaria no solo de los británicos, sino también de la Europa ocupada por los nazis, y a convertirse en la fuente de noticias independiente más fiable del mundo. Las diferencias más inmediatas de este cambio fueron físicas: las grandes pilas de sacos terreros alrededor de la Broadcasting House (Casa de la Radiodifusión) y los centinelas armados que montaban guardia delante de su enorme puerta principal de bronce. Los distinguidos interiores art déco del edificio fueron divididos por mamparas de acero y puertas selladas a prueba de gas, mientras que sus murales fueron cubiertos por pesados paneles insonorizados. Los asientos de la sala de conciertos fueron arrancados para construir un gigantesco dormitorio de empleados, en el que los colchones cubrían el escenario y el suelo. Y sus locutores dejaron de vestir de etiqueta para leer las noticias. Pero, si los cambios físicos fueron drásticos, la transformación de la actitud y estilo de la BBC fue poco menos que revolucionaria: «Me parece que la única forma de reforzar la moral de aquella gente cuya moral vale la pena reforzar es contarles la verdad y nada más que la verdad, aun cuando la verdad sea horrible».
London calling
Dentro del Servicio Europeo de la Corporación era palpable el espíritu de innovación y entusiasmo. Casi todo el que trabajaba allí era un recién llegado al mundo de la radiodifusión, comprometido en este grandioso experimento para llevar la verdad y la esperanza a millones de personas dominadas por los nazis. Los británicos se codeaban con los desposeídos europeos. Periodistas, novelistas y poetas trabajaron con actores, profesores universitarios, hombres de negocios, filósofos, antiguos militares, todos lanzados a un mundo que nunca podrían haber imaginado. Era como «ser un historiador, viviendo la historia, en la historia».
Cuando estalló el conflicto, el operativo para el extranjero de la BBC tan solo emitía en doce lenguas. En pocos meses, se disparó hasta cuarenta y cinco idiomas, la mitad de ellos dirigidos a Europa. Las secciones de lenguas mayoritarias, como las de francés y alemán, emitían hasta cinco horas diarias. Estas incluían entrevistas y charlas con jefes de Estado en el exilio y otras figuras prominentes. Pero, para todas las secciones, el punto clave de las emisiones eran las noticias: «Cuando la gente afronta considerables peligros y dificultades para escucharte, lo que quiere son noticias».
Sótanos y bombas
Los espíritus emprendedores del Servicio Europeo trabajaban hasta dieciséis horas diarias y libraban una guerra, en la que «sus únicas armas eran el ingenio, la inteligencia y una apasionada convicción de que iban a vencer». Y, durante dos largos años, lo hicieron en las caóticas condiciones del Blitz. La Broadcasting House resultó ser un excelente objetivo de los ataques de la Luftwaffe sobre Londres: a mediados de octubre de 1940, una bomba impactó contra la sede de la BBC y destruyó el fondo de música y varios estudios, además de matar a siete trabajadores; menos de dos meses más tarde, volvería a ser alcanzada.
El Servicio Europeo se refugió en Bush House, que había sido el edificio de oficinas más caro del mundo cuando fue inaugurado en la década de 1920. Por desgracia, el personal de la BBC no tuvo oportunidad de disfrutar de la espaciosidad y los elegantes toques art déco de sus plantas superiores. Por el contrario, a causa de la amenaza de bombardeos, siempre presente, fueron enviados a sus estrechos sótanos, donde se agolparon en sus corredores y en sus minúsculas oficinas.
Los estudios, improvisados y sofocantes, y por lo general saturados de humo de cigarrillos, también eran minúsculos. Para mejorar la acústica, se colgaron pantallas cubiertas de lona y se colocó una lámpara de aceite cerca de la puerta en el caso de que una bomba cortase la electricidad y se fuera la luz. «La gente no trabaja aquí abajo todo el tiempo, ¿verdad?», preguntó el general Montgomery en una visita. Pero lo cierto es que así era, y la mayoría parecía disfrutar de ese vibrante y caótico ambiente. Eran tantos los trabajadores e invitados que entraban y salían que era difícil controlarlos. Cuando Haakon de Noruega apareció un día para participar en un programa, la recepcionista, en pleno agobio, le preguntó: «Disculpa, querido. ¿De dónde me decías que eras rey?». No solo estaban ganando la guerra, sino también redefiniendo el futuro de los medios de comunicación.